En el mundo cultural, pocas obsesiones resultan tan persistentes como la corrección ortográfica. Se repite hasta el cansancio que quien escribe con faltas carece de rigor, disciplina o profesionalismo. Pero ¿no es acaso una visión reduccionista y elitista? La ortografía es una herramienta, sí, pero no constituye el núcleo del quehacer profesional. Reducir la calidad de un cineasta, gestor cultural o crítico de arte a la impecabilidad ortográfica es ignorar lo esencial: la creatividad, la ética y la capacidad de transformar realidades.
Te voy a dar dos ejemplos…
La historia cultural está llena de figuras que no fueron recordadas por su ortografía, sino por la fuerza de sus ideas. Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, llegó a declarar: “Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna”. Su obra no se mide por las tildes, sino por la capacidad de reinventar el realismo mágico y dar voz a América Latina.
Juan Ramón Jiménez, también Nobel, defendía escribir “setiembre” sin “p” o “ombre” sin “h”, convencido de que la sencillez debía primar sobre la pedantería. ¿Lo recordamos por esas decisiones ortográficas o por haber transformado la poesía española con Platero y yo?
Incluso en la literatura anglosajona, William Faulkner y Ernest Hemingway fueron criticados por su puntuación errática, pero su legado se estudia por la potencia de sus narrativas. En el arte, Jean-Michel Basquiat llenaba sus lienzos de palabras mal escritas, tachadas o reinventadas, y hoy se le celebra como uno de los grandes renovadores del arte contemporáneo.
Estos ejemplos demuestran que lo que permanece en la memoria cultural no son las faltas ortográficas, sino las ideas que revolucionaron la literatura, el arte y la manera de entender el mundo.
La ortografía es corregible, el talento no
Vivimos en una era digital donde los correctores automáticos están al alcance de todos. La ortografía, entonces, es un aspecto fácilmente subsanable. En cambio, la creatividad, la capacidad de gestión, la mirada crítica o la sensibilidad artística son cualidades que no se pueden suplir con un software. Un profesional puede delegar la revisión de sus textos, pero no puede delegar su visión ni su capacidad de generar impacto.
Profesionalismo es responsabilidad, no perfección formal
Ser profesional implica cumplir compromisos, respetar tiempos, trabajar en equipo y aportar soluciones. Una falta ortográfica no invalida la seriedad con la que alguien ejerce su oficio. La cultura nos recuerda que la perfección formal nunca ha sido condición para la autenticidad. Muchas veces, lo imperfecto es lo que conecta, lo que humaniza, lo que nos recuerda que detrás de cada obra hay una persona con limitaciones y virtudes.
Más allá de la ortografía: las inteligencias múltiples
El psicólogo Howard Gardner revolucionó la comprensión de la inteligencia al proponer que no existe una única forma de ser inteligente. Su teoría de las inteligencias múltiples identifica al menos ocho tipos:
- Lingüística
- Lógico-matemática
- Espacial
- Musical
- Corporal-kinestésica
- Interpersonal
- Intrapersonal
- Naturalista
Esto significa que alguien con dificultades en la inteligencia lingüística —como la ortografía— puede destacar en otras áreas igualmente valiosas. Un bailarín con gran inteligencia corporal, un músico con sensibilidad extraordinaria o un líder comunitario con inteligencia interpersonal son tan profesionales y talentosos como un escritor impecable en su gramática. Reducir la valoración de una persona a su dominio ortográfico es desconocer la diversidad de talentos humanos.
Defender que la ortografía no define el profesionalismo no significa restarle importancia. La corrección sigue siendo necesaria para facilitar la comunicación. Pero debemos reconocer que no es un criterio absoluto ni suficiente para juzgar la calidad de un profesional. En el ámbito cultural, donde lo esencial es la capacidad de generar sentido, abrir diálogos y construir memoria, la ortografía debe ocupar un lugar secundario frente a la potencia del pensamiento y la acción.
Tener mala ortografía puede ser un obstáculo comunicativo, pero no define la calidad ni la integridad de un profesional. La historia de García Márquez, Jiménez, Basquiat y otros demuestra que las ideas pesan más que las reglas. Y la teoría de Gardner nos recuerda que existen múltiples formas de inteligencia que enriquecen la cultura. Reducir el profesionalismo a la corrección ortográfica es un error mezquino que empobrece el debate. La cultura se construye con palabras, sí, pero sobre todo con acciones, memorias y sueños.
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