Instantes del teatro. Más allá de la representación (IX)

Indiscutiblemente vivimos en una sociedad de consumo en la que se nos ha impuesto la idea de que tenemos que hacer cada vez más y más, y que estar quietos no es opción. El nuevo paradigma de comprar y vivir experiencias que nos cambien, que sean experiencias transformadoras sin importar el precio, porque hay que descansar de la realidad.

Se nos vende el concepto de que necesitamos llenar los espacios con cosas y que debemos mantener una vertiginosa carrera (inconsciente y ya casi instintiva) contra el tiempo para seguir consumiendo bienes y servicios, porque hay que viajar, probar sabores nuevos, conocer otras culturas, ser emprendedores, reinventarnos, digitalizarnos, pero también hacer mindfulness y de paso vivir experiencias “inmersivas” y como si fuera poco, no debemos parar nunca, porque si no, no somos eficientes, y entonces nos perdemos en la tristeza, la depresión o la ansiedad… ¡Abrumador! Pero, tranquilos. Que el teatro está para lo contrario.

El teatro nos libera, nos conmueve. Nos ofrece descubrir otros territorios, otros mundos, pero en un mismo lugar. Podemos ser otras personas y conocer otras culturas sin tener que desplazarnos. Sin dejar la realidad, es un escape para imaginar. El teatro es lugar de encuentros. En él, no necesitamos nada más que estar allí y dejarnos llevar por su capacidad transformadora.

La experiencia de presenciar teatro es única e irrepetible. Como seres materiales y sociales que somos, este nos llena, nos hace más humanos. Pero entre una función y otra el escenario puede estar vacío, a la espera, y en ese espacio vacío, llega una tregua. La contemplación del tiempo y del silencio en sí mismos es igual de válido e incluso necesario. Simplemente estar, ser y vivir el instante presente. Eso, y entre muchas otras cosas, sucede en el teatro antes, durante y después de cada presentación. Un instante de pausa, para más allá de la representación, descansar de la realidad.