El desarrollo de la civilización occidental se edificó sobre tres grandes pilares que, aunque distintos en origen, se fusionaron con el tiempo en una síntesis cultural y jurídica sin precedentes: el cristianismo, el derecho romano y la filosofía griega. Estos tres sistemas de pensamiento y normatividad —religioso, jurídico y filosófico— constituyen el cimiento de la cultura jurídica, moral y política de Occidente. En su interacción se forjó la idea del ser humano como sujeto de razón, libertad y dignidad, así como la noción del Derecho como expresión racional del orden moral y del bien común.

El pensamiento griego, especialmente desde Sócrates, Platón y Aristóteles, estableció las bases de la racionalidad filosófica. En ellos encontramos el germen del logos como principio ordenador del cosmos y de la polis. La filosofía griega introdujo la idea de que el Derecho y la justicia no podían reducirse a la fuerza o a la costumbre, sino que debían fundarse en la razón y en la naturaleza humana. Aristóteles, en su “Ética a Nicómaco”, concibe la justicia como “la virtud perfecta” y el Derecho como la regla de lo justo, prefigurando así las nociones de justicia natural y Derecho natural que luego serían decisivas en la escolástica cristiana.

Por su parte, el Derecho romano proporcionó el instrumento técnico y normativo que hizo posible organizar la vida social y política del Imperio. Los jurisconsultos romanos —Ulpiano, Gayo, Papiniano, entre otros— convirtieron el Derecho en una ciencia práctica, racional y sistemática. Conceptos como persona, obligatio, contractus y dominium definieron las categorías jurídicas fundamentales sobre las que aún hoy descansa el Derecho civil contemporáneo. Roma aportó la institucionalización de la justicia y la codificación de las normas, y con ello una estructura jurídica que sobrevivió incluso a la caída del Imperio.

El cristianismo, al irrumpir en ese mundo grecorromano, introdujo una nueva dimensión ética y espiritual. Frente al formalismo jurídico romano y al racionalismo filosófico griego, el mensaje cristiano puso en el centro al ser humano como persona dotada de dignidad intrínseca por haber sido creada a imagen y semejanza de Dios. De ahí se desprende una revolución moral: la igualdad radical de todos los hombres ante Dios y la primacía de la conciencia sobre la autoridad externa. El cristianismo no destruyó el legado clásico, sino que lo transformó desde dentro, infundiéndole una visión trascendente del Derecho y de la política.

El encuentro entre estas tres tradiciones dio origen a una síntesis que caracterizó a la civilización europea medieval. Los Padres de la Iglesia, en particular San Agustín y más tarde Santo Tomás de Aquino, realizaron una labor monumental de integración entre la razón griega, el orden jurídico romano y la fe cristiana. En San Agustín se observa la adaptación de la filosofía platónica a la teología cristiana, mientras que en Santo Tomás la herencia aristotélica se pone al servicio de una visión del Derecho natural como participación de la ley eterna en la razón humana. Así, el Derecho ya no es solo una técnica social, sino una manifestación racional del orden divino.

Este proceso de asimilación tuvo consecuencias profundas en la teoría política y en el constitucionalismo moderno. La idea cristiana de la dignidad humana, unida al racionalismo griego y a la estructura normativa romana, derivó en la noción de derechos naturales y en la concepción de la ley como expresión de la razón común. La distinción entre el poder temporal y el espiritual, formulada por los teólogos cristianos, abrió el camino a la separación de poderes y a la autonomía del orden político respecto al religioso, sin perder el fundamento ético que le otorga legitimidad.

En el ámbito jurídico, la redescubierta del Corpus Iuris Civilis de Justiniano durante el Renacimiento jurídico del siglo XII revitalizó el estudio del Derecho romano y lo articuló con la moral cristiana y la lógica aristotélica, dando origen al Ius Commune europeo. Este Derecho común sirvió de base para la formación de los sistemas jurídicos nacionales y, en última instancia, para el nacimiento del Estado moderno y del constitucionalismo liberal.

Desde una perspectiva contemporánea, la herencia conjunta del cristianismo, el derecho romano y la filosofía griega continúa informando los valores fundamentales de la cultura occidental: la dignidad de la persona, la racionalidad del derecho, el principio de legalidad y el ideal de justicia como orden moral objetivo. La actual noción de derechos humanos no puede entenderse sin esa triple raíz que une la razón, la ley y la fe en un mismo horizonte de sentido.

Finalmente, la vigencia de estos tres pilares no reside en su literalidad histórica, sino en su capacidad para ofrecer fundamentos normativos y éticos al mundo contemporáneo. En un tiempo de crisis moral y relativismo jurídico, redescubrir el diálogo entre la filosofía griega, el Derecho romano y el cristianismo permite recuperar una visión integral del ser humano y del Derecho: una visión que reconcilia la razón con la fe, la norma con la justicia y la técnica jurídica con la dignidad trascendente de la persona.

José Manuel Jerez

Abogado

El autor es abogado, con dos Maestrías Summa Cum Laude, respectivamente, en Derecho Constitucional y Procesal Constitucional; Derecho Administrativo y Procesal Administrativo. Docente a nivel de posgrado en ambas especialidades. Postgrado en Diplomacia y Relaciones Internacionales. Maestrando en Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Diplomado en Ciencia Política y Derecho Internacional, por la Universidad Complutense de Madrid, UCM.

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