Si te pesca una ausencia con cuatro cervezas y unas maletas a medio hacer, volverás a Nostradamus.
Me pasa, te puede pasar. Ahora se va.
El nombre de Martin Parr estalla en esta última noche tapatía. No me despertará porque todavía es temprano.
Cuando pienso en Parr, tiro redes y pesco a fotógrafos con un valor grandísimo en la ínsula dominicanis. Maurice Sánchez, Jaime Guerra, Alberto Álvarez y el chorro de amigos de Alberto que no recuerdo ahora porque a veces estas cervezas dan durísimo en el cráneo.
Martin Parr es un nombre bien evanescente de la fotografía contemporánea. Gracias a él asumimos que la frivolidad tiene sus encantos, que los turistas ingleses pueden sudar de lo lindo procurando sus helados y que Mallorca o cualquier isla ahíta de playas puede ser el mejor laboratorio para asumir uno de los temas más ñoños de nuestras vidas: la simpleza.
A Martin le cogí más aprecio que nunca cuando armó aquel libro con las postales de Federico García Lorca. Ahora que ya no está, revisaremos el catálogo, brindaremos por una dedicada a los encantos de la vida más profunda, esa que se profesa en las filas, en el ocio, en la chercha, en el apaga y vámonos, en la calle, cuando el perro al fondo es el mejor poema posible de la ciudad.
Gracias, Martin, por tanta belleza.
Brindaremos por ti. Seguimos brindando hasta la última gota de esta hilera de cervezas que comenzaron a ocupar mi vaso, la última noche en Guadalajara, ese descontrol al que lanzas para que los vacíos momentáneos te den menos duro.
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