Lamentablemente, nuestro país no es un referente de institucionalidad digna de la cual podríamos sentirnos orgullosos.  Esto, debido a que gobiernos tras gobiernos han obviado la importancia de fortalecerla en aras del beneficio propio de sus gobernantes y de sus tutores, la rancia oligarquía que los somete a su merced.
Ante un desierto institucional en donde las normas de conducta se rigen por lograr el beneficio mutuo de la sociedad en donde brillen sus valores éticos y morales, solo nos queda el peso de la conciencia social para defender nuestra sana convivencia y nuestro desarrollo político, económico y social.
Sin embargo, esa conciencia social se ve lacerada por instancias que dan vigencia a los usurpadores de la moral y de los recursos del Estado aportados por el tributo de nuestros ciudadanos. Un sin número de programas de la televisión y la radio dominicana invitan a su comparecencia a los consignados como corruptos y a sus seguidores.
Vemos como los máximos responsables de delitos de Estado, como los expedientes de Odebrecht, los tucanos, la Sun Land, las tierras del CEA, las decenas de contratos y asignaciones sobrevaluadas, las licitaciones amañadas, la planta de Punta Catalina, el caso de la Cogentrix, la sobrevaluación y vicios de la nueva Victoria, por solo mencionar los más escandalosos, sin contar el contubernio de los últimos tres gobernantes (Leonel, Hipólito y Danilo) con el narcotráfico y las comisiones que recibieron o reciben por adjudicaciones de contratos (el caso del peaje de autovías, los impuestos a los derivados del petróleo, entre otros) a los que en la actualidad se le deberán añadir la nueva forma de timar al Estado dominicano y por consecuencia a nosotros, con lo que está de “moda” que son los fideicomisos.
Cuando se le da tribuna a uno de estos tres expresidentes, que han entregado el país a manos de los más sucios intereses, se le está dando vigencia social y política cuando la conducta debería de ser ignorarlos y más que ignorarlos, acusarlos.
Cuando se le da tribuna a cualquiera de sus seguidores, se les está reconociendo su contubernio, su complicidad social con el ejercicio delincuencial de quienes lo dirigen y a quienes siguen, persiguiendo por igual, un objetivo propio, vil e insano.
Hay un dicho en este país que dice que “aquí no hay hombres serios” y yo quiero expresar que sí los hay, que hay todavía hombres y mujeres dignos que estamos dispuestos a enfrentar a los gusanos que se comen nuestra Patria.
Hoy nos agobia la vergüenza, la carga rapaz que nos engulle, la pestilencia que discurre por el andar de los ladinos y artesanos de la iniquidad.  Pero eso no durará para siempre, nuestro pueblo despertará en algún momento de su trayecto histórico y desatará su furia contra ellos.
Nuestro deber es mantener la voz digna en alto, denunciar a los corruptos y corruptores, señalar a los culpables y exigir consecuencias.
Lanzo un llamado para que se dejen de ver y escuchar aquellos programas televisivos y radiales en donde se invitan a los corruptos y corruptores o a sus personeros, dándole vigencia social.