Situada en el centro de Las Américas y en el corazón del Caribe, la República Dominicana ha impulsado una industria de servicios vinculados al sector turismo aprovechando su localización estratégica, la belleza de sus recursos naturales, su exquisito clima durante todo el año y la calurosa acogida de su gente.
Con el tiempo se han producido mejoras basadas en las lecciones aprendidas, incidiendo en la construcción de destinos más ordenados, sostenibles en el tiempo y que contribuyan a impulsar el desarrollo más allá de las paredes de los hoteles. Como parte de esta evolución se destacan tres modelos claves en la historia del turismo dominicano que evidencian aciertos y tropiezos, útiles para la construcción de una propuesta vinculada al desarrollo del territorio.
A finales de la década de los sesenta, un grupo de inversionistas adquirió unas tierras desoladas en la zona este del país localizadas en Yauya o Punta Borrachón, iniciando un modelo liderado por el sector privado con visión de largo plazo que dio origen a Punta Cana. Una apuesta integral impulsada por la familia Rainieri que apostó por la inversión en infraestructura propia, elevados estándares ambientales, el control del suelo y una marca-destino coherente. Un modelo exitoso en términos de resiliencia y competitividad, con una participación limitada del gobierno, lo cual evidencia la importancia de que el Estado tenga una presencia más continua para contribuir en el ordenamiento de un destino más allá del límite de la infraestructura privada.
La presente generación es parte de la construcción de un nuevo modelo para la República Dominicana, localizado en Cabo Rojo y la Región Enriquillo, una propuesta liderada por el sector público y que integra la experiencia del sector privado
El segundo modelo resalta a partir de la década de los setenta, cuando se instruye al Banco Central a través de la Ley 256-75 a encargarse de la planificación y control de desarrollo (Art. 3) del polo de Puerto Plata definido como zona prioritaria con fines de interés turístico en el Decreto 2125 del 1972, estableciendo para fines de interés turístico una zona de 10 kilómetros a partir de la costa para realizar el desarrollo urbanístico con miras al incremento turístico. Es así como, bajo una lógica de sustitución de exportaciones y diversificación económica, se concibió el turismo como motor de balanza de pagos y empleo regional, operativizando la operación a través del Fondo Nacional de Fomento al Turismo (INFRATUR) en coordinación con todas las entidades de la Administración Pública. Un modelo que muestra el impulso exclusivo del gobierno, en una franja limitada del territorio con una frágil sostenibilidad en el tiempo.
La presente generación es parte de la construcción de un nuevo modelo para la República Dominicana, localizado en Cabo Rojo y la Región Enriquillo, una propuesta liderada por el sector público y que integra la experiencia del sector privado, donde se establece un plan maestro para la infraestructura hotelera y se acompaña este activo con una planificación estratégica que define las acciones priorizadas para el desarrollo de toda una región. Un territorio de gran potencial, que goza de recursos naturales únicos y se encuentra rodeado de oportunidades para el desarrollo de actividades complementarias para el desarrollo del país y la mejora de la calidad de vida de sus residentes.
Cabo Rojo es más que turismo. Cabo Rojo es el activo más importante para impulsar el desarrollo integral de la Región Enriquillo, aprovechando su potencial para consolidar un destino regional que complemente la oferta nacional, resalte los atractivos locales, mejore la calidad de vida de su gente y tome en cuenta cada rincón de su territorio.
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