Que la yuxtaposición, contrapuesta, propuesta por el lingüista Orlando Alba*, entre la Lingüística y la Literatura en base a las expresiones reales o evidentes de la primera, frente a las expresiones oblicuas o figuradas de la segunda, constituye un contrasentido garrafal, significativo, a causa de la incongruencia de tal empeño con la naturaleza o propensión metafórica de la lengua y, a grandes rasgos, del espectro de los procesos mentales o la cognición humana.
Apelando a que “la lingüística es una ciencia [como] la medicina o la ingeniería”, el Dr. Alba plantea que la terminología destinada a “la descripción y la explicación” de los eventos de la Lengua le compete un carácter “directo, objetivo”, mientras que al vocabulario pertinente a la Literatura, en un verso de Antonio Machado, “Y el camino que serpea y débilmente blanquea e enturbia y desaparece”, le atañe un inventario “indirect[o], metafóric[o]”, limítrofe, ciertamente, digo yo, a la navegación celestial o al recorrido a pie por el sistema solar advocado por la Astronomía. De hecho, el académico sostiene que, en materia lingüística, el “lenguaje figurado” entraña una “falacia” o un déficit de “propiedad léxica”. Incluso, semejante advenimiento, a su juicio, podría acicatear la eclosión de adulteradas “creencias” respecto a idiosincrasia de las lenguas.
Que la Lingüística sea una ciencia, formal, fáctica o aplicada, resulta irrelevante si nos atenemos al concebimiento de que la metáfora, como mecanismo elaborador de los conceptos, de ninguna manera prevalece subordinada a una determinada disciplina, sino que a todas las trasciende en virtud de que el entendimiento humano, o nuestro aparato cognitivo, insta, forzosamente, a la extrapolación de los mismos elementos discursivos, retóricos, “hechos de la lengua”, conforme a los diferentes contextos de la experiencia humana y al techo sitiado de la memoria, el espectro del fantasma y asimismo el de la luz, y hasta el propio arreglo biológico de la materia, el radar de criaturas diferentes y asimismo el replicado por el hombre.
Precisamente, de ahí que el propio Orlando Alba se auto incrimine, en su afán objetivista, al invocar “la raíz del verbo contar…” o en nominar “al pan, pan, y al vino, vino” a despecho de la raíz de una planta, la de los pies o eléctrica, el pan de la enseñanza y de que mi primo Panchito ayer vino borracho. Así, recurriendo a una inveterada categoría, “lenguaje ordinario”, el mencionado normativista fija que la expresión metafórica común “en el invierno, el sol se acuesta temprano”, no es apropiada, “inaceptable”, en el “campo de la Astronomía” cuando, justamente, las gallinas se acuestan en el palo y quien escribe vive en el campo. De igual manera, enfatiza el Dr. Orlando, deberíamos recusar otras manifestaciones figuradas: “las manecillas del reloj, la voz del pueblo, una lengua viva”. Pero si este fuera el caso, tendríamos que amputar del “habla ordinaria y popular” decires como las manecillas del tiempo, la voz de la conciencia y una lengua de fuego.
Bien visto el punto, catalogaríamos, a la vez, como improcedente, “inaceptable”, la extrapolación que hiciera Pitágoras, filósofo y matemático griego, de los intervalos musicales a la idea de los movimientos de los planetas, “La armonía de las Esferas”, tanto así como también lo apuntalara Kepler, matemático alemán, en su obra “La armonía del mundo”. De hecho, para nuestro académico, las susodichas propuestas no serían científicamente válidas por aquello de que en la ciencia “algunas palabras han sido utilizadas en sentido simbólico, metafórico, distinto del significado real, primario y directo que tienen en la lengua”. En ese sentido, acota, estaríamos hablando en “sentido figurado”, y no con el genuino “valor literal y verdadero".
Ahora bien, en la práctica, la realidad “literal y verdader[a]” no existe, sino en la medida de nuestra rigurosidad e interpretación metafórica o simbólica como artilugio, postergado de aquiescencia “lógic[a]”, cognitivo o de la Lengua para entender o penetrar en el universo ad infinitum. En todo caso, la existencia de lo “literal” descansaría sobre la función de un pretendido vocabulario específico, una placa tectónica, radiológica, de un automóvil, correspondiente a distintas áreas del conocimiento y acuñada por el entendimiento humano acusando, empero, su permanencia figurativa en el tinglado abstracto de las representaciones. Hasta el punto de la imagen real y verdadera de “que el sol se acuesta”, ¿se acuesta?, por el oeste y se levanta, ¿se levanta?, o sale, ¿sale?, para todos por el este.
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*Orlando Alba: “¿Es el latín una lengua muerta?”, acento.com.do
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