Persiste la tendencia en la cabeza del ser humano de no aceptar la realidad de determinados hechos que, a simple vista, parecen insignificantes, individuales; pero que a la sazón arrastran todo lo contrario. Eso puede ocurrir y ocurre, desde un hogar cualquiera, un barrio, un pueblo o un país, sus gobernantes o en la mejor familia. Son los casos que destapan tal o cual “mal hábito” o comportamiento perteneciente al reino de la oscuridad de nuestra intimidad.
De ahí que ande corriente abajo, al pecho, los “destapes” respecto a nuestros bajos instintos en el orden intelectual, deportivo, religiosos y otros tantos, que no cabrían en estas líneas de escritura de emergencia, si fuera la intención enumerarlos con cabeza de Medusa. Tengo a mano siempre un socorrido refrán, que no le he buscado sus orígenes ni lo voy a hacer: “La sábana del diablo es estrecha, por un dedo se delata el cuerpo entero”.
Entonces, cuando se descubren nuestras “debilidades” emergemos a moco tendido hacia afuera, es decir, la opinión pública pasa a reconocer “todo” lo que se nos atribuye y a cebarse en ello. Reconocer aquí no es admitirlo. Si está en voz al cuello, callar solo es suplicio tantálico. Hay que entender, que en estos tiempos hay que andarse con cuidado con nuestros “hábitos oscuros”, y más cuando representamos a un sector de la sociedad del espectáculo (inclúyase al Congreso y Ministerios) y como todo ya es un espectáculo, no voy a diferenciarlos ni a enumerarlos. Basta con solfear en la imaginación al sol. Los casos hieden en el ámbito local e internacional. Sostengo que usted puede ser todo lo que le venga en ganas, hacer de su vida… pero no debe de olvidar que vivimos, compartimos una condición X, que el hecho de que no se sepa algo que hacemos a oscuras en nuestras vidas “privadas”, robar, por ejemplo, no es garantía de que no se sepa mañana y mañana puede ser veinte años a lo Gardel.
Los actos oscuros no perimen. Tales actos dicen quienes somos allá abajo o arriba, como usted quiera. No es que cambiemos nuestra naturaleza “rara” o enriquecernos a vapor, para adecuarnos o aparentar ser normales, cuando estamos muy lejos de ser “eso” que aparentamos y hasta somos por haber hecho… Somos realmente lo que el otro no ve, que es lo que atrae y hagamos lo que hagamos tenemos que tener la convicción de que tarde o temprano se va a saber e, indudablemente, no podremos alegar ignorancia. A pagar lo que hicimos, a moco tendido o no. Pidiendo perdón o no. Para eso es que se tiene cabeza, que no es para pensar, naturalmente, ventajosamente como siempre se hace y a hacer lo que nos conviene. La palabra perdón comienza con vigilarnos a nosotros mismos en lo que hacemos o nos vemos tentados a hacer. Si hace poco, eso significaba irse de un lugar y dizque olvidar, ya no basta. Hay demasiados ojos de los que ya no nos podemos esconder ni muertos, después del palo dado, el que nos permitía regocijarnos hasta la médula en nuestro interior, tildándolo de “errores de juventud”, y no es así. Los “errores de juventud” generan nietecillos, que esta “nueva sociedad” se complace, se goza, se vanagloria y hace una fiesta de ellos a destajo. Los héroes de masas, políticos, escritores, deportistas, religiosos, etc., deben redoblar sus meditaciones ante la vanidad que crea el “éxito” en la actividad que nos hace ver a nosotros mismo ante los demás como “seres elegidos”, que tenemos el privilegio de que compartan el aire con nosotros. Ellos están en el “deber” de pensar, de saber lo que hacen; que no necesariamente cuando la sábana nos descubre un dedito, y en un movimiento… sale el pus. Está la tendencia a creer, cuando estamos en lo que nos va a siquitrillar la vida por la mitad, de creer que nadie lo sabrá. No, no es que nadie los sabrá, sino que es dominio de la mayoría. Nuestras víctimas, podemos ser nosotros mismos, vamos a salir campantes y sonantes. Y no es así. Hay que andarse vigilante con nuestra naturaleza oscura, que la mejor manera de evitarse malos momentos es alejarse lo más que se pueda de lo que nos va a echar a perder mañana. Que el persistir con hacerlo menos no significa que ese sea el comienzo de que todo termine de una vez por todas de saber de dónde venimos y hacia dónde vamos. Nuestro prestigio desmoronado y el perdón de Dios o de… viento en popa.
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