En la entrega anterior, a partir de la más reciente publicación del Banco Central sobre la evolución del empleo, se analizó un hecho incuestionable: durante enero-septiembre, la economía dominicana logró generar empleo formal de manera sostenida, incluso en un entorno internacional adverso. Ese desempeño constituye una noticia positiva, coherente además con el diagnóstico reciente del Fondo Monetario Internacional en su Informe del Artículo IV, que reconoce la solidez macroeconómica del país y su capacidad de crecimiento aun en un contexto global incierto. La formalidad laboral implica acceso a la seguridad social, mayor estabilidad contractual y una mejora sustantiva frente a la precariedad del empleo informal. Sin embargo, se advertía también que celebrar el empleo como un fin en sí mismo, sin interrogar la estructura productiva que lo genera, conduce a una lectura incompleta del desarrollo. Y quizá, a un gozo vano, fofo, hueco.

Esta segunda entrega parte precisamente de ahí: de la necesidad de ampliar la mirada. Aun cuando el empleo avance y los indicadores laborales convencionales mejoren, la transformación productiva en la economía dominicana sigue siendo la asignatura pendiente. Más que poner el acento en la cantidad de empleos creados, el foco se desplaza hacia la naturaleza del modelo económico que los genera y los sostiene.

1.  Un crecimiento que crea empleo, pero no transforma

Durante las últimas décadas, la economía dominicana ha mostrado una trayectoria que, a primera vista, parece virtuosa: crecimiento sostenido, estabilidad macroeconómica y capacidad de generar empleo incluso en contextos adversos. En términos agregados, el desempeño luce sólido y ha permitido al país sortear choques externos con mayor resiliencia que otras economías de la región.

No obstante, una mirada más detenida revela una paradoja persistente. A pesar de estos logros, los avances en productividad, salarios reales y reducción estructural de la pobreza han sido limitados y desiguales. La brecha entre el dinamismo macroeconómico y el bienestar social sigue siendo significativa. Y esa brecha no puede explicarse únicamente por el funcionamiento del mercado laboral; remite, más bien, a la naturaleza del aparato productivo que sostiene ese crecimiento y ese empleo.

En otras palabras, la economía crece y emplea, pero no transforma con la misma intensidad. El resultado es un patrón de desarrollo que incorpora trabajadores al mercado formal, pero no logra modificar de manera sustantiva las condiciones que determinan la productividad y los ingresos.

2.  Empleo formal, productividad limitada y vulnerabilidad persistente

El empleo es, en esencia, una variable derivada. Su calidad depende de la calidad de la inversión, de los sectores en los que esta se concentra y del tipo de actividades económicas que predominan. Cuando la inversión se orienta mayoritariamente hacia sectores de bajo valor agregado, con escasa innovación y limitada incorporación tecnológica, el empleo que se genera tiende a reproducir esas mismas características. Es, como reza el dicho, de tal palo, tal astilla.

En la República Dominicana, el crecimiento económico ha estado fuertemente apoyado en sectores como la construcción tradicional, la agricultura primaria, las zonas francas de ensamblaje básico, el turismo de enclave (sol y playa), el comercio informal y minorista de subsistencia, el transporte y la logística de baja complejidad, así como ciertos servicios financieros de bajo contenido tecnológico. Estos sectores cumplen un papel relevante en la absorción de mano de obra y en la dinámica económica general, pero presentan restricciones estructurales importantes.

Su productividad es relativamente baja, su capacidad de escalamiento es limitada y los encadenamientos productivos que generan son débiles. Como resultado, los salarios tienden a ser modestos y las oportunidades de mejora sostenida de los ingresos son escasas. El empleo puede ser formal, pero sigue siendo frágil en términos de estabilidad económica y movilidad social.

De ahí surge una segunda paradoja: el empleo formal crece, pero la calidad del ingreso no mejora al mismo ritmo. Muchos trabajadores, aun insertos en el mercado formal, permanecen en condiciones de vulnerabilidad económica, con ingresos insuficientes —“suelos de cebolla”, que sacan lágrimas— para sostener niveles adecuados de bienestar o para enfrentar choques adversos. La formalidad laboral, aunque necesaria, no garantiza por sí sola estabilidad económica ni reducción sostenida de la pobreza.

La persistencia de una clase media frágil, altamente expuesta a crisis económicas, fenómenos externos o shocks de ingresos, es una manifestación clara de este límite estructural. Cuando amplios segmentos de la población dependen de empleos de baja productividad, cualquier desaceleración económica se traduce rápidamente en pérdida de bienestar, incluso sin que se destruya empleo de manera significativa.

3.  Los límites del modelo productivo vigente

La raíz del problema no reside en los trabajadores ni exclusivamente en los empleadores. Esencialmente, se encuentra en la estructura de incentivos del modelo económico, que favorece actividades intensivas en mano de obra, pero con bajo contenido tecnológico y escasa capacidad de generar valor agregado. Este modelo ha sido eficaz para crecer y absorber empleo, pero insuficiente para elevar de manera sostenida la productividad y los ingresos.

Sin una estrategia clara de transformación productiva, la economía tiende a reproducir un patrón de crecimiento extensivo: más actividad, más empleo, pero sin cambios profundos en productividad ni en la distribución del ingreso. A ello se suman restricciones fiscales que limitan la capacidad del Estado para invertir de manera sostenida y ofrecer una educación de calidad, innovación y desarrollo tecnológico, elementos indispensables para impulsar esa transformación.

En este contexto, el empleo termina funcionando más como un mecanismo de absorción laboral que como un verdadero motor de desarrollo. La economía logra incorporar trabajadores al mercado formal, pero no consigue transformar de manera sustantiva las condiciones que determinan los niveles de productividad y, por ende, de ingreso. El resultado es un equilibrio frágil: empleo sin transformación, formalidad sin progreso estructural.

En suma, la creación de empleo formal es un avance que debe reconocerse y valorarse. Pero no puede convertirse en un sustituto del debate estructural que la economía dominicana necesita. Cuando el empleo no logra elevar la productividad, mejorar de manera sostenida los ingresos ni fortalecer la movilidad social, deja de ser un motor de desarrollo y se convierte en un reflejo de los límites del modelo productivo vigente.

Desde esta perspectiva, el análisis del empleo no se agota en sus cifras ni en su evolución reciente. La pregunta central pasa a ser qué tipo de estructura productiva está detrás de esos resultados y qué capacidad tiene para sostener un desarrollo más robusto y duradero. De esto se ocupará el contenido de la tercera entrega.

Juan Tomás Monegro

Académico y consultor.

Economista, graduado en México. Académico y consultor. Doctorado en Economía. Ex viceministro de Desarrollo de Industria, Comercio y Mipymes, y ex Viceministro de Planificación en el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (MEPyD).

Ver más