En la tarde del 30 de abril en una acera de un sector privilegiado de la Ciudad de Panamá había un letrero con la consigna: “No a la mina, sí a la vida”. La vida estaba representada por peces dibujados de forma tal que parecían sobrevivientes de una catástrofe.

Grupos de jóvenes y no tan jóvenes se movilizaron en varios puntos de la ciudad el 29 y el 30 de abril. Rechazan la reapertura de una mina de cobre y demandan pensiones dignas, como lo han hecho en distintos momentos de este año.

Las reflexiones y protestas de los jóvenes en contra de la explotación minera y otras actividades de gran impacto ambiental en zonas estratégicas para la conservación de ecosistemas y fuentes de agua claves para la sobrevivencia, aumentan en todo el mundo y particularmente en América Latina y África.

En Colombia, mujeres y jóvenes expresan cada vez más preocupación ante la posibilidad de que la minería de cobre y de otros elementos dañe ecosistemas y recursos hídricos de la Amazonía, que no solo es fundamental para la vida de pueblos originarios y de todo el país suramericano, sino también para la sobrevivencia del continente y a largo plazo, de todo el mundo.

Y en nuestra isla, hace décadas que ambientalistas, entre ellos mujeres y jóvenes, plantean la necesidad de tomar decisiones inteligentes para salvaguardar el agua, amenazada por la explotación de oro en un espacio insular de ecosistemas frágiles y degradados.

Los ecologistas europeos también están preocupados por posibles daños de la minería a la biodiversidad tanto en sus territorios como en otros lugares del planeta. No está en juego la belleza de un parque nacional, sino la sobrevivencia humana.

La válida preocupación de las juventudes

Ante este panorama, tiene sentido que los jóvenes estén preocupados y planteen las discusiones básicas para afrontar su supervivencia y la de sus descendientes. Son ellos y ellas quienes se tendrán que enfrentar a un mundo altamente contaminado y con impactos del cambio climático que todavía no hemos sufrido y con suerte posiblemente no sufriremos quienes ya pasamos de 40 años.

La minería es, en general, una industria de riesgos ambientales elevados.  Parece razonable, como plantean algunos grupos, que se practique solo la cantidad mínima necesaria para garantizar elementos básicos de la medicina y otras áreas que sostienen la vida, no la ambición de unos pocos. Suena a utopía este cambio civilizatorio que necesariamente debe trascender fronteras. Pero, sin cambios, la mayoría de los veinteañeros están destinados a un futuro todavía más contaminado que nuestro presente: una distopia de ríos sucios, aire irrespirable, playas dañadas y en algunos lugares, escasez de comida y agudización de los conflictos sociales.

Organizaciones internacionales como Oxfam  han alertado de que en los países empobrecidos las explotaciones mineras suelen tener impactos graves en las vidas de las personas: traslados forzosos, dificultades para tener acceso a agua potable, daños a la salud, divisiones en las comunidades y acoso por parte de las mineras o de la seguridad de los gobiernos.

En la República Dominicana, sacerdotes y otros activistas que se manifestaban contra la minería de oro a cielo abierto en Cotuí fueron agredidos por la Policía.

Fuera de América Latina y El Caribe, en la República Democrática del Congo, la minería ha creado un problema social mayúsculo que azuza divisiones ya existentes y se beneficia de las consecuencias del colonialismo y el neocolonialismo, de acuerdo con organizaciones defensoras de derechos humanos, incluyendo a Amnistía Internacional. 

En este contexto, si bien todos los jóvenes deben estar preocupados y ocupados ante este fenómeno, la urgencia por encontrar soluciones y llegar a acuerdos que frenen el desastre es mayor para los negros, los empobrecidos y los que pertenecen a pueblos originarios en América y África.

Los jóvenes del Sur global, a diferencia de las élites, no tienen plan B. Ante la degradación de sus países o comunidades, les esperan fronteras cerradas en los países ricos, discriminación e ilegalidad de generación en generación, y más incertidumbre ante el cambio climático.  Y aún en lo que llaman primer mundo, ¿quiénes estarán seguros y en ambientes sin excesiva contaminación y por cuánto tiempo?

Entonces, ¿cuánta agua estamos dispuestos a poner en riesgo por el oro que alimenta la especulación financiera?  Si eres de clase media o de clase trabajadora con ingresos relativamente altos en un país empobrecido y crees que el problema no es contigo, piensa bien antes de responder.

Quizás, el privilegio que ahora tienes de nada te servirá ante la catástrofe. Es probable que nunca seas lo suficiente blanco, angloparlante, rico, europeo o estadounidense para salvarte o salvar a tus hijos, nietos o hermanas. Y, sin una gobernanza mínima, a lo mejor ni las ciudadanías privilegiadas vivan en paz. Los jóvenes que protestan en Panamá, en Colombia o en República Dominicana tienen razón. Tratan de salvarse y de salvarnos a todos de un sistema cruel, irracional y que nos conduce al desastre.

 *Canoa Púrpura, es la columna del proyecto periodístico de Colectiva Púrpura y de su podcast Libertarias, que se transmite por La República Radio.

Riamny Méndez Féliz

Periodista

Periodista e investigadora. Coordina Libertarias, el segmento sobre mujeres, feminismos, derechos y nuevas masculinidades de La República Radio.

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