Mi abuela, siempre
Lo dijo: guarden.
El pan,
Para que haya
¿Con qué alumbrar la casa?
Mi abuela, que no tiene,
La pobre casa.
Ya,
Ni cara.
Eliseo Diego, “El sitio en que tan bien se está”
Tantos bombardeos de millones, ultrajes, la palabra “robo” que ya no parece tan mal, la imagen de uno con Gabina, a las seis de la mañana, entrando a la Sala de Espera del Hospital Morgan y todo ese paisaje lleno de durísimos rostros del campo haciendo hora por una cita. Santo Domingo es de morirse. Tanta inclemencia, vileza, abuso subiendo y bajando por las torres del Polígono, los niños quejándose en el Lounge del VIP porque en Qatar, porque qué sé yo, y la boda pendiente donde no se sabe. Todo ese paisaje de los chopos, ex chopos, ex pobres, hijos y sobrinos "de" chupando de la teta patria mientras en la patria sin suerte, allá bien lejos, el bisabuelo de Minerva con “los del montón salidos”.
Si Silvio no quería estar lejos “de la casa y el árbol”, yo cada vez me acojo más a mi camita casi sándwich. Recupero una que otra vez un domingo cenando “Harina del negrito”, porque Gabina sabía tapar con sus manos mágicas aquella infancia de miseria y pobreza que viví, en la que todavía estoy, aunque mis lecturas de Rilke en su propio idioma puedan confundir con otra cosa.
Bueno, qué es pasar por las mesas de Montmartre y derretirse con esos platos supercomplicados de los franceses, o asumir con toda la gula imaginaria ese aroma de la comida malaya o indonesia, o dominar la nomenclatura de la gran comida sushi como lo hace el Supér y no esos adefesios que nos sirven en la Gustavo. Regusto que da descubrir los faisanes alsacianos, los refritos de alguna zona hindú a la que David no llegó y que Hans ni siquiera sospechó, asignatura que le quedó pendiente al pobre de Lezama Lima, que tan buen gusto y estómago y ganas que tenía el pobre. Pero tampoco se puede uno poner todas las estrellas en la frente, ¡caramba!
Después de tantos estrépitos en tantas mesas, se vuelve a lo de siempre.
Estás más solo que una hormiga sobreviviente de un incendio.
Vas a tu cocina, tal vez encajable en los últimos escalafones de los informes de la CEPAL sobre los últimos de los últimos en ingreso de América Latina. Al fondo de tantos escombros mentales y reales vas a lo más importante, la gota que apagará tantos incendios. Tienes tu pedazo de pan. Encuentras algo de mantequilla. Habrás llegado a la verdadera gloria.
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