En la mesa de estudios están los restos encontrados por los exploradores en los montes nevados. Ya las pruebas científicas adelantaron datos importantes. Podrían ser los restos más viejos encontrados en el continente. Solo pudieron conservarse por el hielo en lo alto de la montaña; de otra manera no hubiera quedado ni rastro, pensaba Nidio.
El genetista se encerró en el laboratorio por más de un mes y salió con los ojos enrojecidos, pero con una sonrisa llena de satisfacción. No era para menos, descubrió en los restos datos increíbles. Pasó entre nosotros y no dijo ni una sola palabra. Todos ansiábamos escucharlo. Nidio se tornó mucho más impaciente, llamó al científico para cuestionarlo, y lo hizo. Ninguna respuesta salió de su boca. Ese hombre de tamaño pequeño, con olor a azufre, no le hizo caso. Nidio lo vio perderse camino a otro laboratorio instalado en el segundo nivel del edificio.
Pasó una señora, algo obesa: era la asistente. También tenía los ojos enrojecidos por el exceso de trabajo junto al genetista. La vimos pasar, Nidio no se aguantó, también le formuló algunas preguntas sobre los restos. Tampoco ella dijo nada. Le pareció haber cuestionado a dos mudos.
Resuelto a informarnos, a las dos horas volvió el genetista y la asistente con unos papeles en las manos: eran los resultados de los análisis. ¡Todos expectantes! Declaró: Era un hombre de tamaño mediano y vivió unos cinco mil años antes de Cristo. Fue muerto en una pelea con otros semejantes, le propinaron un golpe en la cabeza con una piedra afilada y le atravesaron una lanza por la clavícula. También, le rompieron los huesos del antebrazo y le fracturaron dos costillas. La lucha donde murió fue muy violenta y sin dudas mató a un adversario en el enfrentamiento. Eso dijo el genetista. Me pregunto: ¿Cómo supo que mató a alguien?
Virgilio López Azuán en Acento.com.do
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