Normalizar el no cumplimiento de las reglas establecidas (sea en el arte o en las actividades cotidianas del quehacer social) es parte de nuestra herencia política y cultural, razón por la que estamos sumidos en un caos eterno. La justicia se interpreta “medalaganariamente” según convenga.
En un artículo de Juan Carlos Botero titulado “La corrupción en el arte contemporáneo”, que data del 2013, expresa que uno de los principales problemas que encuentran quienes orientan al público sobre posibles fallas o virtudes de una obra, a veces están cohibidos dada la corriente de tiranizar las artes. Todo es válido, todo es arte y todo es permitido.
Está claro que es una premisa falsa, extremista e incoherente. Solo mirar lo que ha perdurado en el tiempo, las obras y talentos que han prevalecido.
Para nadie es un secreto que el arte ha estado secuestrado por los personajes más cultos de cada época y los más adinerados, donde la ausencia de democracia podría terminar en un sesgo de consideraciones al artista.
Es mi parecer que el arte contemporáneo siempre ha existido, no como una corriente, pero sí como una forma contestataria y de rebeldía ante los dogmas de estas élites que se consideran con la verdad absoluta para atribuirle calidad exagerada o descalificar, argumentando detalles que nada tienen que ver con la obra per se.
Si miramos al pasado, vemos cómo el teatro siempre ha utilizado la burla y la denuncia para generar reflexión, conciencia y cambio social. A través de la sátira, se exponen problemáticas, se cuestiona el poder y el statu quo abordando temas espinosos o censurados de manera encriptada para que puedan llegar al público y transmitir mensajes que llamaban a la reflexión y al mismo tiempo salvar el pellejo de la opresión y doble moral que utiliza el dedo de Diógenes para apabullar como a un mosquito.
Juan Pablo Duarte, por ejemplo, siendo militar de formación y genio estratega, es conocido como el "Padre del Teatro Dominicano" por fundar sociedades como La Filantrópica y La Dramática, que utilizaron el teatro como medio de propaganda y concienciación para promover la causa independentista durante la ocupación haitiana.
Si bien es cierto que en el siglo pasado fue que inició a considerarse el arte contemporáneo como una corriente artística, no menos cierto es que ¡siempre ha existido! Lamentablemente, se ha radicalizado y los mensajes subliminales son sinsentidos; queremos copiar de naciones “más avanzadas” donde prima el mercantilismo y el dinero importa más que el arte en sí.
Vemos obras de reconocidos artistas muy por debajo de sus capacidades, pero nadie se atreve a criticarlas por el hecho del artista per se, no por la calidad de la obra. Esto quizás bajo el argumento promovido por estas corrientes sin criticidad, buscándole sentido a lo que el mismo artista no le dio y, para colmo, se ofende por todo, ya que todo es todo y nada es nada.
Cuando hablamos de una “bienal de arte” donde se proyectan las nuevas corrientes, tendencias y se mide el pulso del arte en un determinado país, vemos que existen reglas, no reglas creativas ni que encasillen el estilo o la representación de las ideas, sino reglas simples como: Qué es una escultura, qué es una fotografía, qué es una pintura, una instalación, un performance, un video, etc. Ya la ardua tarea de definir cuál es buena o mala y cuál es la mejor bajo criterios artísticos, de narrativa, técnica e interpretación es un asunto muy particular.
Las reglas no pueden entrar en este juego de percepciones y multiversos; las reglas están para cumplirse y, cuando están obsoletas, se modifican. NO PUEDE EXISTIR UNA JUSTICIA CONTEMPORÁNEA donde el caos y las posibles macarrullas imperen y con un simple comentario se haga justicia en tiempos donde todo es posible solo si lo imaginas.
¡No todo el que lee mucho sabe; el conocimiento mal aplicado es peor que la ignorancia!
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