«Si te alabas a ti mismo, serás simplemente objeto de la burla, sobre todo de los que mejor te conocen» Esopo
Desde tiempos inmemoriales, las palabras han sido herramientas que engalanan las habilidades discursivas y el pensamiento humano. Sin embargo, me encuentro en la encrucijada de un abismo existencial cada vez que escucho a personas auto otorgándose títulos que, en su esencia, son mucho más que simples etiquetas tales como: escritor, poeta, padre, maestro, pianista, periodista etc., me resulta complicado aceptar que la simple acción de escribir, procrear o impartir clases, pisar tonos en un piano o publicar estupideces por las redes sociales, sea suficiente para encajar en la calidez de tales denominaciones. Esta crisis interna me lleva a discrepar frente a aquellos que, sin la introspección adecuada, se endilgan estos rótulos orgullosamente.
«A los muertos no les importa cómo son sus funerales. Las exequias suntuosas sirven para satisfacer la vanidad de los vivos» Eurípides de Salamina
Escribir poesía, me atrevería a decir, no convierte a nadie en poeta. Llamarse poeta lleva consigo una carga profunda, un compromiso que trasciende el mero acto de arracimar palabras en un papel. Ser poeta es un viaje, una travesía por la mente y el alma, un encuentro de la fragilidad humana con las complejidades del universo. Es un estado de entrega total, una convicción que se forja con el tiempo y la experiencia. La poesía no solo se lee; se vive, se siente, se respira. La esencia del poeta radica en su capacidad para conectar con los demás, para transformar sus vivencias en símbolos que resuenen en el corazón de otros, un verdadero poeta no se autoproclama como tal, del mismo modo un águila no anda gritando a los cuatro vientos que es un águila, simplemente lo es sin necesidad de decirlo.
«El orgullo está relacionado con la opinión que tenemos de nosotros mismos; la vanidad, con lo que quisiéramos que los demás pensaran de nosotros» Jane Austen
De igual manera, en el ámbito de la paternidad, el hecho de tener un hijo no garantiza la concesión del título de «Padre». La llegada de una nueva vida nos brinda la oportunidad de ser progenitores, pero solo a través de la dedicación, la educación y el afecto diario se construye verdaderamente el lazo que transforma a un progenitor en un Padre en toda la extensión de la palabra. El verdadero padre es aquel que guía, que abraza, que educa en el amor y que, día a día, deja su huella en la vida de su hijo. Es un cultivador de valores y esperanzas, cuyo esfuerzo no radica únicamente en el sacrificio, sino en la alegría de ver florecer a ese ser al que le otorgó vida.
Al reflexionar sobre la figura del docente, la distinción entre ser «docente» y ser «maestro» se torna crucial. El docente se limita a impartir conocimientos, cumpliendo con un rol circunscrito a lo burocrático; sin embargo, el maestro se convierte en una figura integral, un faro que ilumina el camino del aprendizaje. Ser maestro es mucho más que seguir un currículum; es compartir un propósito, ser amigo y mentor, mostrar amor por el conocimiento y por los alumnos. Es dar más allá de lo establecido, nutrir las mentes jóvenes no solo con datos, sino también con ideales y valores que les acompañarán a lo largo de su vida.
«La Vanidad es sin duda alguna mi pecado favorito» Al Pacino – John Milton: película el abogado del diablo.
En el caso del periodista, su condición va más allá de tener acceso a los medios, amerita una entrega ética, coherente y de respeto a la audiencia que consume lo que se comunica. Si no hay convicción, compromiso con la verdad y conducta ética, más que periodista se puede ser un decidor de cosas que tiene acceso a los medios sean estos tradicionales o digitales. Ser parte de estas categorías no se reduce a la ejecución de acciones, sino a la autenticidad que se esconde detrás de ellas. La escritura no basta para ser poeta; la procreación no constituye, por sí misma, la paternidad;
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