Aquel 11 de agosto de 1903, en la tranquila residencia Las Marías de Santo Domingo, se apagó la vida de Eugenio María de Hostos, a los 64 años. No fue una muerte cualquiera: se marchaba un educador, filósofo y patriota que había entregado su vida a la causa de la libertad y a la formación moral de los pueblos de América. El destino quiso que sus restos descansaran en el Panteón de la Patria, un lugar reservado a los grandes hombres de la República Dominicana, donde Hostos permanece como el único extranjero y puertorriqueño allí sepultado. Su voluntad final fue clara y conmovedora: reposar en tierra dominicana hasta que su Puerto Rico natal alcanzara la libertad e independencia que él tanto soñó.
Han transcurrido 122 años desde su muerte y, sin embargo, su llamado a cultivar la moral social y cívica en la escuela sigue iluminando los desafíos educativos y ciudadanos del presente. Hostos no concebía la educación como un simple mecanismo para transmitir saberes técnicos, sino como la herramienta esencial para formar conciencias libres, responsables y comprometidas con el bien común.
En Moral Social, Hostos (1968) afirma que “la educación de la moral es, por tanto, la base de toda buena organización social” (p. 15). Esta convicción cobra especial relevancia hoy, cuando la fragmentación social, la polarización y la apatía política amenazan los cimientos de la vida democrática. La escuela, como él defendía, debe ser un espacio donde la formación intelectual vaya de la mano con el cultivo de la virtud.
El maestro antillano advertía que “sin el ejercicio constante de la virtud, no puede haber ciudadanía verdadera” (Hostos, 1968, p. 67). Para él, la ciudadanía no se construye solo con derechos, sino con el compromiso activo de respetar y promover la justicia, la equidad y el respeto mutuo. Este enfoque implica, como señala Hostos, que “el individuo no se realiza plenamente sino en sociedad” (p. 42), reconociendo que el desarrollo personal está indisolublemente ligado al bienestar colectivo.
Su visión también contenía una advertencia que parece escrita para nuestra época: “El objetivo es parecer, no ser; el propósito, tener, no hacer” (Hostos, 1968,p. 106). Este diagnóstico sigue resonando en sociedades donde la apariencia y el consumo parecen desplazar los ideales de servicio, creatividad e innovación que él valoraba como motores de progreso.
En el prólogo de su obra, frente a la desconfianza y las críticas a sus ideas, Hostos respondió con firmeza que “el mérito del bien está en ser hecho aunque no sea comprendido, ni estimado, ni agradecido, y vivamos la moral, que es lo que hace falta” (Hostos, 1968, p.22). Ese llamado a vivir la moral no solo a predicarla resume la urgencia de pasar de la teoría a la práctica en la educación cívica.
A más de un siglo de su partida, la enseñanza moral y cívica que Hostos defendió sigue siendo indispensable para cimentar sociedades más justas y participativas. La escuela de hoy debe asumir el reto de ir más allá de la instrucción técnica, para convertirse en semillero de ciudadanos con pensamiento crítico, sentido ético y compromiso social. Como afirmó el propio Hostos: “La educación del hombre no está completa si no se educa su conciencia” (p. 88). Esa sigue siendo, a 122 años, la tarea pendiente.
Referencia
Hostos, E. M. de. (1968). Moral social. Santo Domingo: Julio D. Portigo e Hijos Editores
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