En un mundo marcado por la polarización, la desconfianza entre potencias y el fracaso recurrente de los mecanismos tradicionales para resolver conflictos, la diplomacia científica emerge como una herramienta subutilizada pero con un enorme potencial. Frente a la ineficacia mostrada por la diplomacia política en crisis como la guerra entre Rusia y Ucrania o el prolongado conflicto palestino-israelí, la ciencia puede ofrecer un espacio de cooperación menos contaminado por ideologías y más orientado a resultados tangibles.

La diplomacia científica, entendida como el uso de la cooperación internacional en investigación, tecnología e innovación para abordar problemas globales, no es un concepto nuevo. Desde la cooperación espacial durante la Guerra Fría hasta las actuales redes internacionales contra el cambio climático, la ciencia ha demostrado que puede tender puentes incluso cuando la política fracasa. Lo distintivo de esta herramienta es que sus actores, ggg (científicos, académicos, instituciones técnicas), operan con un lenguaje común basado en evidencias y datos verificables, lo que reduce el margen de manipulación y propaganda.

En la guerra de Ucrania, la diplomacia tradicional se ha visto atrapada en una lógica de sanciones, bloqueos y escaladas militares. Sin embargo, el impacto de este conflicto trasciende lo geopolítico: ha generado crisis energéticas, alimentarias y de salud pública que requieren cooperación técnica urgente. La ciencia podría intervenir en áreas como la seguridad nuclear, la resiliencia alimentaria o la transición energética, creando espacios donde la interacción entre expertos de ambos lados no suponga un reconocimiento político, pero sí un paso hacia el diálogo indirecto.

De igual modo, el conflicto palestino-israelí, enquistado por décadas, ha visto fracasar innumerables rondas de negociación auspiciadas por organismos internacionales. Sin embargo, la cooperación científica en campos como la gestión del agua, la agricultura sostenible y la salud pública ha demostrado ser posible incluso en medio de la tensión. Proyectos conjuntos entre universidades israelíes y palestinas, aunque limitados y muchas veces invisibles, han mejorado el acceso a recursos y reducido tensiones a nivel comunitario. El reto es pasar de iniciativas aisladas a una política estructurada donde la ciencia sea reconocida como un canal paralelo y constante de diálogo.

La ventaja estratégica de la diplomacia científica radica en que se mueve fuera de la confrontación directa. Un laboratorio compartido no exige acuerdos fronterizos, pero sí genera confianza entre profesionales que, con el tiempo, pueden convertirse en defensores de soluciones pacíficas. Esta dinámica es vital en un escenario global donde los discursos políticos tienden a radicalizarse y los canales diplomáticos formales se saturan o se rompen.

No obstante, para que la diplomacia científica sea realmente efectiva, no basta con dejarla al azar de iniciativas voluntarias.

Los Estados y organismos internacionales deberían institucionalizarla, creando unidades especializadas dentro de sus ministerios de relaciones exteriores, estableciendo fondos conjuntos para investigación transnacional y promoviendo redes académicas que incluyan a científicos de países enfrentados. Además, las organizaciones multilaterales como la ONU, la UNESCO o la OMS pueden actuar como garantes de estos procesos, blindándolos de presiones políticas.

En la actualidad, fenómenos como el cambio climático, las pandemias o la inteligencia artificial, demandan respuestas globales que ningún país puede lograr en solitario. Sin embargo, el bloqueo de la diplomacia política en foros internacionales muestra que la cooperación científica podría ser el último puente operativo en un mundo cada vez más fragmentado. El desafío es asumir que no se trata de un complemento “blando” de la política exterior, sino de un componente central de la seguridad y la estabilidad internacionales.

La historia demuestra que cuando las ideologías se imponen sobre la evidencia las soluciones se alejan. La diplomacia científica no resolverá por sí sola conflictos tan complejos como el de Ucrania o Palestina, pero puede abrir grietas en el muro del silencio y el desencuentro. Si la comunidad internacional se toma en serio esta herramienta, quizás podamos empezar a reemplazar la lógica de la confrontación por la lógica de la cooperación. Y en un tiempo donde las palabras parecen agotadas, tal vez sea la ciencia la que logre reabrir el diálogo.

Franklin García Sosa

abogado

Un párrafo que dice quién es ya qué se dedica: Franklin Manuel García Sosa. Abogado egresado de la UASD, con maestria en Derecho Administrativo y Procesal Administrativo (pendiente de tesis). Se desempeña como Consejero en la Embajada de la República Dominicana ante el Reino Unido.

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