Después de leer a Pablo Neruda, he recordado erróneamente a Octavio Paz para llegar a la conclusión de que “la poesía emerge del poema como el poema de la poesía”. Sin embargo, la arbitrariedad del signo lingüístico carece de validez en la manifestación polifónica de la obra poética, pues esta, por medio de una pureza concreta e inasible, segmenta en dos las esquirlas de la realidad: Un plano signado por el mundo y sus misterios, y otro plano signado por casi nada y el macrocosmos de los mundos posibles.
La referida dualidad, al transitar por la imagen y el sonido, irá marcando todo lo que es poesía, o sea: esto y eso y aquello. Lo que invita a recordar un concepto primigenio: “poiesis”, y a entender la poesía como la madre de todas las artes. No sin razón decía Borges que un poema “se puede componer en la calle, en un subterráneo, paseando por los corredores de la Biblioteca Nacional…” porque el origen de la poesía está ligado al origen de todas las cosas y/o viceversa.
La historia de los pueblos, la más lejana y profunda historia de los pueblos, o, lo que es lo mismo, la historia de la humanidad, ha sido contada a través de la poesía. Basta pensar en el Poema del Gilgamesh, en la Ilíada, la Odisea, El Cantar del Mío Cid, El Cantar de Roldán, La Divina Comedia, El Ollantay, El Popol Vuh, etc. Como magistralmente lo expresa Franklin Mieses Burgos “La poesía estuvo al lado del Arcano/ en el momento de las nominaciones”. La poesía es una hoja tirada en el suelo, esperando un poeta que haga germinar los sueños de los pueblos.
Esta es la razón por la que no resulta baladí destacar el hecho de que, en Constanza, se encumbra una historia constancera por medio de la poesía; como tampoco es vano el esfuerzo que hace el pueblo por reconocer a estos poetas. Esta antología contiene una muestra de la mejor poética de este pueblo. Son 15 poetas que nos invitan a caminar por los universos líricos que recrean sus versos, a veces delirantes, sosegados otros. Inicia con Julio Adames y termina con Roberto Ortiz. Y en ese interregno una heterocósmica conceptual se erige, nos guiña un ojo y desdobla la sensibilidad de nuestra alma.
Van estas composiciones desde los poemas que se hunden en la ribera de la constancera noche plutoniana (Poe), de Julio Adames, Roberto Adames, René Rodríguez Soriano y un servidor; pasando por los poemas reflexivos, con un aire sicológico capaz de exorcizar todos los miedos, de Juan Emilio Batista, Roberto Custudio, José Elías Rodríguez y Roberto Ortiz; se crea un oasis con el hipotexto bíblico de imágenes plásticas que trabajan Ramón Espinal Abreu y Manuel Vicente García; Con Chely Lendar, César Cabral, Cristian Disla y Carlos Delgado cobran vida los palimpsestos donde el cosquilleo con el amor deviene con la misma ternura que lo hace el rocío sobre los prados del valle. Digna Mercedes Franco, única mujer en esta antología, trabaja una poesía de actualidad, tal es el caso de su poema titulado “Soneto a la pandemia”. También, partiendo del artificio del soneto, se embarca en una atinada reflexión respecto al mundo de la metapoesía. Estas son las líneas que traza la poética constancera, pero su universo es uno y diverso: El Valle de Constanza y los climas que han sido y serán, con cada estrella y cada luna que chorrea en sus aguas, a veces con violencia.
La poesía es el alma de los pueblos. En Constanza se levanta una generación de poetas que, con sus versos, ara sobre la neblinosa esfera del valle. Queda abierta la invitación a degustarlos. La tierra constancera florece entre metáforas, aliteraciones y metonimias que traspasan los límites de unas piedras letreadas, varios ríos, tres pirámides y un monumento en las alturas.
Pablo Reyes. Dr. en literatura y profesor de la UASD.
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