El nombre de Antonio Zaglul ha sido anclado al de su obra de mayor éxito, Mis 500 locos (1966), que por cierto llevaba un subtítulo, que luego se esfumó: Memorias del Director de un Manicomio”.

Enfebrecidos en el morbo, el lector común se quedó con aquella obra que desfilaba los estados espirituales más extremos del ser. Llevada al cine, los medios redujeron a su autor, quien sería un buen “loquero”.

Pero la obra del Dr. Zaglul trasciende ese repentino éxito. Al escarbar en su legado, nos encontramos con verdaderos hitos. “Apuntes” es la consagración de sus ideas. Lo que luego seguirá, como sus pasiones biográficas, irán encajando en esta radiografía de la mentalidad del dominicano que ya estará armada en esta obra.

Aquellas miradas y vivencias en el espacio siquiátrico, pronto se trasladaron a la calle, a la esquina, a los bares, a campos y también por azoteas, al transporte público, a todo aquello que significase tiempo libre, o político, o laboral.

El maestro petromacorisano lanza “Apuntes”, su obra más amplia e incisiva. Hay que subrayar el año de publicación de la obra, 1974, y recordar que se trataba de artículos de prensa publicados desde 1968. En esos seis años, insertos dentro de los Doce del Balaguerato (1966-1978), el país se había recupero la dinámica de modernización que entre 1961 y 1965 había quedado en suspenso. Junto al país del exilio y las noches de terror, también estaban las de Cambumbo y las deshoras en los patios y ciudades cada vez más iluminadas con menos pisos de tierra. En este ritmo de país esquizoide Zaglul tendió sus tiendas.

Vivíamos decisivos años de desmontaje y remontaje del bonapartismo, con figuras derritiéndose como la de Trujillo y otras recuperando viejos andamios de la violencia y la modernidad, como la de Balaguer. Dentro de esos pliegues del poder, Zaglul escribió un diario muy particular. Temas cotidianos como “caer en el gancho”, canciones que legitimaban la violencia y hasta el homicidio de mujeres -como el tristemente célebre merengue de Joseíto Mateo, de que había “matado a su geva”-, fueron cadáveres exquisitos en su escritorio. Poco a poco, y sin apelar a cuadros clínicos al estilo de Erwin Goffman, nuestro autor iba perfilando instancias de eso real que llamamos “lo dominicano”: sus estructuras de miedos y de angustia, de desconfianza e inseguridad. Zaglul vio desde temprano tierras revueltas, de arenas movedizas, en medio de un castellano dominicano que se deshacía a favor de un spanglish que revelaba nuestros espejos opacos, superficies donde nuestros rostros reales ya no serían más percibidos.

Pero junto a la lectura de “Apuntes”, también podríamos pensar en una especie de prehistoria de la obra, enfocándonos en su autor.

Criado en una familia de campesinos libaneses que de sopetón se vieron en el San Pedro Macorís de 1920, ahí nació un ser por lo demás muy sensible. Si lo situamos en medio de aquellas fotografías históricas de la ciudad moderna por excelencia del país dominicano, lo veremos en un contexto cuasi post-insular: por su condición migrante, por el peso de la comunidad árabe en la región, debió acceder a mundos lejanos de los ascendientes, pero también a los cercanos que emergían de aquellos paisajes azucareros, con sus cocolos sobreexplotados y otros círculos de extranjeros “aplatanándose”

Luego vendrían los años de la juventud, el traslado obligatorio a la pujante Ciudad Trujillo, a los estudios de Medicina, graduándose a los 27 años. Poco después accederíamos a la remoción que debió haber significado la mudanza a Madrid, en aquellos finales de los años 40. Seguramente el polvo de la Guerra Civil aún no se disipaba, y en aquellos diálogos con el Prof. Juan José López Ibor, también se debían afectar los relumbres de la Segunda Guerra Mundial.

Al pintar aquel recorrido vital y profesional, no podríamos más que ir armando ese escenario al que finalmente debió enfrentarte: el de la condición humana, que en nuestro caso también es insular, histórica, con factores que vienen de arriba, como los dictados por el trujillato y el balaguerismo, con todos los prototipos de personalidades descentradas que cada uno debía procrear.

Los “Apuntes” de Zaglul son ciertamente pinceladas. Tal vez por lo simple de su exposición y el devenir narrativo del mismo, al pensamiento crítico de entonces, dominado por el marxismo y el positivismo, no le pareció suficiente como para incluirlo como uno de sus pares. El Dr. Zaglul se convirtió en algo menos como el “psiquiatra de la calle”, remedando al otro, al de mayor éxito, al “psiquiatra en su hogar”, al Dr. Beras Goico. Su estilo llano, irónico, cuando no sarcástico, se confundió con las “boutades” clásicas de nuestros humoristas. Y una cosa era expresar simpáticamente algunas ideas, y la otra, pretender la risa como el objetivo de cualquier expresión. Me atrevería a pensar que a Zaglul trataron los nacientes medios de entonces de meterlo en el saco habitual de los invitados a las cabinas de Radio o los estudios de Televisión. Recuerdo aquellas entrevistas suyas a finales de los 70, rompiendo con tantas ideas clásicas. Una de ellas, que siempre recuerdo: en la que reaccionaba ante la idea de recibir cuarenta años por un puesto de trabajo en el mismo lugar. “Eso debería ser un premio a la mediocridad, en verdad -expresaba el Dr. Zaglul, porque, ¿a quién se le ocurre pasarse cuarenta años sentándose en el mismo asiento?”.

Pero el Dr. no dejó de ser un caso curioso en su época, tal vez un excéntrico, que fumaba hasta en el mismo programa de televisión.

Ni siquiera cuando comenzaron a recuperarse las obras de José Ramón López y hablarse de “pesimismo” dominicano, las exposiciones del Dr. Zaglul se tuvieron en consideración. ¿Cómo lo leyeron sus contemporáneos? ¿Cómo fue la recepción de “Apuntes” en la prensa? En la Academia diríamos: cero Zaglul. En los medios, Zaglul era el irreverente, quien podía aumentar la cuota de “sano esparcimiento” al tiempo que realizaba la más fina cirugía en torno a nuestras mentalidades.

“Apuntes” es una obra que bien podríamos colocar junto a una amplia biblioteca en torno a la expresión. Bien que estaría junto a la obra de un Michel de Certeau y Agnes Heller, a la hora de enfatizar en lo cotidiano como espacio por excelencia del imaginario. También podría pensarse en mesas Zaglul-Foucault-Deleuze-Guattari, pensando la dinámica del poder como agenciamiento de espacios y perspectivas, de la anormalidad como efecto de las resonancias de las fuerzas que tensan, incitan, implosionan.

Del Dr. Zaglul tenemos esa imagen fresca con su obligatorio cigarrillo, la socarronería del mejor gusto, ese no matar una mosca que se entró a la habitación porque también ella puede despertar metáforas en torno a las estrategias para buscar y encontrar.

En el 2019, mientras desarrollaba labores diplomáticas en Santiago de Chile, me encontré con los tomos de una obra muy curiosa: “La tristeza del chileno”, de Franklyn Quevedo, publicada originalmente en el 2001. Apelando a estrofas y versos de más de 300 autores chilenos, el autor se internaba por ese universo de la melancolía que marca la vida en aquellas regiones sudamericanas. En “Apuntes” ya se había hecho algo parecido. El Dr. Zaglul igualmente nos muestra una amplia colección de citas sobre un tema similar: la sensación de orfandad que marca al país dominicano, con sus miedos y cautelas. Poetas, narradores, periodistas, hasta el noticiario, nos va conduciendo por ese perfil “agreste” de algo que se pensaba heroico, tal vez sobrehumano: lo dominicano.

Su equipo de trabajo podía ser curioso: sus empleadas domésticas. Así lo cuenta en su artículo “El dominicano y su pena”, donde presenta su “tesis acerca de la depresión con ideas paranoicas del dominicano”. Como si hablara en una atmósfera Dickensiana, cuenta:

“Mientras tanto, el día de Las Mercedes decidí hacer un muestreo para este trabajo, y mientras laboraba en mi patio y veía bajar los aviones en mi vecino aeropuerto de Herrera, con mi grabadora y confiando en la memoria y ayudado por dos muchachas de la casa, recogí merengues y mangulinas que transmitieron las emisoras capitaleñas. El promedio es casi igual al trabajo de los tres años: un 75 por ciento donde predomina una protesta; ideas depresivas, muerte, pesimismo, amenaza, y todo lo que constituye la gama depresiva”.

Al presentar estos 30 ejemplares que con tantas ilusiones hemos preparado para nuestros lectores y lectoras de siempre, volvemos a ese decir llano y certero de un gran prosista, un inigualable conversador, en verdad, uno de nuestros grandes ensayistas, y demás decir, una persona que se quedó en el cariño, la imaginación y el día a día de tantos a los que nos reveló los límites y las aperturas en esta media isla que nos ha tocado como mundo.

[Que este texto sirva como  invitación a la puesta en circulación de esta obra, dentro de la Fiesta del Libro, este sábado 8 de marzo, en Mamey Librería Caribeña, de 5 a 7 de la tarde].

Miguel D. Mena

Urbanista

Editor, docente universitario y urbanista

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