Ayer alentado por los primeros rayos del sol, caminé unos minutos por la playa Bávaro. Recordaba lo años sesenta, cuando esto era un maravilloso lugar solitario. Yo lo conocía porque en vacaciones venía a trabajar dos y tres días para transportar, desde el boque cercano hasta el cocotal playero, madera para las líneas férreas de los ingenios del Estado y el Central Romana.
Tenía 14 años, pero ya conducía una camioneta tractor Mercedes Benz, que arrastraba una carreta para cargar la madera. Recorríamos 2 kilómetros por un sendero pedregoso, solo apto para vehículos especiales, para llegar a Verón donde los madereros buscaban en el bosque arboles de madera dura que cortaban y convertían su tronco en traviesas.
Comenzábamos cuando el sol iluminaba el campo y terminábamos al caer la tarde. A pesar del corto recorrido solo hacíamos custro viajes. Dormíamos en hamacas colgadas de dos cocoteros, y los mejores momentos eran las noches de luna llena, en que la luz dorada del cielo creaba un escenario maravilloso, a veces romántico, porque con un radio portátil escuchaba canciones de amor en las emisoras de Puerto Rico, y estaba de moda una que decía: “ya que no puedo decírtelo al oído por la suerte cruel que nos separa, quiero decirte por medio de esta canto que ya no puedo seguir sufriendo tanto, tú me haces falta tal vez más que mi propia vida…”. Recordaba los amores prohibidos con la chica de mi barrio, porque su madre quería que ella fuera al noviciado para ser monja.
En los inicios de los años setenta comenzó un proceso que cambio la historia de lo que entonces era una remota región asilada sin carreteras de acceso. Frank Rainieri trajo hasta aquí lo que entonces era un “sueño”: la idea de convertir la región en una zona de desarrollo turístico. Ahora donde estaba el campamento maderero de mi adolescencia florecen los hoteles del Grupo Barceló, que llegó en los años setenta, para seguir la aventura empresarial de Rainieri y del grupo francés Club Mediterrane.
Este jueves la hamaca de entonces fue sustituida por una cómoda habitación junto al Centro de Convenciones Barceló. Podía salir al jardín y caminar 50 metros para para llegar a la arena y en 4 minutos entrar en el restaurante y desayunar viendo el mar, escuchado el murmullo del agua batiendo la arena, y oler la mañana recordando las canciones de “WHKQ Cadena Radio el Mundo” de Mayagüez.
Lo que me esperaba a las 9.30 AM era ser parte del equipo de comunicación para apoyar la feria de comercialización internacional de comercialización turística, DATE2025, que termina hoy, en la que 400 empresas dominicanas en 120 estands, ofrecen sus servicios turísticos a turoperadores y agentes de viajes de América y Europa; y asisten más de cien periodistas. Ahora estas playas aportan más del 10% del producto interno bruto del país. El camino de piedras fue sustituido por una próspera comunidad con unos 200 mil habitantes, a cuyo aeropuerto llegaron en año pasado 4 millones de turistas. ¿Sueño? No. Dulce realidad.
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