En momentos en que el gobierno de Israel lleva a cabo un plan de exterminio del pueblo palestino en la Franja de Gaza, gana apoyo en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y en otros escenarios de la diplomacia la creación del Estado de Palestina, como una vía indispensable para avanzar hacia una paz duradera entre los pueblos palestino e israelí.
En un mundo donde la diplomacia y el respeto por los derechos humanos deberían guiar las relaciones internacionales, el reconocimiento del Estado de Palestina viene a ser un imperativo moral y estratégico.
El reciente impulso de diversos países para apoyar oficialmente la creación de un Estado palestino no es simplemente un acto simbólico: es una señal clara de que la comunidad internacional está dispuesta a apostar por una solución justa y duradera al conflicto israelí-palestino.
Durante décadas, el pueblo palestino ha vivido bajo ocupación, desplazamiento y fragmentación territorial. Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este han sido escenarios de repetidas crisis humanitarias, tensiones militares y una profunda frustración colectiva. Mientras tanto, los Acuerdos de Oslo, firmados en los años 90 con la esperanza de un camino hacia la paz, se han ido erosionando por la falta de avances concretos y el continuo crecimiento de asentamientos ilegales israelíes en territorio palestino.
El apoyo internacional envía un mensaje claro a los sectores más extremistas de ambos lados: el futuro no puede construirse a partir de la violencia, la exclusión o la ocupación indefinida.
El reconocimiento internacional del Estado palestino no pretende negar la legitimidad ni la seguridad del Estado de Israel. Al contrario, busca crear un marco de equidad y justicia, en el que ambos pueblos puedan coexistir en paz, con fronteras seguras y reconocidas, conforme al principio de los dos Estados. Este principio ha sido respaldado por resoluciones de la ONU, por la Liga Árabe, la Unión Europea y muchos otros actores internacionales.
Quienes se oponen a este reconocimiento argumentan que debe ser el resultado de negociaciones directas. Sin embargo, ¿cómo puede una parte negociar en condiciones de profunda desigualdad? El reconocimiento del Estado palestino reequilibra parcialmente la mesa de diálogo, ofreciendo a los palestinos una voz con mayor peso y legitimidad.
Además, el apoyo internacional envía un mensaje claro a los sectores más extremistas de ambos lados: el futuro no puede construirse a partir de la violencia, la exclusión o la ocupación indefinida. Solo un horizonte político viable, con dos Estados que vivan en paz y con respeto mutuo, podrá romper el ciclo de odio y sufrimiento que ha marcado esta región durante más de siete décadas.
Reconocer al Estado de Palestina no es un favor, es un acto de justicia. Y sobre todo, es una apuesta por la paz.
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