La noticia de un sacerdote italiano muerto debido a que se suicidó le ha dado la vuelta al mundo, pero… La cuestión es que todo esto ha traído unas series de conjeturas y opiniones sobre la soledad del sacerdocio, como si ese fuese el problema principal de los presbíteros hoy día o la causa que pudiese desencadenar más situaciones parecidas a la del sacerdote italiano fallecido.

En mis años de seminario recuerdo una reflexión que nos dio el bien recordado y cura ejemplar P. Fernando de Arango, muy comprometido con la causa de los trabajadores y obreros, el jesuita P. acerca de la vocación sacerdotal. El comenzó citando el famosos libro del teólogo francés y mundialmente conocido autor en su momento Michel Quoist: “Oraciones para rezar por la calle”, destacando una oración, que era la del sacerdote un domingo por la tarde. En ella el cura se lamentaba y casi lloraba al ver a las familias pasear aquel domingo y sobre todo viendo a los hijos, que él decía que podían haber sido sus hijos, es decir, destacando el grado de soledad que sentía. El P. Arango nos decía, que aquella oración, era la de un individuo frustrado, no la del sacerdote o la de uno que no sabía verdaderamente lo que era el sacerdocio. Pues nunca se está solo, Cristo va con uno y nos acompaña, como aquella frase del Salmo que dice que él que te llamó, nunca te abandonará, y como también termina la oración.

Es cierto que necesitamos la compañía de los otros, de los demás, o muchas veces nuestra afectividad y hasta nuestra sexualidad nos reclama la presencia del otro o de otra. La primera, la afectividad, la realizamos a través de los amigos, la familia, la comunidad y más, siempre y cuando no nos encerremos en nosotros mismo y seamos puertas abiertas para los demás, y no entremos en laberintos espirituales de como se decía antes: ´´El sacerdote en la calle es un santo, en su celda un ángel y un demonio en casa ajena´´. Se puede compartir con madurez con los demás sin caer en extremos o en conductas ajenas a lo que somos, en ese saber compaginar estar en el mundo y no ser de él. En lo segundo la sexualidad, siempre se nos dijo desde el Seminario que era una lucha, pero que a nadie se le ponía una pistola en la cabeza para que aceptara el ser sacerdote, el P. Mateo Andrés nos decía en aquellas clases de Sicología de la personalidad, que se nos había dado a escoger una manzana o un guineo, que ambas nos gustaban, pero era elegir una, a sabiendas de renunciar a la otra. Hoy día la sociedad pansexualista en que vivimos pueden dificultar la cosa, pero no es un imposible, que se lleva muchas veces entre caídas y levantadas y nos recuerda nuestra humanidad, pero con la debida madurez y conciencia de lo que se es y se tiene entre manos, y la ayuda del Señor se puede.

Hay personas que ven con lastima al sacerdote y quieren rodearlo de cosas para que compense su soledad o posibles angustias ante el peso de la vocación que lleva. Hay sacerdote que se lamentan ante las gentes su condición de soledad y como una vez decía Mons. Juan Antonio Flores, hasta lloran ante ellos, otros la disfrazan con la búsqueda de otras cosas: riqueza, prestigio incluso hasta poder dentro de la misma Iglesia y se traicionan a sí mismo y a su vocación. Tenemos que ser conscientes: sacerdotes y laicos, a lo que el Señor nos llama, y nos invita a decidirnos libremente a sabiendas de las consecuencias que hay y el camino arduo que hay que recorrer, pero él no nos deja solo, nunca nos abandona, son muchas las mediaciones que nos ofrece para paliar dicha soledad, y no hay una mayor que el trabajo por su reino, pues en la medida en que trabajemos arduamente por él nunca estaremos solos.

William Arias

Vicario de Pastoral de la Arquidiocesis de Santiago. Administrador parroquial de la parroquia santuario Divino Niño. Director de la Escuela de Teología de la PUCMM Santiago. Secretario de la Comisión Nacional de la Animación Bíblica de la Pastoral.

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