(Artículo adaptado de nuestra conferencia impartida en la FILSD 2025)

¿Es posible aprender sin emoción? ¿Puede un niño interesarse por algo que no despierta su mirada ni su curiosidad? En el aula, el arte, es decir, la palabra bien dicha, el gesto, la imagen, el sonido,  no es un adorno, sino una fuerza que captura la atención, moviliza la emoción y otorga sentido. Si el aprendizaje necesita emoción y atención, ¿por qué el arte sigue siendo un elemento secundario dentro de la escuela?

La educación dominicana carga con dificultades que todos conocemos: baja comprensión lectora, prácticas repetitivas, estudiantes desmotivados. Pero el problema no es solo técnico o estadístico. Es también sensible, emocional y estético. Tenemos un currículo lleno de buenas intenciones, pero aulas que no logran encarnarlas. En teoría hablamos de competencias; en la práctica abundan clases rígidas, lineales, previsibles, que transmiten información pero escasamente despiertan pensamiento.

La escuela se ha convertido, muchas veces, en un espacio donde lo urgente, (cumplir, planificar, llenar registros, terminar, evaluar) se impone sobre lo esencial: conmover, imaginar, comprender. No se trata de formar artistas, sino de formar pensamiento y sensibilidad. Cuando hablamos de arte en la educación, no hablamos de convertir a los estudiantes en pintores, músicos o actores, sino de aprovechar los recursos artísticos para formar seres humanos críticos, creativos y capaces de sentir y pensar a la vez. Porque, como recuerda Mora (2017), “sin emoción no hay curiosidad, sin curiosidad no hay atención, y sin atención no hay aprendizaje”. La atención no se exige: se conquista.

Cuando el arte entra al aula, no convierte la clase en un espectáculo, sino en una experiencia significativa. Un docente que narra un cuento con la voz colocada, el ritmo justo, los silencios precisos, logra más atención que cualquier proyector o diapositiva. Un estudiante que puede imaginar, moverse, preguntar, escuchar, observar… no está actuando: está aprendiendo con todo su ser. El aula es, o debería ser,  un escenario pedagógico, y el docente, un mediador creativo. No para fingir, sino para encarnar el saber con su voz, su cuerpo, su mirada, su silencio y sus preguntas.

El problema no es, necesariamente, la falta de compromiso. Hay docentes entregados, pero con prácticas rígidas, previsibles, poco creativas, que terminan agotando el interés de sus estudiantes. Hay estudiantes brillantes, pero desconectados del acto educativo porque no encuentran belleza ni emoción en lo que se les propone. Hay bibliotecas, sí, pero no siempre se usan como espacios vivos de lectura, de conversación, de descubrimiento. Hay cultura dentro y fuera de la escuela, pero no hemos aprendido a integrarla pedagógicamente. La brecha de la educación dominicana no es solo pedagógica: es también emocional y estética.

Por eso, cabe la pregunta: ¿y si la creatividad fuera parte de la política educativa? Imagino políticas públicas con conciencia estética. Una escuela donde la Zona de Biblioteca incluya literatura dominicana junto con la universal; donde el Estado adquiera libros de escritores locales y los ponga en manos de estudiantes y docentes; donde el arte no sea solo una efeméride o un festival, sino una forma cotidiana de enseñar cualquier contenido.

Imagino una formación docente que no solo transmita contenido, sino que enseñe a contarlo. Que forme maestros capaces de usar la voz, el gesto, la metáfora, la pregunta; docentes que no repitan, sino que provoquen; que no llenen cuadernos, sino que enciendan pensamientos. No se trata de preparar artistas, sino de preparar mediadores creativos del conocimiento.

Y sueño con escuelas insertas en un ecosistema cultural vivo, vinculadas con bibliotecas, museos, teatros, editoriales, universidades. Escuelas que no estén aisladas, sino conectadas a la vida cultural del país.

La escuela que imagino es aquella donde se lee no para responder cuestionarios, sino para hacerse preguntas. Donde el arte no es un acto de fin de año, sino un lenguaje cotidiano del aprendizaje. Donde el docente no aburre, sino que crea experiencias que despiertan emoción y pensamiento. Porque cuando la educación incorpora sensibilidad, imaginación y belleza, transforma sociedades.

Patricio León

Educador y artista multidisciplinario

Patricio León. Educador y artista multidisciplinario. Educador, actor, escritor y músico. Doctorando en Ciencias de la Educación en la Universidad Anáhuac (México), con experiencia en formación docente, educación infantil, gestión curricular y literatura infantil. Ha publicado ensayos, ficción, poesía y teatro. En escena, ha interpretado personajes clásicos y contemporáneos en obras de autores como Beckett, Lorca y Sábato. Su trabajo integra arte y pedagogía, fomentando la formación integral a través de la palabra y el escenario. patricioleoncruz@gmail.com

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