La gestión del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, podría hacer más grande ese país, como reza su lema, si reduce el endeudamiento y el déficit fiscal, y crea más empleos para los norteamericanos.

Es una posibilidad. Incluso podría ser que Estados Unidos decida gastar menos recursos en asuntos militares y bélicos, salga de la OTAN y de las Naciones Unidas, y se ahorre los fondos que aportaba a la Organización Mundial de la Salud, a la Unesco, al pacto para el Cambio climático, y que reduzca el financiamiento para programas sociales que se aplicaban a minorías étnicas, personas con discapacidades y necesidades especiales, entre otro grupos desprotegidos.

Sin embargo, la búsqueda de un Estados Unidos más grande a cualquier precio no parece una buena apuesta: Un Estados Unidos más grande aislándolo del mundo democrático y del compromiso para unas sociedades más justas, con menos enfermedades y epidemias, con cultura más sólida, con menos hambruna e injusticias, es una tendencia que podría tener respuestas inesperadas y no previstas en los análisis de quienes han elaborado los planes del nuevo gobierno estadounidense.

Muchas agencias del imperio han sido afectadas, incluyendo las de apoyo a sociedades altamente atrasadas, como la visión que dio origen a USAID en los años sesenta en el gobierno de John F. Kennedy. Ahora se incluyen la NASA (camino a su privatización), el CDC que no es otra cosa que el Centro de Control de Enfermedades. Estados Unidos ha anunciado sanciones para los miembros de la Corte Penal Internacional, porque esa corte dictó órdenes de prisión contra Vladimir Putin y Benjamin Netanyahu por crímenes de guerra y violación flagrante de los derechos humanos.

Entre las medidas anunciadas con desbordante alegría se encuentran la eliminación de la nacionalidad por el jus solis, el establecimiento del inglés como único idioma oficial para las atenciones que ofrecen algunas agencias de carácter social, la eliminación del statu temporal de protección para los ciudadanos de países en serias dificultades, como Venezuela, que afecta a cerca de 700 mil personas, o la de Haití, que afecta a 520 mil migrantes.

Todo ello es posible que haga más grande a los Estados Unidos. Pero la grandeza norteamericana le viene por su histórica capacidad de recibir migrantes de los lugares más recónditos del mundo, incorporarlos como parte de ese país, integrarlos como gestores de empresas, creadores, investigadores, promotores de la ciencia, para envolverlos en lo que se ha denominado “el suelo americano” amparado en el melting pot.

Estados Unidos, como potencia con presencia e influencia en el mundo, tiene una gran responsabilidad con la seguridad, el bienestar, el desarrollo y la prosperidad universal. Achicar esa responsabilidad es hacerlo más pequeño, no más grande. Es renunciar a su condición de potencia, que a su vez le ha permitido universalizar muchas de sus expresiones culturales y su estilo de vida, el American way of life. Es también lo que ha influido en que las agencias globales, como Naciones Unidas, o hemisféricas, como la OEA con todas sus dependencias, la mayoría con sus principales oficinas en suelo norteamericano.

La política de agredir a los aliados con aranceles, para humillarlos y reclamarles  que se inclinen ante los deseos del imperio, es renunciar a la diplomacia comercial y al debate civilizado. Este martes entran en vigencia los aranceles del 25% a los productos procedentes de México y Canadá. Un arma de doble filo, que afectará a los ciudadanos norteamericanos, mientras se ayuda a los más ricos estadounidenses a aumentar sus fortunas reduciendo los impuestos.

La decisión de agredir en su propia casa a un presidente de un país agredido e invadido, como pasó la pasada semana, es olvidar la continuidad del Estado, y que fue Estados Unidos el país que empujó a Ucrania a integrarse a la OTAN y a generar un conflicto que su vecino Rusia resolvió invadiendo militarmente a la exrepública de la desaparecida URSS.

El ejemplo que está brindando Estados Unidos con Donald Trump podría ser una estrategia de negociación, y hasta podría tener éxito, temporalmente. Lo que no están analizando los actuales estrategas de la Casa Blanca es el lastre de destrucción, rabia, rechazo, indignación, odio y malquerencias que está gestándose en los antiguos aliados del imperio.

Estados Unidos ha renunciado a su condición de país de mayor peso político y económico global, y la responsabilidad que tal condición conlleva. Está cerrando sus fronteras, para servir y servirse exclusivamente de sus ciudadanos. La industria global, de la que se ha servido con creces y que alentó durante decenios, está quedando atrás.

Al mismo tiempo, la República Popular China está esperando con su paciencia ancestral, que los movimientos que se realizan tengan firmeza. Los europeos se preparan para superar las circunstancias actuales, que son temporales, y forjar alianzas fuertes sin Estados Unidos. Tal vez les toque atender más a los negocios y acuerdos con China. Las fronteras que reivindica el nuevo poder norteamericano, en realidad son obstáculos para el nuevo imperio que está por nacer, y que observa con paciencia los coletazos del poderío estadounidense. Ucrania será solo un recuerdo de la indignidad frente a un pueblo invadido.