Las cifras del Centro de Operaciones de Emergencias (COE) en la primera fase del operativo “Conciencia por la Vida, Navidad 2025-2026” son un espejo doloroso de nuestra realidad.
Entre el 23 y el 25 de diciembre se registraron 118 accidentes de tránsito, con un saldo de 11 personas fallecidas y 144 afectadas. De los accidentes, 94 involucraron motocicletas, confirmando que este grupo sigue siendo el más vulnerable en las vías del país, pero también el excesivo parque vehicular de dos ruedas.
A ello se suman los casos de intoxicación alcohólica y alimentaria, que aunque mostraron una reducción respecto al año anterior, continúan siendo una expresión de los excesos que caracterizan estas fechas. Y más cuando involucran a menores de edad y a mujeres embarazadas.
Sin dudas es un patrón de inseguridad el que tenemos cada diciembre. Las calles y carreteras del país se convierten en escenarios de tragedias que se repiten con alarmante regularidad. La combinación de alcohol, imprudencia y falta de conciencia ciudadana genera un cóctel mortal que ni los operativos más ambiciosos logran contener.
El COE despliega miles de brigadistas, ambulancias y retenes policiales. Sin embargo, los resultados muestran que la prevención no puede improvisarse en tres días de operativo. La seguridad vial y la reducción de intoxicaciones requieren un trabajo previo, constante y profundo, que no puede empezar a los pies de las fiestas decembrinas.
Si queremos que la Navidad sea realmente un tiempo de vida y esperanza, debemos encender la antorcha de la responsabilidad ciudadana durante todo el año. Y más aún, en el feriado de fin de año que se aproxima.
Es decir, la anatomía de estos excesos revela una verdad incómoda: no basta con lanzar operativos cada Navidad. La prevención debe comenzar en las escuelas, en las comunidades y en los hogares.
Pendientes están los proyectos de educación vial desde edades tempranas. Urge una publicidad estatal enfocada en campañas permanentes contra el consumo excesivo de alcohol. Mientras se habla de fusión ministerial por temas administrativos, la formación ciudadana está fuera del currículo y se hace casi imposible que la población vincule responsabilidad individual con bienestar colectivo.
Las muertes y accidentes de este feriado no son simples estadísticas: son familias destrozadas, sueños truncados y un país que sigue pagando el precio de la falta de conciencia. La verdadera anatomía de los excesos nos obliga a mirar más allá de los boletines del COE y a preguntarnos qué estamos haciendo como sociedad para evitar que cada diciembre se convierta en un memorial de tragedias.
Si queremos que la Navidad sea realmente un tiempo de vida y esperanza, debemos encender la antorcha de la responsabilidad ciudadana durante todo el año. Y más aún, en el feriado de fin de año que se aproxima.
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