Conozco a Haffe Serulle desde mis años en el grupo de Teatro UASD de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Allí, bajo su guía, aprendí no solo técnicas de actuación y dirección, sino también una visión del teatro que iba más allá del escenario. Lo vi crecer como director, desarrollar un estilo propio, y refinar su estética a lo largo del tiempo. Por eso, cuando me invitó —con la generosidad de un maestro hacia su antiguo alumno— a presenciar un ensayo de Cuerpos de barro, sentí que volvía a reencontrarme con esa trayectoria que he visto crecer y madurar en las tablas.

Lissette Jiménez. Foto de David Soto.

Desde el primer momento comprendí que estaba frente a un nuevo escalón en ese proceso creativo. Serulle no cuenta historias en el sentido tradicional: las expresa. Su teatro nunca ha sido ni será naturalista; no busca reproducir la vida tal como es, sino mediante una estética inconfundible, trascenderla a través del símbolo, del gesto, la metáfora y la poesía. En Cuerpos de barro, todo —la tela, las copas, las ramas, los cuchillos, las sombras, los documentos— habla un lenguaje más profundo. Ningún objeto está ahí por casualidad; cada elemento escénico se convierte en signo, en presencia cargada de sentido.

Saúl Rodríguez. Foto de David Soto.

La atmósfera clásica en clave moderna

Foto de David Soto.

Lo que más me impresionó aquel día del ensayo fue la atmósfera. A pesar de la fuerza contemporánea de la puesta en escena, había algo que remitía directamente al teatro clásico. Los gestos rituales, el destino inevitable que pesa sobre los personajes, todo me recordó la tragedia griega, sin deus ex machina, pero visto a través de un prisma moderno. Fue como si Serulle hubiera regresado a las raíces del teatro para reinterpretarlas en clave actual, creando un montaje que es a la vez barro y mármol, fragmento y eternidad.

Stuart Ortiz. Foto de David Soto.

Vi la puesta en escena solo en ensayo con público. Era practicamente un ensayo general sin los elementos técnicos de luces, sonido ni vestuario. Era Teatro “en el hueso”, puro, sin ornamento, pero las fotos que luego repasé de las funciones formales  que se hicieron en el Teatro Nacional, me reconfirmaron esa primera impression que senti en el ensayo: la tela que envuelve a los cuerpos como un destino ineludible; la mujer alzando las copas como si ofreciera un sacrificio; el anciano en cruz, atrapado por la sombra de su propia memoria. Son imágenes que no se olvidan, porque evocan lo clásico pero lo colocan en un lenguaje contemporáneo y simbólico.

Actuaciones que sostienen el simbolismo

Foto de David Soto.

Una obra de tal densidad simbólica necesita intérpretes capaces de sostenerla. Aquí vale detenerse: la inmensa Lisette Jiménez, como la mujer, ofreció una actuación deslumbrante, con una presencia que llenaba el espacio y le daba carne a lo simbólico. Stuart Ortiz, como el anciano, encarnó con sobriedad y fuerza la fragilidad de la vejez, el desmoronamiento del cuerpo y de la memoria y Saúl Rodríguez, el violinista, con su exquisita versatilidad, fue al mismo tiempo músico, sombra, hijo, alter ego y cómplice: un personaje múltiple que se movía entre lo real y lo espectral. Entre los tres —y con la tela como cuarto personaje— lograron sostener una escenificación de gran riqueza estética.

Símbolos de una decadencia

Foto de David Soto.

El telar, convertido en árbol, en mar, en prisión; la copa, memoria líquida del amor y de la pérdida; las ramas, látigo de una infancia marcada por culpas; los cuchillos, filo de la violencia interior; los documentos, legado de un poder corroído por el tiempo; el baile, promesa de vida que nunca se cumple… Todo en Cuerpos de Barro habla en clave simbólica. No hay objeto inocente. Serulle construye un lenguaje donde lo visible es apenas la superficie de lo invisible.

Una obra abierta a múltiples lecturas

Foto de David Soto.

Lo fascinante es que cada espectador puede decidir cómo leer esa simbología. Quien quiera, verá en la obra el drama íntimo de una familia burguesa con sus secretos, traiciones y silencios. Otros reconocerán una metáfora de la decadencia del capitalismo, un sistema que envejece y se agrieta, igual que el cuerpo del anciano. Y no faltará quien la asuma como una meditación sobre la vejez, el amor y la muerte. Todas esas lecturas son válidas, porque Cuerpos de Barro es un teatro abierto, alegórico, que invita a descifrar.

Conclusión

Haffe Serulle

Salí del ensayo convencido de que Cuerpos de Barro no cierra el ciclo creativo de Haffe Serulle, sino que lo eleva a un nuevo escalón. Estamos frente a un director maduro, dueño de un lenguaje propio, que es capaz de dialogar con el teatro clásico y, al mismo tiempo, proponer una estética simbólica profundamente contemporánea.

Esta obra puede leerse como retrato de familia, como metáfora social o como tragedia moderna. Pero, sobre todo, es un recordatorio de que el teatro de Serulle nunca será naturalista: es simbólico, es ritual, es metáfora, es poesía. Es un teatro que no se conforma con contar, sino que expresa lo que somos y lo que tememos ser. Y eso, en los tiempos que corren, no es poca cosa.

Carlos Sánchez

Escritor

Carlos Sánchez es escritor.

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