Durante mucho tiempo, el éxito de una empresa familiar ha sido medido por su crecimiento en ingresos, la creación de empleos, la rentabilidad o esa caridad ocasional que cumple con un deber social. Pero esas métricas, aunque útiles, apenas rozan la superficie del verdadero impacto que pueden tener las empresas familiares.
Un nuevo análisis de McKinsey sugiere que las organizaciones familiares compuestas por la empresa operativa, la oficina patrimonial y, en muchos casos, una fundación, pueden generar un efecto transformador que trasciende sus balances financieros y se extiende al tejido social, ambiental y económico de sus entornos. Dado que las FOBs representan más del 70 % del PIB mundial y emplean al 60 % de la fuerza laboral, su responsabilidad y su capacidad de influencia son gigantescas.
Imaginemos que una empresa familiar dominicana decidiera ir más allá de las cifras. Si en su operación procura ofrecer empleo digno, salarios competitivos, beneficios adecuados y un ambiente de trabajo saludable, mejora la vida de quienes trabajan allí y fortalece el bienestar social. Si desde su cadena de suministro, sus inversiones y alianzas apoya a proveedores, emprendedores, pequeñas empresas o proyectos comunitarios, potencia aún más su impacto.
En un mundo cada vez más interconectado, más consciente de su responsabilidad social y ambiental, las empresas familiares tienen una privilegiada oportunidad
Si además destina parte de su patrimonio a una fundación o a iniciativas sociales, educativas, sanitarias o de desarrollo local, puede apuntalar oportunidades reales, más allá de la emergencia coyuntural. Y si incorpora prácticas ambientales como reducción de emisiones, economías circulares y energías limpias, su legado trasciende el lucro y se convierte en una apuesta real por la sostenibilidad y la responsabilidad intergeneracional.
Este impacto social, económico y ambiental no está reservado exclusivamente a conglomerados gigantescos. Lo más interesante es que su magnitud depende menos del tamaño absoluto que de la intención, la visión y la estructura. Una familia con recursos moderados, comprometida con valores compartidos, con un plan claro, puede generar un “capital familiar” valioso: redes, reputación, confianza e influencia local.
Una ventaja clave de las empresas familiares es su continuidad; a diferencia de otras compañías, pueden sostener una visión de largo plazo que trasciende ciclos económicos y presiones inmediatas, lo que les permite invertir en iniciativas cuyo retorno es profundo y duradero para la comunidad y las futuras generaciones.
Para que ese potencial se materialice, se requiere primero definir con honestidad qué legado se quiere dejar: no solo riqueza, sino comunidad, bienestar y sostenibilidad. Luego debe transformarse esa aspiración en un plan concreto, con metas, recursos asignados, mediciones y, crucialmente, gobernanza adecuada.
Asignar patrimonio e inversiones no basta si no hay estructura de gobernanza que garantice coherencia, seguimiento y participación continua. La oficina patrimonial y la fundación deben operar de manera alineada con la empresa operativa y los valores familiares, trabajando como un ecosistema integrado.
Este enfoque integrado convierte a la empresa familiar en algo más que un motor económico. La transforma en un pilar de desarrollo comunitario, un agente de transformación social, un promotor de sostenibilidad. En sociedades como la nuestra, a menudo marcadas por desigualdades, limitaciones estructurales y la necesidad de desarrollo sostenible, ese tipo de organizaciones puede marcar la diferencia.
Imaginemos que una empresa familiar dominicana decidiera ir más allá de las cifras. Si en su operación procura ofrecer empleo digno, salarios competitivos, beneficios adecuados y un ambiente de trabajo saludable, mejora la vida de quienes trabajan allí y fortalece el bienestar social.
Además de crear empleos y producir bienes, contribuyen a elevar la calidad de vida, reducir desigualdades, promover oportunidades, cuidar el medio ambiente y cimentar un legado generacional con sentido.
Para quienes lideran hoy una empresa familiar, la invitación es clara: mirarse con ambición renovada. No basta con mantener la rentabilidad y asegurar la sucesión; vale la pena preguntarse qué huella concreta quieren dejar. ¿Desean que su familia y su empresa sean recordadas solo por cifras, o por transformaciones reales en su comunidad, por bienestar social, resiliencia, por contribuciones tangibles al bien común? Esa diferencia define no solo el destino de la empresa, sino el legado de generaciones.
En un mundo cada vez más interconectado, más consciente de su responsabilidad social y ambiental, las empresas familiares tienen una privilegiada oportunidad: la de ponerse al frente de una nueva forma de hacer negocios. Con visión, compromiso y valores, pueden transformar no solo su balance, sino su entorno.
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