Letrero en alfabeto ciriělico.

En el mundo que veo, la visita iniciada en esta semana del ministro de Relaciones Exteriores ruso a América Latina, y que incluye a República Dominicana, tiene más importancia de la que siento perceptible en mi entorno.  Hay una razón sencilla para ello: en el imaginario colectivo, el imperio ruso (de los zares) y América Latina suelen percibirse como dos regiones desconectadas geográfica e históricamente.

Durante los siglos XVI y XVII había una verdadera distancia. Por un lado, los rusos visualizaban su crecimiento dirigiéndose hacia Siberia y Asia y por otro, el continente entre los océanos Atlántico y Pacífico se concentraba en recibir europeos y africanos, ni pensar en “salir” a explorar.

Más tarde, los planes expansivos de Pedro el Grande (1682-1725) y Catalina la Grande (1762-1796) los llevaron a estos dirigentes a desarrollar un poderío naval que hicieron posible un inicio de conocimientos sobre productos de ambos lados del mundo, pero fueron tentativas ligeras. En el siglo XIX, la postura rusa con respecto a las luchas independentistas en América Latina fue conservadora identificándose más bien con las potencias europeas a pesar de que empezaron a establecer relaciones diplomáticas con los países más grandes de la región. Fue en el siglo XX donde empezaron a percibirse los primeros ecos con diversidad de países, sobre todo a nivel cultural. Por ejemplo, en República Dominicana, durante la primera mitad de ese siglo a la hija de un supervisor de Educación a quien le gustaba la danza clásica, la llamaban “la pavlovita” en alusión a Anna Pavlova, la célebre bailarina rusa.

El asentamiento del sistema comunista en la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la admiración e ilusión que llegó a concitar Fidel Castro y el trabajo de muchos dirigentes de partidos comunistas en América Latina incidieron en que muchos latinoamericanos conocieran a las repúblicas soviéticas y a los países de población eslava. Además, en plena Guerra Fría y casi como una manera de demostración de las virtudes del capitalismo, en Estados Unidos los presidentes Ford y Carter estuvieron abiertos a que agencias de turismo norteamericanas organizaran paseos a la Unión Soviética para viajantes de todo el continente americano.

En ese mismo siglo, las intervenciones de Mikhail Gorbachov (autor de “La perestroika”) y de Boris Yeltsin, implicaron la finalización del régimen comunista lo que conllevó apertura interna y externa con muchos más intercambios comerciales, culturales y deportivos entre estos territorios y sus habitantes.

En este siglo XXI, como en el pasado, un presidente de los Estados Unidos también está favoreciendo que haya mayores relaciones entre regiones antes distantes. Hace más de veinte años, uno de los primeros rusos en tener residencia en República Dominicana fue el célebre bailarín disidente Mikhail Baryshnikov, se dice que invitado por Oscar de la Renta. Hoy día hay tantos visitantes rusos y ucranianos que hay letreros en alfabeto cirílico con anuncios destinados a ellos.  Esta visita de Serguéi Lávrov se inscribe en una trayectoria que se hace cada vez más compleja y profunda.

Jeanne Marion Landais

psicóloga y escritora

Jeanne Marion-Landais cuenta con una experiencia profesional importante en el mundo financiero y diplomático. Ha vivido en Estados Unidos, Francia y República Dominicana y su mirada al mundo está permeada por sus vivencias en estos países. A título voluntario colabora desde el 2014 con El Arca, asociación en torno a la discapacidad intelectual. Es madre de dos hijos.

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