Primeros años

Juan Rodríguez García, conocido desde la infancia como Juancito, nació en Moca, provincia Espaillat, el 3 de septiembre de 1885. Fueron sus padres, Simón Rodríguez y Ana Josefa García; y sus hermanos: José Agustín (Chepe), Alcedo, Doroteo, Domingo, Asael, Luisa, Julio, Elvira y José Antonio (Chanchito). En el ensayo: El Caribe trágico, el periodista e historiador costarricense Guillermo Villegas Hoffmeister, sostiene que se trasladó a la sección de Barranca, en La Vega, en 1908. Allí compró tierras y desarrolló una de las empresas agropecuarias más importantes del país. También afirma que contrajo matrimonio en 1909 con María Vásquez, joven distinguida de Estancia Nueva, Moca; procreando a José Horacio, Juan Porfirio, Elvira y María Mercedes (Pucha). Esta fue la compañera de vida de Horacio Julio Ornes.

Su parentesco con Horacio Vásquez y Ramón Cáceres explica su participación con rango de general al lado de los horacistas que, aliados con Desiderio Arias, combatieron al presidente Eladio Victoria y su sobrino Alfredo Victoria en 1912. Tan despiadada resultó esta confrontación civil que fue reconocida como el Año Rojo. Desde ella mostró una posición nacionalista que afianzó durante el Gobierno Militar de los Estados Unidos (1916), y no ocupó ninguna posición durante el gobierno de Horacio Vásquez iniciado a raíz de la salida del país de las tropas norteamericanas en 1924. 

Diferencias con Trujillo

Se desempeñó como diputado por La Vega entre 1934 y 1942, siendo parte de la farsa legislativa de la dictadura. Sus diferencias con Trujillo se conocieron a mediados de 1935 al negarse, junto a Elías Brache Viñas, a participar en un plan contra su colega Miguel A. Roca, acusado de escribir pasquines contra el dictador. Juancito mantuvo la condición de ´legislador´, pero fue confinado en sus propiedades junto a sus hijos, con la pena de que su esposa había fallecido ese año.

Desde la conversión de su hogar en una especie de ´prisión domiciliaria voluntaria´, se enteraba de las atrocidades cometidas contra la ciudadanía por asuntos políticos y para despojarlos de sus bienes, cual sucedía con sus ganados sin que se capturaran los cuatreros. Así se templó su rechazo al tirano y su decisión de organizar una expedición armada desde el exterior. Siguiendo a Villegas Hoffmeister, el doctor José Antinoe Fiallo, su abogado y consejero político; y sus primos Viriato Alberto y Gilberto, y Rafael Heredia Mendoza, fueron de los primeros en conocer lo que pretendía desde antes de que Juan Bosch se lo solicitara a través de un emisario en 1945.

Salida del país

Los últimos detalles de salida del país de Juancito Rodríguez se cumplieron al ser recibido por Trujillo en enero de 1946. Abrumado por la cuantía del ganado perdido, le solicitó permiso para viajar a Puerto Rico con fines de salud, y 200 mil dólares para comprar ganado para su finca en La Vega. Siendo el cuatrero que diezmaba las propiedades del solicitante, esta solicitud resultaba atractiva para el dictador; así, se quedaría con el dinero y el ganado comprado. Por eso ordenó el desembolso en dos cartas de crédito, una por 80 mil y otra por 120 mil dólares, enviados sin demora a Puerto Rico con José Antinoe Fiallo. Este ya había sacado clandestinamente del país unos 500 mil dólares, de una fortuna superior a los cuatro millones dólares.

A finales de enero de 1946, Juancito Rodríguez abandonó el país con la ilusión de que pronto regresaría con un plan de ataque por su libertad, sin sospechar que jamás vería su tierra amada. Su punto de escala fue Puerto Rico, y Cuba, Venezuela, Costa Rica y Guatemala, sus lugares de operación. Como era de esperarse, su salida del país provocó la ira del tirano contra sus familiares y trabajadores, como bien explica su hija María Mercedes en sus memorias: Testimonio de acoso y resistencia durante la tiranía.

A su llegada a La Habana, los líderes del exilio dominicano mostraron su disposición a trabajar junto a Juancito Rodríguez por el apoyo que le ofreciera el presidente Grau San Martín, y sus posibilidades de costear los gastos que implicaba la lucha. Además, contó con la solidaridad de los presidentes Juan José Arévalo (Guatemala), Elie Lescot y Dumarsais Estimé (Haití), y de los venezolanos Rómulo Betancourt y Rómulo Gallegos. El cerco era firme contra Trujillo, y los demás dictadores de la región.

En ese contexto fue organizada expedición de Cayo Confites, cuyas armas fueron gestionadas en Argentina por el presidente Arévalo con dinero aportado por Juancito. Otros recursos bélicos se lograron en Canadá por gestión de Miguel Ángel Ramírez; mientras que Bosch, entre otros colaboradores, sumó a los 25 mil dólares aportados por el presidente Elie Lescot el dinero recaudado en sus conferencias dictadas en varias universidades de Venezuela. Unos 1,300 hombres, la gran mayoría cubanos, fueron reclutados bajo el mando supremo del general Juancito Rodríguez.

Los expedicionarios de Cayo Confites zarparon hacia las costas dominicanas en septiembre de 1947, pero fueron interceptados por una fragata y obligados a permanecer en los límites cubanos. Los problemas de organización y las diferencias entre los dominicanos, el protagonismo de los dirigentes cubanos y la efectividad de los espías de Trujillo, destacan entre las causas del fracaso de la expedición.

Charles D. Ameringer sostiene que el fracaso de Cayo Confites fortaleció el carácter indomable de Juancito Rodríguez. Su lucha no se detuvo a pesar de la amenaza de Trujillo en el sentido de que ejecutaría a su hija María Mercedes si persistía en sus afanes conspirativos. Según afirmación de José Horacio Rodríguez, su padre jamás se detendría porque no concebía la idea de postrarse ante Trujillo. Por ese sentimiento, interpreto, expuso y perdió todo: familia y riquezas.

Su sentir internacionalista

Las armas logradas para la expedición de Cayo Confites despertaron el interés de los exiliados hondureños, nicaragüenses y costarricenses. El primero en visitar La Habana tras ellas fue el nicaragüense Toribio Tijerino, estimulado por su compatriota Rosendo Argüello, quien entendía que no era necesario el consentimiento de Juancito Rodríguez porque este las había dado por perdidas. No obstante, los presidentes Grau San Martín y Juan José Arévalo consultaron al dominicano al respecto.

La competencia por las armas de Cayo Confites dio lugar al Pacto del Caribe, firmado en Guatemala en diciembre de 1947 por Juancito Rodríguez, por la República Dominicana; por E. Chamorro, Gustavo Manzanares, Pedro José Zepeda y Rosendo Argüello por Nicaragua, y José Figueres por los costarricenses. Este Pacto establecía la gestión de los recursos económicos, bélicos y humanos para la acción revolucionaria común a través de Comité Supremo Revolucionario presidido por el mayor general Juan Rodríguez García, asistido por José Horacio Rodríguez Vásquez; Rosendo Argüello y Toribio Tijerino, por Nicaragua; y José Figueres y Rosendo Argüello hijo (nicaragüense), por Costa Rica.

Al servicio del referido Comité, y por iniciativa del general dominicano, se planteó la creación del Ejército de Liberación del Caribe y Centroamérica, siendo una de sus primeras tareas la supervisión, por parte del teniente coronel Miguel Ángel Ramírez, y Horacio Julio Ornes Coiscou, representante personal de Juancito Rodríguez, de la entrega de las armas autorizadas en marzo de 1948 desde Guatemala a José Figueres.

Figueres inició en marzo de 1948 la lucha contra el presidente Teodoro Picado por desconocer el triunfo electoral de su opositor Otilio Ulate, reflejo de la crisis que afectaba a la oligarquía costarricense. Le acompañaron unos veinte oficiales extranjeros, organizados en la Legión Caribe. Entre estos destacaron los dominicanos Miguel Ángel Ramírez Alcántara, como jefe de Estado Mayor del Ejército de Liberación del Caribe y del batallón de San Isidro de El General; y el mayor Horacio Julio Ornes, en la toma de El Limón. La lucha se extendió por unos 40 días y sus resultados permitieron el avance de la vida institucional y democrática de ese país. 

Pacto fallido con los Argüello

Tras la guerra del 48, Juancito Rodríguez dejó Guatemala y mudó su centro de operaciones a Costa Rica donde, por encargo del presidente José Figueres, fue atendido por Rosendo Argüello, máxima figura de la Junta Revolucionaria de Nicaragua. En septiembre de 1948, estos líderes, llegaron a un acuerdo por la lucha contra el dictador Anastasio Somoza García. Por dicha Junta firmó Carlos Rosendo Argüello, y por la Legión Caribe, Miguel Ángel Ramírez Alcántara y José Horacio Rodríguez, comisionados por Juancito Rodríguez. Entre los puntos acordados estaban la aceptación como comandante en jefe del Ejército de Liberación Nacional del doctor Carlos Rosendo Arguello hijo; la Legión Caribe actuará en las acciones que le asigne el Estado Mayor; aunque autónoma en su organización interna, la Legión se considerará parte del Ejército de Nicaragua, hasta tanto sea instalado el Gobierno Revolucionario en Managua, y como tal quedará sujeta a las órdenes del comandante en jefe de dicho Ejército de común acuerdo con el Estado Mayor. Además, los aliados dominicanos se obligan a ejercer toda la ascendencia que puedan tener sobre los diversos sectores de la oposición nicaragüense y a respaldar por todos los medios a su alcance a la Junta Revolucionaria de Nicaragua.

La responsabilidad del reclutamiento de los legionarios fue asignada a José Horacio Rodríguez Vásquez, Miguel Ángel Ramírez y Juan Bosch. Este era objeto de mayores atenciones por parte de Rosendo Argüello, padre e hijo, debido a su proyección intelectual y a su cercanía con el presidente Prío Socarrás.

El acuerdo en referencia fue desconocido por Rosendo Argüello hijo quizá por las diferencias surgidas entre exiliados dominicanos y nicaragüenses en su lucha por la democracia en el Caribe provocadas por el perfil de los primeros y por el espacio ganado en la revolución del 48 en Costa Rica. Por tratarse de un plan revolucionario por la libertad de Nicaragua, sus lideres pensaron que debían asegurar el control con medidas como la designación del coronel Manuel Gómez como jefe de Estado Mayor en lugar de Miguel Ángel Ramírez Alcántara, a quien se impidió, además, la integración de miembros al Ejército de Liberación. Por la primacía en la línea de mando se llegó al extremo de ordenar la disolución de la Legión Caribe, desarmar a sus miembros e integrarlos de manera selectiva al Ejército de Liberación. Así, se buscaba bajar la influencia del general Juancito, llamado el galante amigote por Rosendo Argüello padre, reconocido como un obstáculo para el avance del Pacto del Caribe.

Desolación y muerte

Con la motivación de la experiencia militar acumulada en los hechos del 48 en Costa Rica, y dispuesto a superar los errores cometidos en Cayo Confites, Juancito Rodríguez organizó una segunda expedición armada contra Trujillo. En esta ocasión, el número de expedicionarios reclutados fue menor debido a la contemplación de un frente interno cuyos detalles eran conocidos por los dirigentes del exilio dominicano en Puerto Rico, especialmente Ángel Morales, Leovigildo Cuello y Félix Servio Doucoudray. Desde la Habana, Feliú Arzeno afirmó en 1951 que San Juan de la Maguana y Puerto Plata fueron las demarcaciones de mayor avance en este esfuerzo, aunque lejos de la meta de 1,200 combatientes contemplados. La idea era armar e incorporar al pueblo a la lucha.

El nuevo plan incluía el desembarco simultáneo de Juancito Rodríguez, jefe supremo, por el norte; Miguel Ángel Ramírez por el sur, y Horacio Julio Ornes por el centro de Santo Domingo. Por mala suerte, la nave que transportaba a los dos primeros fue forzada a aterrizar en el pueblo de El Cuso, México, por la delación de autoridades de los Estados Unidos. Solo Horacio Julio Ornes logró desembarcar en el hidroavión Catalina el 19 de junio de 1949 en Luperón, pero su tripulación, compuesta por los norteamericanos John Chewing, George Raymoon Sesuggs y Habber Joseph Warrar, murieron carbonizados. Mientras que los combatientes Federico Henríquez Vásquez (Gugú), Salvador Reyes Valdez, Manuel Calderón Salcedo y Alejandro Selva, fueron ejecutados. También cayeron Fabio Spinolio Mena, Fernando Suárez, Alberto Ramírez, Hugo Kundhart y Alfonso Leyton. Como jugada política, sobrevivieron el comandante Horacio Ornes Coiscou, José Rolando Bonilla, José Félix Córdoba Boniche, Tulio Arvelo y Miguel A. Feliú.

El decenio que siguió al fracaso de la invasión de Luperón marcó la desolación para el general Juancito Rodríguez. Los cambios políticos dados en Venezuela con la sustitución del dictador Pérez Jiménez por Rómulo Betancourt y sus aliados del Pacto de Punto Fijo,  y en Cuba con la Revolución guiada por Fidel Castro, tuvieron su influencia en el modus operandi del exilio dominicano. Tan diferente resultó su conducción, que el líder cubano relegó por completo al liderazgo que por tradición dirigía la lucha contra Trujillo al poner por condición que solo colaboraba con la causa dominicana si Enrique Jiménez Moya era el comandante supremo y su único enlace en el proceso.

Con esas condiciones quedaron relegados Juan Bosch, Juancito Rodríguez y otros luchadores del exilio; y en ellas se dio la organización de las expediciones de junio de 1959, en las que perdió la vida José Horacio Rodríguez Vásquez, hijo del general mocano. Para entonces, su domicilio era La Habana, donde le visitaba su hija María Mercedes y le acompañaba sin receso la ausencia de José Horacio, su asistente y asesor en los episodios esenciales de la lucha. Su último viaje fue a Barquisimeto, Venezuela, con el fin de conocer a sus nietos, los hijos de su asistente sin igual; quizá vencido por la pena, allí se suicidó en noviembre de 1960. Sus restos llegaron a la patria 18 años después, por iniciativa de su hija y por decisión del presidente Antonio Guzmán Fernández.

Posdata  

En el libro: “La guerra de Figueres (1998), citado en este artículo, Guillermo Villegas Hoffmeister, historiador costarricense, incluye una imagen de Juancito Rodríguez cuyo pie de foto dice: "General Juan Rodríguez García, dominicano. Sin el aporte de su equipo bélico es posible que el ejército insurgente de Figueres hubiera sido derrotado en 1948. Soñador infatigable en pos de la libertad. En Costa Rica se le sumió, imperdonable y egoístamente, en el olvido.” Creo que nos luce exonerar a los ticos por su gesto olvidadizo, ¿y entre nosotros?

Héctor Luis Martínez

Historiador y educador.

Héctor Luis Martínez, historiador, editor y educador dominicano. Profesor titular de la cátedra de Historia Dominicana. Ha colaborado en las revistas Clío, de la Academia Dominicana de la Historia; País Cultural, del Ministerio de Cultura; Ecos, del Instituto de Historia (UASD); e Historia, del Instituto Panamericano de Geografía e Historia. Articulista invitado de los periódicos Listín Diario, Hoy y El Universitario.

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