Aunque es harto sabido que el crítico no puede mirar desde cualquier lado, sino que siempre mira desde un lugar determinado, conviene dejar claramente establecido, a la hora de comentar una producción teatral, desde qué lugar se produce el comentario crítico.
En los años que llevo en este oficio de mirar críticamente el teatro, siempre he enunciado desde dónde miro o qué lente voy a aplicar en tal o cual obra. Considero que la sinceridad antecede a cualquier ejercicio que, de una u otra forma, está ligado a la creación artística. Para todo lo demás están las innúmeras manipulaciones cotidianas de las que somos a la vez víctimas y victimarios.
Liborio es una pieza teatral dirigida y actuada por Dimitri Rivera a partir del texto La hija de Mesías, de César Sánchez Beras. En la actualidad, esa pieza se presenta en el Teatro Guloya y, al menos desde mi punto de vista, puede ser considerada como la ejecución de un rito que, como todo rito, se nos presenta (en lugar de “representar”) el mito originario.
Liborio actualiza el mito en dos planos simultáneos: el liborismo y la Matanza de Palma Sola
En este comentario partiré de la concepción del teatro que expuso el polaco Jerzy Grotowski y de algunos conceptos del rumano Mircea Eliade, ambos profundamente ligados a la religión, el mito y el rito.
Según Grotowski, el teatro es lo que sucede entre el actor y el público, y según Eliade, en el rito, el mito, como hecho fundante, no sucede otra vez “como si fuese” el original, sino que es el original. El mejor ejemplo es el momento de la Eucaristía en la misa. Toda presentación de lo sagrado responde, sin duda, a las reglas de la puesta en escena, pero no podemos decir que toda puesta en escena es una actualización de lo sagrado.
En el caso de Liborio, sin embargo, sí nos hallamos ante una puesta en escena que actualiza el mito en dos planos simultáneamente: el de la referencia al liborismo y la Matanza de Palma Sola y el teatro ritual en el que el actor se ofrece al público casi como un servidor de misterios.
Dimitri Rivera se entrega literalmente en cuerpo y alma en este unipersonal, desdoblándose en dos personajes que son el soldado y el comandante. Podríamos decir que encarna el mal y el bien, ese mal que debe salir para que entre el bien. El mal, esa pulsión de muerte y destrucción presente en la bestialidad civilizatoria del ejército, y el bien, esa pulsión de vida eterna, que seguirá resucitando mientras exista el mal. En el cuerpo y en la voz del actor se ejecuta esta danza infinita que es metáfora, no solo de la fábula que sostiene al montaje (la historia del liborismo y la matanza), sino de lo que sostiene y da sentido al teatro que hace Guloya.
El teatro que construye identidad, no que dice: esto es identidad
Dimitri Rivera, hijo de Viena González y Claudio Rivera, nos presenta su tesis universitaria y no elige, creo intuir, ni cualquier tema patrio, ni cualquier texto, ni cualquier autor. Y opta claramente por un montaje ritual, despojado de escenografía ilustrativa. Antes bien, todo lo necesario para dar contexto se cuenta en otro código: los documentales en formato audiovisual. Dimitri ejecuta, además, otro rito, el rito que reedita el mito del Teatro Guloya, un teatro de actores, un teatro ritual, un teatro que construye identidad, no que dice: “esto es identidad”. Un teatro fiel a todo lo sagrado que encierra el teatro.
Liborio es una entrega absoluta de Dimitri a esa metáfora infinita que es el rito del teatro. Aunque todos los liboristas hubiesen muerto fusilados en 1922, incluyendo a todos los que nacieron después, gracias al teatro como rito con oficiantes de la categoría de la gente del Guloya, el liborismo y el teatro no morirán jamás.
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