Evitaré, con la mayor sabiduría, abordar la historia de nuestros dos países. Muy rápidamente, el observador respetuoso se da cuenta de que la razón no está presente en nuestras relaciones. Y Dios sabe qué diplomático ya está preparando sus instrumentos para convocarme a duelo o al tribunal. Vivimos en una época, en la cual fuera de todos los conflictos improductivos, unos pocos pueden realizar milagros increíbles. Si les dijera que casi cada semana me paseo por El Conde. Con, sin duda, imaginación y mi pasaporte de poeta.
Cuando me enteré del fallecimiento de René Fortunato, en compañía de algunos amigos, improvisé un curso sobre su obra, sin pizarra ni pantalla gigante. Con nuestros pequeños teléfonos. He hablado de él como cuando a finales de los años 90 introduje sus primeros documentales en el Instituto Francés de Puerto Príncipe y la Universidad Quisqueya. El domingo 20 de julio, con una rosa en la mano, fui a una iglesia a unos 50 metros de casa, para saludar la memoria de un dominicano que me impresionó considerablemente. Fortunato era una personalidad humilde.
Al final de la tarde, quería llamar a alguien en Santo Domingo por teléfono para hablar de Fortunato. Fue entonces cuando me di cuenta de que la República Dominicana está diez veces más lejos de Haití que el país de Zelensky (Ucrania). Olvido cada vez más los nombres, pero el perfume de Gascue; de La Duarte y de El Conde parecen aferrarse eternamente a mi corazón. Me senté en algún lugar de El Conde y solo me puse a imaginar un mes de actividades en Haití, alrededor de la obra de Fortunato. ¿Por qué no?
Acabo de escribir lo suficiente para que me fusilen una buena cantidad de haitianos. Pero debo confesar que a menudo soy muy indiferente del «pueblo oficial». Dentro de poco, reuniré algunos amigos. Con nuestros teléfonos y lo que tenemos, rendiremos homenaje al distinguido amigo e historiador pionero dominicano René Fortunato. Y precisamente, con Fortunato, podemos hablar de nuestros dos países sonriendo.
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