“La gloria política, la más efímera y la más deleznable de todas las glorias humanas…” J. Balaguer
El expresidente atraviesa su infierno. Cinco años sin el poder que antes lo blindaba de las traiciones, sin la cartera abierta para hacer favores, sin la credibilidad en sus declaraciones o la publicidad para que resuenen las mismas. Golpeado y humillado, no estaba preparado para lo que le venía. Es probable que nadie lo esté para ese nivel de embate.
Pero Danilo Medina no es extraño en estas aguas. En el 2006, su determinación por la presidencia lo hizo desafiar al poder de turno y a la dirigencia de su propio partido. Terminó “vencido por el Estado”, enfrentando traición y rechazo. Un tanto aislado. La diferencia es que en 2006 fue víctima, y en 2025 la población aún no lo identifica como tal. Hace 20 años, Danilo tenía mucho espacio para reconstruirse y lo logró desde la concordia y la reflexión. Elementos que no observamos en su más reciente presentación radial.
Encontramos a un expresidente Medina desafiante y marcando territorio. Con visible autoridad animando a sus tropas. Un discurso con carácter y determinación. Nada de qué arrepentirse, seguimos adelante. Una caída no define ni condena un proyecto político.
Su formación, su conocimiento de más de tres décadas en la cima del poder político, brillaron en algunos momentos. Muchos de sus planteamientos necesarios para el debate político nacional.
El asunto es que la ausencia de una figura pública prolongada, en ocasiones, genera una necesidad casi morbosa de verla. Y a Danilo Medina, desde hace mucho, el país quería verlo sentado, hablando y entrevistado. No para conocer su parecer sobre políticas públicas, las cuales, reitero, demuestran su nivel y capacidad. La gente quería escuchar su opinión sobre los temas más polémicos: su familia y las compras, su “Penco” y su derrota, sus errores y su aprendizaje.
Pero el Danilo que apareció no fue el que esperábamos. Porque Danilo no es Donald Trump; no puede pretender atropellar con discursos poco creíbles y ser perdonado en todo. Eso lo podrá bien recibir su militancia, pero no la ciudadanía.
Esa entrevista fue un espacio desperdiciado para mostrar su humanidad. Ideal para reconocer errores, no para cometer más. Fue una sucesión de oportunidades perdidas. He aquí algunos ejemplos:
- La candidatura de Gonzalo. Danilo bien pudo admitir que Gonzalo Castillo era su candidato porque marcaba mejor en las encuestas. Pudo cuestionarse sobre la forma en que trabajó su triunfo interno, sobre si los demás precandidatos merecieron mejor trato. Recalcar en ese marco que, aún así, estuvo dispuesto a la propuesta unitaria de Margarita. Todo el mundo lo habría entendido, pero decidió negar lo obvio. Y ahora tenemos al exministro Carlos Amarante Baret explicando las razones por las que fue una burda imposición y cómo junto al secretario general Reinaldo Pared lo denunciaron y renunciaron.
- Negar que la llamada de Mike Pompeo llevaba una advertencia. El expresidente pudo admitir que, en lenguaje diplomático, la llamada de Pompeo fue una advertencia y criticar el nivel de injerencia. Pero lo negó, como si el contexto y el sentido común no tuvieran relevancia.
- “Yo nunca tuve la intención de reelegirme.” Esta frase, vacía de autocrítica, solo le restó credibilidad. Pudo explicar cómo se generó entonces la supuesta confusión, el intento de reforma, los errores de cálculo, el movimiento de senadores… Pero no lo hizo.
- Su hermano y las compras. “No me di cuenta. No lo sabía. Cada vez que mi hermano iba a mi despacho, lo sacaba y le decía que no podía hacer negocios con el Gobierno”.
Pero Danilo, el hombre que se le reconoce como trabajador y meticuloso, el presidente que dice “estaba al frente de todo”, ¿cómo no supo? ¿Cómo se le escaparon familiares que eran grandes proveedores del Estado? Si de verdad llegó a recriminarlo como dice, era espacio para desligarse, rechazar que ahora que lo supo haya hecho negocios con el Estado, aún si no cree que hubiese operado con dolo. Pudo admitir que ciertas cosas se le escaparon, que no todo estaba bajo su control. Pero no lo hizo. Y esa frase de “Si ellos le vendieron eso, es cosa de ellos” sobre sus funcionarios, suena irresponsable y esquiva desde un presidente. - “Yo no estoy arrepentido de nada de lo que pasó.” Aquí, en esta frase, se condensa toda la tragedia. No hay responsabilidad, no hay autocrítica, no hay aprendizaje. Siempre hay espacio para mejorar, “para corregir lo que está mal”. Pero Danilo perdió su oportunidad de reconocer sombras, sombras que tenemos todos los hombres y que se revelan mejor el poder.
Cierto es que los golpes recibidos, el desánimo, la ingratitud y la partida de tantas personas con las que seguro contaba deben tenerlo a la defensiva estos años. No quisiera estar en su posición.
Pero este Danilo, el “polítiquero”, opaca al Danilo político. Sus declaraciones, tan alejadas de la realidad percibida, devoran los puntos válidos de su discurso, generando rechazo no solo hacia la entrevista, sino hacia el entrevistado.
En el libro Archipiélago Gulag, Alexander Solzhenitsyn reflexiona sobre cómo las personas llegan a su propio “infierno personal.” En lugar de culpar únicamente a sus verdugos, se preguntó cómo él mismo había contribuido, aunque fuera de manera indirecta, a su propia desgracia. Su viaje infernal pasó entonces por confrontar sus debilidades y errores.
Danilo Medina, en su intimidad, necesita tiempo, pausa y reflexión. Porque de los infiernos se sale, y lo útil y provechoso sería salir con un Estado Mayor de Conciencia.
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