La amistad es un acto de celebración y una pasión vital y, desde luego, una aptitud social. Entraña una secreta admiración de la persona, que es lo mismo que decir: del otro. En tal virtud, la amistad es un supremo don del amor que supera la raza, la nación, la cultura, la lengua y la relación entre parejas, en la que hay una atracción física. En la amistad hay, en cambio, un encuentro de aquello que no encontramos en el erotismo y un mecanismo para combatir la soledad física y metafísica. Buscamos tener amigos para encontrar aquello que no tenemos y que necesitamos para vivir. La amistad nos permite conectarnos con el mundo para adquirir los valores que no encontramos en la educación doméstica; es, entonces, la prolongación del hogar con el mundo exterior.
Leyendo a John Dewey, aprendí que la amistad es una experiencia estética. La prueba de fuego del aprendizaje original del hogar es la amistad cuando abandonamos el vientre hogareño. La experiencia de la orfandad y la soledad la recompensamos con el calor de la amistad. Los valores del sentimiento crecen y se fortalecen fuera del ámbito de la casa paterna. La amistad es un acto de amor, pero el amor, pocas veces, se convierte en amistad: tiene la fortaleza y el valor de que no muere con la distancia, contrario a la pasión erótica, que se atenúa y hasta muere con el olvido, la distancia y la vejez. Los amigos son la cura del paso de los años: son el consuelo para la vejez. En la amistad literaria hay de por medio la admiración no tanto a un carácter y a una persona, como a una obra y, por lo mismo, también genera celos y rivalidades. Por eso hay tan pocas amistades entre pares, iguales o colegas de un mismo oficio.
La amistad es generosidad, libertad y solidaridad; también es egoísmo y dependencia. De ahí que los premios, los reconocimientos, los viajes y el dinero sean los enemigos más peligrosos de la amistad entre pares literarios. Cuando ganamos un amigo, ganamos un presente; cuando lo perdemos, perdemos una memoria y un tiempo compartido. Perdemos así el sentido de los días y las noches compartidos en el tiempo de nuestras vidas. Los fundamentos de la amistad son el respeto, la lealtad y la admiración, y su alimento: la conversación; también, el silencio y la distancia, que también son útiles para preservar la amistad, y que, a menudo, actúan como mecanismo de defensa.
Las relaciones amistosas sanas –no tóxicas– sirven para disipar miedos, fobias, complejos de inferioridad, ansiedades, conflictos de parejas, depresiones, neurosis y psicosis. Así que, un amigo o amiga, en un momento determinado de una crisis existencial, puede servir de psicólogo o psiquiatra.
El silencio es la distancia estratégica que reconforta y le da oxígeno a la vida amistosa. Nuestras vidas transcurren entre estar en familia y estar entre amigos. La soledad reclama el vínculo afectivo entre la vida en comunión y la vida del yo. Recordamos con infinita nostalgia los tiempos perdidos del pasado compartido entre los amigos más que cualquier otro tiempo. De ahí el valor de la amistad, en la conformación de nuestro diario vivir, en la definición de nuestra personalidad y de nuestro carácter. La soledad es la prueba de la necesidad de la amistad hasta que nos llega la muerte: la suprema y eterna soledad. La amistad es el fruto de lo que sembramos. Por eso, se debe alimentar, igual que a las plantas y los animales domésticos. Dependiendo de lo que sembremos, cosechamos. En la carrera de ganar amigos, también ganamos enemigos. De ahí que no haya nadie que no tenga un enemigo. Sólo que hay quienes eligen a sus enemigos. El arte de la amistad consiste, precisamente, tanto en conquistar amigos como en elegir a sus enemigos. Los dos enemigos supremos de la amistad son el chisme y la indiscreción. La amistad no los tolera. Olvidamos viejos amigos de infancia y juventud, y ganamos amigos en la madurez y hasta en la vejez. Buscamos amigos más jóvenes y más viejos para aprender de lo que no tenemos y de la experiencia ajena. En esa diferencia estriba, muchas veces, el oro de la amistad y su perdurabilidad.
Para Aristóteles hay tres tipos de amistad: por utilidad, por placer y por virtud. Es esencial para la vida humana en sociedad, pues somos seres sociales por naturaleza. Es decir, seres gregarios que vivimos en comunidad. Sin amistad, seríamos seres infelices y desdichados, y sin su rol sería imposible el desarrollo del individuo. Un amigo es otro yo, que nos permite conocernos a nosotros mismos. Sin la virtud de la amistad, no sabríamos quiénes somos ni quiénes son los demás: nos reconocemos en la amistad y en el amor, no en el erotismo. Es a través del espejo del otro que logramos el autoconocimiento y la autorrealización de la vida social. De ahí que la auténtica amistad, como bien humano y virtud moral, reside en la reciprocidad. El tiempo cincela la amistad, en su arte de esculpir con arena la figura de la gratitud y el espíritu de la memoria.
Acaso la definición más extrema y conmovedora es la que ofrece Montaigne, cuando murió su íntimo amigo Etienne de la Boetie, a los 32 años y que lo encerró el resto de su vida—desde los 38 años— en un castillo a escribir su monumental obra Ensayos. Y que reza así: “Porque él era yo y yo era él”. A esta amistad se le llamó “la amistad extrema”, que ha generado especulaciones sobre la identidad sexual de Montaigne. En sus Ensayos, el capítulo sobre “La amistad” es célebre y antológico. Podría decirse que la amistad, como el amor, la muerte, el erotismo, la sexualidad, la locura, dios, la soledad, la identidad o el yo, representa uno de los grandes temas filosóficos, un absoluto sobre el cual han reflexionado tantos filósofos, psicólogos y pensadores. Ello así porque la amistad puede contribuir a curar enfermedades de la voluntad, del espíritu y de la conciencia. Las relaciones amistosas sanas –no tóxicas– sirven para disipar miedos, fobias, complejos de inferioridad, ansiedades, conflictos de parejas, depresiones, neurosis y psicosis. Así que, un amigo o amiga, en un momento determinado de una crisis existencial, puede servir de psicólogo o psiquiatra.
En ocasión de la Navidad y de Fin de Año, es saludable reflexionar y pensar el concepto de la amistad como valor ético y fuerza moral ante la vida, la angustia, la soledad, la incertidumbre, las enfermedades y la muerte inexorable. Celebrar la amistad entre familiares y amigos es una ocasión para celebrar, con fiestas y comunión, el valor supremo del don de la amistad, como célula vital de la civilización humana.
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