La semana pasada, con motivo de la conmemoración del 50 aniversario del fallecimiento de la filósofa Hannah Arendt, escribí un artículo sobre su concepto “la banalidad del mal”. ¿Por qué sigue siendo relevante para la vida moral y política?
Antes de responder, debo aclarar que Arendt no está diciendo que el mal sea una banalidad. Tampoco se opone a la idea de que exista “el mal radical”, la maldad en términos absolutos y a la que atribuimos los actos de crueldad.
Lo que Arendt quiere expresarnos es que no debemos recurrir siempre a agentes excepcionalmente malignos para explicar el mal. En muchas ocasiones, las personas comunes pueden ser agentes activos de la crueldad o compromisarios de sistemas políticos que institucionalizan la maldad.
Para que la gente común participe activamente de procesos sociales y políticos caracterizados por la proliferación del mal basta con que estén dispuestos a una actitud acrítica que los haga obedecer sin pensar en las implicaciones de sus acciones.
Desde la perspectiva de Arendt, la ausencia de reflexión puede llevar a un burócrata sin un perfil psicológico especial para la maldad a convertirse en un criminal de lesa humanidad.
El concepto “banalidad del mal” generó un gran debate en las ciencias humanas. En psicología, se cuestionó el hecho de que personas con perfiles psicológicos comunes pudieran ser compromisarios de sistemas que justificaran racionalmente el asesinato. En cambio, interesantes investigaciones psicológicas como el famoso experimento de Stanley Milgram se realizaron tratando de confirmar que los seres humanos más comunes pueden realizar actos crueles bajo determinadas circunstancias y si existe la presión de una autoridad.
El concepto de Arendt sigue siendo relevante para la vida política porque estimula a reflexionar sobre las posibles consecuencias de la asunción acrítica de la autoridad, sobre la deshumanización provocada por la obediencia ciega a un líder o a una ideología política y sobre cómo puede instaurarse un régimen totalitario sobre la base de un movimiento de masas compuesto por individuos que hayan renunciado a pensar por sí mismos.
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