Borges tenía una visión de la realidad como espacio, no como tiempo. Naturaleza, animal y hombre –según el autor argentino–, corresponden a las tres dimensiones del espacio: largo, ancho y profundidad. Cuando tenía vista, Borges veía –como todo vidente—en volúmenes, superficies, líneas, planos, esferas y puntos, en unidades o como un universo total. Así pues, las plantas, los animales y los hombres conforman el orden espacial y orgánico de su mundo real. Es decir, en la simetría de la realidad, percibía el carácter enigmático del mundo de las cosas. Por consiguiente, veía una diferencia en el orden espacial, entre el mundo animal y el humano. En los animales y en las plantas, el tiempo es estático; en el hombre es dinámico. Si bien en Borges, el tiempo no existe, sino que es una ilusión del espacio, en el hombre hay una conciencia del tiempo, pues está hecho de la “sustancia del tiempo”, que lo crea y lo mata. De ahí que solo el hombre tiene historia y es capaz de construir los hechos históricos y tener conciencia de la historia. En tal virtud, tiene memoria del pasado y prefiguración del futuro. En ese sentido, el hombre, aunque no exista el tiempo real, posee un tiempo psicológico, imaginario e ilusorio: vive dentro de la esfera del tiempo; en cambio, el animal vive fuera del tiempo, y por eso no le angustia la eternidad ni la muerte, como al ser humano. En el animal, el mundo es intemporal y no posee una noción de la sucesión de la temporalidad. “Pienso que para un buen idealismo, el espacio no es sino una de las formas que integran la cargada fluencia del tiempo. Es uno de los episodios del tiempo y, contrariamente al consenso natural de los antimetafísicos, está situado en él, y no viceversa”, afirma Borges. Y continúa: “Por lo demás, acumular espacio no es lo contrario de acumular tiempo: es uno de los modos de realizar esa para nosotros única operación”.

Para Borges, vivimos en un “eterno regreso”, es decir, en un eterno y perpetuo retorno, que hace ilusorio el tiempo del mundo. En su visión algebraica y geométrica del tiempo y el espacio, y en su concepción aritmética del infinito, residen sus ideas acerca del mundo y de la realidad.  Cree en el tiempo cíclico, circular, y que los hechos, por tanto, se repiten cíclicamente, pero no son idénticos. “El presente es de todos; morir es perder el presente, que es un lapso brevísimo. Nadie pierde el pasado ni el porvenir, pues a nadie pueden quitarle lo que no tiene”, afirmó Marco Aurelio (Citado por Borges). Lector de Schopenhauer, Borges cita un libro del alemán, que lo influyó mucho: El mundo como voluntad y representación, del cual cita: “Nadie ha vivido en el pasado, nadie vivirá en el futuro; el presente es la forma de toda vida”.

En Historia de la eternidad (1953), Borges aborda el tema del tiempo circular y la eternidad, desde dos perspectivas: la platónica y la cristiana. La naturaleza del tiempo determina el arquetipo de la idea de eternidad. “El tiempo es una imagen móvil de la eternidad”, ya que la “eternidad es una imagen hecha con la sustancia del tiempo”, dice Platón en el Timeo (Citado por Borges). Para Borges, el tiempo es un “misterio metafísico, natural, que debe preceder a la eternidad, que es hija de los hombres”.

Borges toma, además del Timeo de Platón, las Enéadas de Plotino y las Confesiones de San Agustín, su concepto de eternidad.

El tiempo, en esencia, es un espejo. Representa la figura del hombre, que refleja su identidad y su yo, en el movimiento del espacio real y el transcurso, relampagueante y perpetuo, del paso geométrico de las cosas. Para el poeta y escritor argentino, la eternidad es una copia del tiempo. Vale decir, que la fugacidad, el movimiento, el reposo y la eternidad, pese a participar a la vez del tiempo y el espacio, son expresiones de la temporalidad. Borges asume la doctrina platónica de los arquetipos del tiempo y la eternidad, como ideas abstractas o reminiscencias sensibles del conocimiento y como visión de la vida eterna, que trasciende la lógica del tiempo, y que la patrística cristiana y el neoplatonismo tomaron como fundamento teológico del catolicismo. Borges toma, además del Timeo de Platón, las Enéadas de Plotino y las Confesiones de San Agustín, su concepto de eternidad. La idea judeocristiana de la eternidad tiene un componente místico y bíblico, que trasciende la visión laica y herética para reivindicar la idea sagrada: del tiempo sagrado frente al tiempo profano. El primero es lineal y el segundo circular. Para el cristianismo, el tiempo, en Occidente, nace con la Creación del mundo y tendrá un fin con el Apocalipsis o Fin del Mundo: Génesis y Apocalipsis. Es decir, si tiene un inicio, también tendrá un final, pues el tiempo cristiano es lineal. Contrario al tiempo en Oriente, que es circular y cíclico, infinito y sin fin, y donde no hay un Final de Mundo: ni resurrección ni Vida Eterna ni pecado.

El tiempo, como tuvo un origen o inicio, tendrá un fin, rezan las Sagradas Escrituras. El “Hágase la luz” representa el primer segundo temporal de la creación divina. De modo que la idea de eternidad ha quedado referida a lo divino, lo sagrado y lo místico; al porvenir y a la muerte. “El universo requiere la eternidad. Los teólogos no ignoran que si la atención del Señor se desviara un solo segundo de mi derecha mano que escribe, esta recaería en la nada, como si la fulminara un fuego sin luz”, dice Borges. Si existe la eternidad, también debe haber eternidades. Y si es una versión del tiempo, ha de tener una historia. De ahí que Borges escriba su historia, y que la busque en la Biblia, en Platón y los neoplatónicos. El universo y la eternidad corresponden al arquetipo del infinito: del mundo real frente al mundo ideal. De ahí que la idea de la eternidad, salta a la vista,  es una invención cristiana. No existe en otras tradiciones religiosas o, al menos, adopta otro matiz, dimensión o manifestación. “Vivir es perder tiempo: nada podemos recobrar o guardar sino bajo forma de eternidad”, dijo Santayana (Citado por Borges).

El tiempo conlleva otros tiempos, diversas sucesiones y mutaciones, que ponen en crisis la duración. Quien cree en la eternidad cree en dios, y viceversa. O, al menos, en las palabras de sus profetas, en los evangelios y en las homilías papales y sacerdotales, encarnadas de divinidad y sacralidad. Con la muerte y con el sueño de cada noche, el tiempo se detiene y desaparece durante ese lapso o intervalo. Así pues, el tiempo oscila y gravita en ondas circulares: es de agua y de fuego. Es un río que corre, pero que no se parece a la eternidad. “El tiempo, si podemos intuir esa identidad, es una delusión: la indiferencia e inseparabilidad de un momento de su aparente ayer y otro de su aparente hoy, bastan para desintegrarlo”, sentencia Borges. En este ensayo, Borges ha intentado escribir una biografía de la eternidad, así como, poéticamente, escribió una Historia de la noche. Oigamos su conclusión: “La vida es demasiado pobre para no ser también inmortal. Pero ni siquiera tenemos la seguridad de nuestra pobreza, puesto que el tiempo, fácilmente refutable en lo sensitivo, no lo es también en lo intelectual, de cuya esencia parece inseparable el concepto de sucesión”.

En 1967, Ana María Barrenechea, publicó su célebre libro La expresión de la irrealidad en la obra de Borges, dedicada a sus maestros: Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña. Se trata de una obra crítica pionera, desde el punto de vista estilístico, en la que ella aborda el universo borgeano: el infinito, el tiempo, el espacio, los símbolos, la eternidad, el panteísmo, la personalidad y el idealismo del autor argentino. En Borges, el espacio y el tiempo no tienen límites. Sus laberintos representan la idea circular y simétrica del espacio, y que se expresa como técnica de la caja china en sus ficciones: una historia dentro de otra y otra; un sueño dentro de otro sueño y de otro; un sendero que se bifurca en otro y en otro, o un espacio, que se multiplica en otros y en otros. Así es su mundo y su imaginación geométrica y aritmética. Siempre hay, en su universo fantástico, una meta que se posterga como en Kafka, y un infinito que se aplaza, en una especie de aporías, como la de Zenón, en Aquiles y la tortuga. En Borges, todo es símbolo imaginario: cifras, esferas y círculos concéntricos, que asumen la forma de álgebras, astrolabios, ajedrez o libros. Asimismo, galerías, espejos y emblemas que pueblan su mundo-biblioteca, su cosmos- universo. “Borges considera… que el hombre cree en la existencia porque tiene conciencia de su yo, porque palpa la realidad del mundo que lo rodea y porque siente la angustiosa noción del tiempo que es como la propia sustancia de la vida”, afirma Barrenechea. En Borges, el tiempo y la eternidad aluden al fluir del tiempo y actúan como metáforas de la fugacidad y el reposo. “Constantemente vuelve a sus páginas la idea de que cualquier restitución del pasado está condenada al fracaso”, apunta Barrenechea. Pero en el autor argentino, el tiempo es una imagen que hay que destruir, borrar y desintegrar en su tentativa por abolir la identidad y lo real. La crítica argentina reitera: “Toda clase de juegos le están permitidos: remontarse en el fluir de las horas, agotar las probabilidades de combinación del presente, el pasado y el futuro, modificar el pasado, girar en la rueda inacabable del tiempo cíclico, bifurcarlo, subdividirlo hasta el infinito, detenerlo, negarlo, probar distintas hipótesis de la eternidad”.

Hay un tiempo de la tierra y un tiempo del cielo; un tiempo de dios y un tiempo de los hombres. El tiempo es una imagen de la vida humana. La medida del tiempo refleja la idea de la vida y de la muerte, del instante y la eternidad del ser. El tiempo tiene líneas invisibles, diacrónicas y sincrónicas, que se disuelven en la arquitectura del espacio. Todo tiempo es mental. Mora solo en la conciencia del ser y su destino. El hombre solo intuye su presencia y su transcurrir, que se disuelven en el aire. En Borges, el tiempo es ilusorio y todo es pasado. La suposición de la memoria del pasado alimenta la ficción de sus creaciones literarias: le inyectan fuerza inventiva y energía fantástica. En su obra de ficción, intenta abolir el pasado, mediante juegos y parodias, y modificar el presente. Para el autor de El Aleph, el mundo es un sueño o la obra del sueño de un dios imaginario o la proyección de un sueño infinito y cíclico. Por lo tanto, todos los hechos retornan cíclicamente, anulando la memoria del pasado. En Borges, si el tiempo anula el pasado, el presente y el porvenir, significa que la realidad es una ficción y la existencia, una ilusión de los sentidos. Especulación, invención e intuición, en el mundo  borgeano, todo se vuelve materia ficticia, trama fantástica e intriga onírica. Los grandes temas teológicos, científicos y filosóficos los transforma y enriquece con su potencia imaginativa y lúdica. Pasado, presente y futuro son ilusorios en Borges. Es decir, todas expresiones de la temporalidad pertenecen al reino de la irrealidad.  Para él, la vida es pasado, y todo pasado es ilusorio y factible de borrarse o modificarse. El mundo, en su visión, se bifurca o multiplica en múltiples vidas y sueños hasta el infinito. “Cabe realizar otra operación mágica: anular el tiempo y regalarle la eternidad”, afirma Barrenechea. Así pues, en el universo borgeano, todo es un eterno retorno de un juego, que busca encerrar al hombre en un laberinto de palabras y símbolos. En ese sentido, Barrenechea dice: “Pero este juego, al sustraer al hombre del ámbito de lo cotidiano que es lo temporal, lo envuelve en una atmósfera de irrealidad intensa”. Los argumentos de Borges no son concluyentes ni científicos: son especulaciones, a menudo, contradictorias, que envuelven lo cotidiano en el caos, en su búsqueda de sentido –no de orden– del mundo y del universo. En Borges, en suma, todo es relativo e inestable, porque es escéptico y nihilista. Como se ve, Borges siempre negó la existencia del tiempo como eje vital y ontológico de la identidad. Lo cotidiano y lo humano, en su mundo imaginario, convergen en una identidad. Anular el tiempo es una forma de anular la muerte –o la idea de la muerte. Borges emplea la metafísica por su posibilidad de negar o anular el tiempo. En efecto, su metafísica del tiempo convierte la realidad cotidiana en milagrosa e ilusoria: transforma el tiempo en una experiencia onírica de la memoria sensorial.

Basilio Belliard en Acento.com.do   

Basilio Belliard

Poeta, crítico

Poeta, ensayista y crítico literario. Doctor en filosofía por la Universidad del País Vasco. Es miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua y Premio Nacional de Poesía, 2002. Tiene más de una docena de libros publicados y más de 20 años como profesor de la UASD. En 2015 fue profesor invitado por la Universidad de Orleans, Francia, donde le fue publicada en edición bilingüe la antología poética Revés insulaires. Fue director-fundador de la revista País Cultural, director del Libro y la Lectura y de Gestión Literaria del Ministerio de Cultura, y director del Centro Cultural de las Telecomunicaciones.

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