Al despedir el año 2025 creo pertinente compartir algunas reflexiones acerca del evento ecológico probablemente más relevante del periodo: la “cadena humana” realizada en el mes de julio frente al Jardín Botánico “Dr. José María Moscoso”, como forma de protesta debido al anuncio anticipado por las autoridades oficiales de que se reduciría uno de sus laterales para facilitar la ampliación de la avenida República de Colombia.
Nadie en su sano juicio duda que las plantas sienten, que tienen vida. ¿Acaso no tenía razón Aristóteles cuando atribuyó “ánimas” o almas a los vegetales? Ni qué decir de los teóricos del pensamiento vegetal, para quienes las especies del reino plantae no solo poseen inteligencia, sino también valores intrínsecos que habrán de ser reconocidos.
El Jardín Botánico fue amenazado con su recorte por parte del gobierno. Los rumores circularon desde la última semana de junio, pero en julio se hizo público el anuncio a través de medios tradicionales y las redes sociales. Activistas ecológicos, las comisiones ambientales de la Academia de Ciencias y de la UASD, así como otras entidades de raigambre ecológico impugnaron la iniciativa. El portavoz de los “indignados” fue el cineasta José María Cabral, en torno a quien se aglutinó un importante segmento de la ciudadanía, identificada con la consigna “Santo Domingo te quiero verde”.
La fuerte presión ejercida por amplios sectores de la sociedad llevó a las autoridades a dar marcha atrás al conflictivo proyecto, a tal punto que terminaron identificándose con el lema finalmente adoptado por los convocantes: “El Botánico no se toca”.
Resultó muy importante que el gobierno, sea por cuestión táctica o por intención sana apareciera, finalmente, como aliado de los defensores de la integridad del Jardín Botánico. No obstante, y transcurridos ya seis meses, ¿se han despejado las dudas frente al anuncio hecho por el gobierno cuatro días luego de efectuarse la manifestación de marras?
Las plantas están ahí atadas a la tierra: no nadan, no se arrastran, no corren, no vuelan. Se dejan atrapar, golpear, podar, arrancar o extinguir sin más. Su vulnerabilidad ontológica precisa de nuestra protección y conservación.
Con el poder casi omnímodo que tiene el Estado, las autoridades pueden emprender y materializar todo tipo de proyectos o megaproyectos; pero un jefe de Estado con sentido histórico y ético de sus ejecutorias debe sopesar con el debido cuidado las sugerencias o propuestas planteadas por sus equipos técnicos, sin importar que tengan el aval de sus ministros.
Es cierto que en muchas ocasiones los gobiernos y jefes de Estado se enfrentan a grandes dilemas. Pero en lo que concierne al plan de intervenir el 0.01% del Jardín Botánico, que involucraba parte de su verja oeste ¿se estaba frente a una situación de este tipo? La respuesta es negativa, pues en el caso que nos ocupa el Poder Ejecutivo no estaba conminado a elegir exclusivamente entre dos opciones presentadas. Antes bien, tenía la posibilidad de decidir entre diversas alternativas, y a lo que se aspiraba era que la decisión finalmente adoptada se correspondiera con el lema que, a la postre, hasta el mismo gobierno compartió.
Ante lo ocurrido, sin embargo, no resulta ocioso preguntarse: ¿Qué sucedería si, contrariando lo prometido por las autoridades, durante el proceso de ampliación de la concurrida vía se afectara o recortase uno de los más preciados pulmones de Santo Domingo?
Dos cuestiones han llamado mi atención en lo que atañe al Jardín Botánico Nacional. La primera es el rol que, en circunstancias como estas está llamado a desempeñar la Alcaldía del Distrito Nacional ¿Acaso debe mantenerse al margen de todo cuanto sucede? Segunda: Cómo explicar que un patrimonio natural de la República Dominicana, con el impacto positivo que ejerce en cuestiones tan indispensables como preservación de ecosistemas, investigación científica, recreación y purificación aérea de una ciudad altamente contaminada, no esté protegido por leyes específicas que lo protejan frente a iniciativas gubernamentales que pudieren atentar contra su integridad.
Los cuestionamientos anteriores sugieren comentar dos planteamientos emitidos por el ministro de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Me refiero al hecho de que, cuatro días previos a la manifestación en el Botánico, el licenciado Paino Henríquez explicó que el proyecto presentado por el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones “contempla una posible intervención en un lateral del Jardín Botánico”; para agregar enseguida, en forma de aclaración: “es un tema de una verja que se va a intervenir” (Hoy, Sección El País, 9 de julio de 2025).
Dado que se trataba de un plan vial trazado desde las altas instancias de la administración pública, resulta evidente que el señor ministro se propuso atenuar o minimizar el impacto ambiental que conllevaba la obra, al tiempo de colocar la pelota en la cancha del ministro de Obras Públicas y Comunicaciones.
Con estrategias comunicacionales bien diseñadas, y apelando al uso inteligente de eufemismos, el licenciado Henríquez incurrió en el empleo de un lenguaje ambiguo, probablemente dirigido a condicionar a la opinión pública nacional, con lo cual resulta evidente que evadió su responsabilidad en tanto cabeza de la entidad gubernamental responsable de resguardar el patrimonio natural de la nación. De este modo, quien estaba llamado a defender al Botánico, se colocó del lado de quienes se proponían afectarlo con su intervención.
Al ofrecer sus versiones en torno al controversial proyecto, el ministro hizo un llamado a la ciudadanía para que se tranquilice, puesto que “En ningún momento de la propuesta hay compromiso de la integridad física del Botánico” (Ib). Sin embargo, el planteamiento se desvanece por cuanto se deja abierta la posibilidad de “intervenir la verja”. Estas palabras y las que se refieren a la “integridad física del Botánico” son, a mi entender, las expresiones más comprometedoras del señor ministro.
A seis meses de estos hechos, conviene recordarlos para reafirmar el compromiso ético ambiental asumido por la defensa y preservación de nuestra flora. Muchas personas dan por supuesto que siempre tendremos asegurada la existencia de árboles y arbustos. Argumentan su proverbial fortaleza comparados con el resto de los seres vivos. También, su pródiga reproducción a partir de una simple semilla, y su autosuficiencia alimentaria.
Empero, analizadas con detenimiento, las especies vegetales son muy vulnerables, si se confrontan con otros seres vivos: un pez escapa raudo al más simple amago; un lagarto es molestado y se arrastra velozmente; un gato ve un peligro y corre imparablemente; al más simple movimiento extraño, la tórtola emprende un vuelo instantáneo.
Pero las plantas están ahí atadas a la tierra: no nadan, no se arrastran, no corren, no vuelan. Se dejan atrapar, golpear, podar, arrancar o extinguir sin más. Su vulnerabilidad ontológica precisa de nuestra protección y conservación. Afortunadamente, esta misma condición de indefensión las hace fuertes, tenaces: los seres vivos más fieles al conatus (deseo instintivo por permanecer en su ser); como lo hicieron ver, cada uno en su momento, Spinosa y Nietzsche.
El intento de reducir nuestro Jardín Botánico puso a prueba la conciencia ecológica de la ciudadanía capitaleña, dejando establecido que el principal pulmón de la Ciudad debe ser preservado íntegramente y, de ser posible, ampliado.
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