El presente ensayo analiza el poemario Susurros de la Lux del poeta dominicano Eduardo Gautreau de Windt, destacando su singular fusión entre teología cristiana y cosmogonía taína. Lejos de inscribirse en una mera poesía religiosa tradicional, el libro articula una poética del mestizaje espiritual en la que la luz —símbolo central— representa tanto el conocimiento interior como el tránsito hacia lo eterno. La valoración crítica se centra en el uso del lenguaje litúrgico, las imágenes sincréticas y la simbolización de lo sagrado a través de elementos naturales, revelando una espiritualidad encarnada y de profunda originalidad estética.
La luz como herida y redención: Poética del mestizaje espiritual en Susurros de la Lux
El poemario Susurros de la Lux no es simplemente una obra de poesía religiosa: es una cartografía del alma en tránsito, donde lo humano —con su fatiga, su anhelo y su fragilidad— se transfigura sin dejar de ser tierra. Eduardo Gautreau de Windt logra una rara alquimia poética: escribe desde la tradición sin caer en el dogma, y desde lo criollo sin derivar en el folklorismo. La luz que recorre estos versos no consuela; más bien, revela. Es encuentro —a veces doloroso— con lo divino que habita en el surco, en la luna, en el verbo.
Lo que distingue a Susurros de la Lux es su radical originalidad. No existe, en la poesía contemporánea del ámbito hispanoamericano, otro texto que fusione con tal coherencia y potencia simbólica las mitologías cristiana y taína en una visión lírica del alma. Gautreau no superpone tradiciones: las entreteje, fundiéndolas en una nueva teología poética, mestiza y profundamente reveladora. Su obra no sincretiza religiones; las desarma y recompone para producir un nuevo mito de redención en clave antillana.
Uno de los versos más emblemáticos —“La luna se enrojece por obra de la Cruz”— condensa esta estética de la fusión. La luna, figura silente en la Biblia y símbolo de lo contemplativo, se tiñe aquí de sangre taína. Deja de ser espectadora para convertirse en sujeto doliente de la Pasión, reinterpretada desde la memoria indígena. Así, el poema subvierte el mito cristiano desde el dolor antillano, resignificando su contenido simbólico y espiritual.
Esta poética del mestizaje alcanza su cumbre en Muerte de Yocahu Vagua Maorocoti, acaso el poema más audaz del conjunto. La Pasión de Cristo es aquí reimaginada desde una cosmovisión taína, donde el Dios judeocristiano y el dios antillano confluyen en un sacrificio cósmico. El grito de Cristo —“¿Diógenes bramando por luz?”— se entrelaza con el colapso de la naturaleza caribeña —“el mar se rasgó como un caney”—, dando lugar a una teología simbólica que subvierte el colonialismo espiritual e instala una poética de la redención mestiza.
Cada imagen sacude. Cada verso vibra como canto y como herida. La intensidad lírica se sostiene en una tensión entre la espiritualidad encarnada y la visión cósmica del alma como fragmento divino. Aunque el poemario se inscribe en la tradición religiosa, trasciende el marco devocional: su voz poética interpela tanto al creyente como al lector secular, pues plantea cuestiones de identidad, colonización, memoria y pertenencia. El yo lírico no solo busca a Dios: se busca a sí mismo entre los escombros del sincretismo, en el barro de su herencia, en la luz que aún brota del surco.
La obra explora así la paradoja de una luz que salva pero también desnuda. En poemas como Caminante u Humildad, la claridad divina no anula la debilidad humana: la ilumina. El hablante se reconoce “polvo”, pero también “pétalo en tu soplo” (Ciclo Vital Divino), oscilando entre la insignificancia y la pertenencia al cosmos. La luna, símbolo central, encarna esta dualidad: no como fuente de luz, sino como reflejo, espejo de lo sagrado, como el poeta mismo.
En cuanto a su forma, el lenguaje del poemario oscila entre lo solemne y lo terrenal. Arcaísmos bíblicos (“amásaste”, “mies”) conviven con vocablos concretos (“barro”, “sudor”), mientras la sintaxis adopta un ritmo orante. Si en ocasiones roza la grandilocuencia (“¡Oh Lux!”), es porque la voz asume su condición salmódica. Sin embargo, la musicalidad evita el hermetismo: los versos fluyen como rezos entre cañaverales, entre la penumbra de la fe y la materia.
El itinerario espiritual de Susurros de la Lux traza un movimiento coherente: de la siembra al sacrificio, de la tierra al cielo, del cuerpo fatigado a la unión con lo eterno. El tono de plegaria íntima se despliega especialmente en poemas como Propicio, Mi mies o Mi huerto, donde el hablante se sabe barro modelado por la gracia: “estoy hecho de polvo, con un corazón del barro que Tú mismo amasaste”. La imaginería agrícola —la mies, la poda, el sudor— funciona como metáfora de una espiritualidad encarnada, evocando tanto las parábolas evangélicas como la cosmovisión ancestral de la tierra como cuerpo sagrado.
El poema Fructífera es la mies sintetiza esta visión: la vida como jardín heredado, trabajado y podado por el viento divino. La poda no es castigo, sino condición para la fecundidad. El yo poético, próximo al otoño, halla en la entrega una forma de gozo. Esta plenitud contrasta con el tono de súplica en Míseras cosechas o Caminante, donde se expresa la vulnerabilidad del alma, la sequía de sentido, la aspereza del camino interior.
El poemario mantiene una notable unidad lírica y simbólica. Todos los textos comparten el deseo de trascendencia, la conciencia del dolor y la humildad ante el misterio. El poema Humildad se destaca por su simbolismo lunar: el deseo de ser “humilde y reflexivo”, espejo de una luz ajena. Todo en el poemario —la luna, la sal, la brisa, el huerto— se convierte en signo de lo sagrado.
En Ciclo Vital Divino, el yo lírico se concibe como partícula cósmica: átomo, pétalo, aliento. Esta imagen recuerda la tradición mística y panteísta, que se amplía en Muerte de Yocahu Vagua Maorocoti, donde la Pasión se reimagina desde Abya Yala. Gautreau plantea aquí una teología del mestizaje: el Dios cristiano y el dios taíno comparten un destino trágico y redentor. Ambos mueren; su muerte sacude el cosmos entero.
La poesía de Gautreau es deliberadamente alta: su sintaxis orante, su léxico arcaico y su imaginería sincrética sustentan una visión esperanzadora del alma que atraviesa la noche. En poemas como Viernes Mayor o Tu Estela, el tono alcanza su culminación: Cristo vive, la cruz vacía anuncia la resurrección, y la muerte ha sido vencida. El poemario asciende hacia una espiritualidad consumada.
Conclusión
Susurros de la Lux se inscribe con hondura en la tradición de la poesía religiosa, pero lo hace desde una perspectiva radicalmente criolla, donde el mestizaje simbólico produce una teología poética singular. Eduardo Gautreau de Windt canta desde la interioridad, desde el cuerpo cansado y el alma expectante, desde la tierra como heredad sagrada. Su voz dialoga con la fe, con la cosmogonía ancestral y con la fragilidad del ser. En su obra, la luz no es solo símbolo: es la sustancia viva del poema, el soplo divino que habita la palabra.
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