Título original: Frankenstein Año: 2025 Género: Fantástico. País: USA. Dirección: Guillermo del Toro. Guion: Guillermo del Toro. Libro: Mary Shelley. Elenco: Oscar Isaac, Jacob Elordi, Mia Goth, Christoph Waltz. Duración: 2 horas 29 minutos
Guillermo del Toro ha logrado materializar su gran deseo de adaptar cinematográficamente la obra gótica y fantástica de Mary Shelley, un anhelo que venía cargando desde hace muchos años. Por eso, “Frankenstein” significa mucho para él pues le ha permitido combinar el romanticismo gótico con la sensibilidad artesanal que lo caracteriza.
Disponible a través de la plataforma de Netflix, esta película inicia proponiendo la idea de Del Toro desde los primeros planos, un universo de penumbra donde la belleza y el horror son inseparables. El cineasta busca una ambientación suspendida en el tiempo, una especie de limbo visual donde el mito puede renacer sin ataduras históricas.
La representación de la Criatura es uno de los elementos más cautivadores del filme. Del Toro reinterpreta al monstruo desde la vulnerabilidad y no desde la deformidad. El actor Jacob Elordi, cubierto de prótesis tenues y maquillaje empalidecido, encarna un ser incompleto, pero profundamente humano.
Su rostro conserva trazos de belleza interrumpida, a pesar de saberse que su cuerpo proviene de restos humanos, la impresión es otra, es como si su corporalidad hubiese sido armada a partir de fragmentos de una estatua rota. Por eso la personificación no busca provocar repulsión sino compasión, y en ese equilibrio entre lo trágico y lo bello se encuentra el corazón del filme.
La relación entre Víctor Frankenstein y su creación se presenta como el eje emocional y moral de la película. Del Toro articula esa relación no solo como conflicto entre ciencia y ética, sino como espejo de una paternidad fallida. Víctor crea vida, pero se niega a asumir la responsabilidad del cuidado, en cambio, la Criatura abandonada convierte su deseo de amor en violencia.
Esta idea, quizás, corresponde a una extensión de otra obra del realizador donde la criatura es un símbolo de la aceptación de lo diferente, por ejemplo, “La Forma del Agua” (2017), donde se intenta reflejar que ambos personajes hacen una transición importante, puesto que mientras Víctor se descompone física y emocionalmente, su creación aprende el significado del dolor y la soledad. Esta simetría trágica refuerza el tono de fatalidad que recorre toda la película.
La decoración y el diseño de producción constituyen uno de los pilares de la puesta en escena. Los espacios no solo describen lugares, sino estados mentales. El laboratorio de Víctor Frankenstein, con sus columnas oxidadas, mecanismos eléctricos de inspiración ‘steampunk’ y restos de materia orgánica, funciona como prolongación de su psique obsesiva. En ese sentido, Del Toro reafirma su maestría para convertir los escenarios en personajes que respiran y dialogan con los protagonistas.
El vestuario desempeña una función narrativa determinante. En Víctor las prendas son un espejo de su transformación moral mientras que la Criatura pasa del vendaje hacia una suerte de desnudez simbólica que representa el descubrimiento de su humanidad. Esto sin declarar en donde reside el alma de esta criatura, si es en su cuerpo entero o en algunas de sus partes. El realizador no las responde, no obstante, utiliza la indumentaria como relato visual de sugerencias reforzando la idea de que la apariencia es una forma de verdad.
La dirección de Guillermo del Toro equilibra su habitual inclinación por el exceso visual con una sorprendente madurez emocional reforzada por la fotografía de Dan Laustsen (La Forma del Agua) quien emplea contrastes extremos entre luz y sombra para sugerir el conflicto ético del relato.
Su puesta en escena sobria, concentrada en el conflicto íntimo más que en el espectáculo, demuestra que el mito de Frankenstein no requiere grandilocuencia, sino introspección, y su dirección logra que cada gesto, cada silencio, pese en la conciencia del espectador.
La labor actoral Oscar Isaac ofrece una interpretación fascinante de Víctor Frankenstein. Su trabajo equilibra inteligencia, vanidad y una inquietante vulnerabilidad. Isaac construye un científico carismático, consciente de su genio, pero cada vez más devorado por la culpa.
En cambio, Jacob Elordi, como la Criatura, alcanza un intenso papel cuya interpretación combina la torpeza de un cuerpo recién nacido con la melancolía de un ser consciente de su condena. Elordi utiliza el silencio y la gestualidad mínima para expresar la evolución de su personaje.
Por otro lado, el papel femenino interpretado por Mia Goth funciona como una figura que articula varios de los temas centrales de la película como la responsabilidad emocional, la fragilidad de los vínculos humanos y lo trágico de la creación. Esta imagen que el realizador construye del personaje de Elizabeth de la novela, la convierte en una fuerza moral y simbólica.
No obstante, la película no está exenta de debilidades. En su afán por condensar el relato, algunos pasajes filosóficos del texto de Shelley quedan apenas esbozados. La reflexión sobre el conocimiento, la moral y el progreso científico a veces cede espacio a la emotividad visual.
La interpretación que Del Toro ofrece de la novela de Mary Shelley es, ante todo, una lectura contemporánea de la responsabilidad. El director no busca repetir el mito, sino actualizarlo desde la sensibilidad actual como es ser que se convierte en emblema de la exclusión y Víctor en símbolo de una ciencia desconectada de la empatía. En este sentido, su Frankenstein es una meditación sobre la soledad, la paternidad, pero también del perdón.
“Frankenstein” es una de las obras más personales de Guillermo del Toro. Su visión logra integrar el horror y la ternura. No es una película sobre la monstruosidad, sino sobre la responsabilidad de crear. Si bien no alcanza la perfección narrativa de sus mejores trabajos, posee una fuerza estética y moral que la sitúa como una de las adaptaciones más humanas del clásico de Shelley dándole así un nuevo corazón.
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