La presentación pública del llamado plan de 20 puntos para “poner fin a la guerra en Gaza” —difundido por Donald Trump junto al primer ministro israelí, Bergamín Netanyahu— se vende como una hoja de ruta para el cese del fuego, el intercambio de rehenes y la reconstrucción humanitaria.

Pero leído con atención política y conociendo los intereses en juego, ese documento no es solamente un intento de mediación: contiene elementos técnicos, institucionales y militares que configuran, en los hechos, una estrategia para apoderarse de la Franja de Gaza y blindar a Israel frente a cualquier exigencia de soberanía palestina.

Lo que dicen los hechos (y por qué importan)

  1. Desmilitarización absoluta y exclusión de Hamás. El plan exige el desarme total de Hamas y la “desmilitarización” de Gaza bajo supervisión internacional, mientras excluye a Hamas de cualquier papel en la gobernanza futura. En la práctica, desarmar a la resistencia palestina equivale a dejar a la población de Gaza sin capacidad de defensa política o militar ante decisiones externas.
  2. Gobierno tecnocrático bajo control internacional (y personalidades prooccidentales). El proyecto propone un órgano transitorio —un “Board of Peace” con liderazgo de figuras internacionales, incluida la figura política de Donald Trump— para supervisar la transición, lo que traslada la soberanía efectiva de Gaza hacia estructuras internacionales y aliadas con Tel Aviv. Ese diseño convierte a Gaza en un territorio administrado por terceros, no en un sujeto político con derecho a decidir su destino.
  3. Presencia y prerrogativas militares israelíes suspendidas, pero no abolidas. Aunque el plan habla de retirada o repliegue, establece etapas y garantías que permiten a Israel mantener presencia y capacidad operativa en “la mayor parte del territorio” si lo considera necesario —una fórmula que deja intactas las condiciones para una ocupación de hecho. Esa “retirada condicionada” es un mecanismo clásico para legitimar presencia militar prolongada.
  4. Desarrollo económico como coartada para transformación política. La promesa del “Plan Trump de desarrollo” y de zonas especiales para inversión aparece como la solución a la penuria. Pero los proyectos de desarrollo impuestos desde fuera buscan recrear modelos de control económico (zonas francas, inversión dirigida, dependencia) que subordinan la vida social a intereses privados y geopolíticos, transformando a Gaza en un ente de zona económica vigilada.
  5.  Un aval político-ejecutivo que favorece a Israel en el corto plazo. La presentación pública conjunta con Netanyahu y la celebración oficial del acuerdo por parte de Israel —mientras Hamas aún evalúa— muestran que el plan funciona también como herramienta política para legitimar objetivos israelíes y obtener apoyo diplomático amplio, condicionando la discusión a términos favorables a Tel Aviv.

¿Por qué esto no es “reconstrucción” ni “paz” por sí sola

Porque la paz genuina implica reconocimiento político, justicia y soberanía. Un paquete que desarma a la población; instala un gobierno tecnocrático supervisado por potencias externas y organiza la “reconstrucción” desde la lógica del capital y la seguridad foránea —sin resolver la cuestión fundamental del derecho a la autodeterminación ni garantizar mecanismos democráticos— no es reconciliación: es anexión funcional y control político disfrazado de ayuda.

La historia está llena de “reconstrucciones” que se convierten en mecanismos de dependencia y transferencia de soberanía.

Peligros inmediatos

• Erosión de la soberanía palestina: Gaza quedaría subordinada a un esquema internacionalizado donde las decisiones clave no serán tomadas por habitantes ni representantes palestinos.

• Normalización de la presencia militar israelí: Las reglas de repliegue condicionadas permiten retornos y operaciones bajo el argumento de “seguridad”.

• Economía sometida a intereses extranjeros: Proyectos de “milagro económico” suelen priorizar la rentabilidad y la seguridad por sobre la justicia social.

Concluyendo sobre el diez más diez, nos sugiere

No se pueden aceptar estas versiones de “plan de paz” que, bajo el pretexto de terminar el sufrimiento inmediato, instalan estructuras permanentes de control y de expropiación. Defender la dignidad y los derechos palestinos exige denunciar medidas que ataquen la soberanía, exigir que cualquier arreglo incluya la participación auténtica de representantes palestinos elegidos y garantías verificables de derechos humanos y justicia, y oponerse a cualquier fórmula que convierta la “reconstrucción” en proceso de apropiación económica y política.

Este plan del presidente norteamericano Donald Trump tiene cierta similitud con lo que decía el periodista Radhamés Gómez Pepín en Pulsaciones: “Quien de sus faldas recorta, sus nalgas enseña”, y, regularmente, muchísimo más que las nalgas”.

Acciones concretas que pueden impulsar militantes por la causa palestina, periodistas y organizaciones solidarias:

• Difundir análisis críticos y el texto íntegro del plan para desmontar la retórica oficial.

• Exigir a gobiernos, congresistas y organizaciones internacionales que condicionen su apoyo a garantías efectivas de soberanía y participación palestina.

• Apoyar y coordinar campañas humanitarias que estén bajo control de organizaciones palestinas y de la sociedad civil local, no solo de los grandes consorcios y las élites internacionales.

La paz auténtica no se impone desde arriba ni se compra con megaproyectos supervisados por quienes tienen intereses geopolíticos en defender a un Estado aliado. La paz exige justicia, restitución de derechos y soberanía para los pueblos. Hoy más que nunca, hay que denunciar los planes de expropiación de la franja de Gaza que prometen orden mientras arman el instrumento de la apropiación.

Julio Disla

Escritor y militante

Julio Disla: el militante de la palabra, el poeta del pensamiento crítico. Voy por la vida con una pluma que combate, un teclado que documenta y una mirada que no se conforma con lo superficial. Soy el arquitecto de textos que cuestionan al capital, al racismo, a los muros — y a toda forma de dominación que intente maquillar su rostro con promesas democráticas. He hecho del ensayo un arma, del artículo un escenario de lucha, y del poema una bandera. Cuando escribo, se siente la influencia de Marx, la voz serena pero firme de José Pepe Mujica, el reclamo por justicia social, y la pedagogía que busca educar a otros con ideas y datos. Fundador de utopías posibles, intento rehacer la historia desde la izquierda que se reinventa, que no teme nombrar el neoliberalismo por su nombre, y que encuentra en cada injusticia una oportunidad para escribir, denunciar, proponer. Lo técnico y lo emotivo coexisten en mi estilo como militante de una misma causa. Soy, sin duda, un constructor de puentes entre la teoría y la calle.

Ver más