Su imaginario, capaz de recrear mundos posibles, lo catapultó a la fama, siendo considerado por la crítica como un verdadero genio de la ficción por mostrar realidades hasta entonces impensables para las comunidades literarias. En sus novelas, invita al lector a experimentar la aventura propia de la primera infancia, cuando aún se desconoce el miedo y surge el deseo de explorar. Su narrativa estimula la navegación por el caudal de la ficción de manera lúdica, una característica que lo distingue claramente de sus contemporáneos. Bajo esta perspectiva se enmarca la trama de La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne.

La obra está estructurada en treinta y siete capítulos. Predominan los personajes masculinos, cultos, inteligentes, de buenas costumbres, en ocasiones discretos e innovadores en aventuras, a veces poco creíbles en entornos de actividades androcentristas, característica constante en la narrativa de Verne. Mientras que el personaje femenino en el elenco es un objeto que necesita ser salvado por un caballero. Por otra parte, la lectura es una práctica habitual que emerge en distintos escenarios, independientemente del estatus socioeconómico del individuo. A partir de realidades contextuales y naturales, el autor incorpora elementos ficcionales para construir y configurar sus tramas.

El proyecto del viaje surge durante una de las partidas de cartas que Fogg solía sostener en el club que frecuentaba diariamente, un escenario que dio origen al reto que terminó convirtiéndose en la apuesta de darle la vuelta al mundo en ochenta días. La idea contó con partidarios que la respaldaron mediante apuestas de diferentes montos en libras esterlinas, así como con adversarios que la consideraron una locura. Pese a esto, atrajo la atención de diversos medios periodísticos londinenses, generando tanto empatía como rechazo; estos últimos la percibieron como una demostración de facultades mentales poco confiables de Fogg (p. 196).

La vuelta al mundo en ochenta días narra la travesía de Phileas Fogg junto a su criado Picaporte, emprendida con el fin de ganar la apuesta que había hecho con sus colegas del Reform Club, en la que arriesga la mitad de su fortuna. Durante la aventura, los diversos medios de transporte disponibles en la segunda mitad del siglo XIX se convierten en escenarios relevantes para alcanzar la meta.

Sin embargo, pese a las distintas opiniones sobre la aventura de Phileas, su divulgación en los diarios nacionales incrementó el número de lectores e incidió en que una amplia población siguiera con interés el reto, el cual se convirtió en un desfile cultural a medida que tocaba puertos y estaciones en cada país. En ese sentido, durante el recorrido Fogg y su mayordomo superaban los obstáculos que encontraban y que podían causar demoras en la ruta trazada para conseguir el reto; fue por ello que, ante la dificultad de que el tren no pudiera llegar a la estación de Rothal, decidieron viajar en el medio factible en ese momento: un elefante.

Durante el recorrido, Fogg muestra con sus acciones la nobleza del caballero culto, diligente, capaz de enfrentar las adversidades imprevistas, motivo que provocó un cambio de visión en el detective Fix, quien suponía que Fogg era un delincuente que huía de las autoridades londinenses. No obstante, quien viola la ley difícilmente arriesga su vida para salvar a alguien, como ocurrió en el incidente en su paso por la India, en el que presenciaron una marcha que llaman “Sati”, realizada para culminar con el sacrificio de una mujer quemada al fallecer su marido, si este era príncipe, costumbre especialmente en comunidades salvajes.

En fin, La vuelta al mundo en ochenta días es una lectura entretenida en la que el lector se sumerge en la diversidad cultural y puede relacionar el desarrollo alcanzado en los medios de transporte. Del mismo modo, permite vislumbrar retos considerados descabellados, pero que podrían ser alcanzados, tal como lo hizo Phileas. Lo planteado por el autor podría servir como itinerario para una persona jubilada, amante de la aventura y con los recursos económicos suficientes para recorrer el mundo, probablemente en menos tiempo que Fogg, ya que hoy los viajeros cuentan con medios de transporte más modernos.

Minerva González Germosén

Educadora y escritora

Mi nombre es Minerva González Germosén y me encanta la música, tengo muchas canciones favoritas, pero “Una palabra” de Carlos Valera tiene un significado especial para mí, por el rol que juega la palabra en mi desempeño como docente. Sueño con escribir cuentos y novelas, transmitirles a mis nietos la pasión por la lectura, me gustaría vivir el tiempo que me queda desde una perspectiva diferente a mis antepasados; donde la lectura y la escritura sean mi equipaje de viajes hacia lugares remotos en los que se alcanzan las utopías anheladas y las limitaciones económicas, sociales y políticas no me han permitido lograr.

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