Un hallazgo revolucionario para la comprensión de la evolución de nuestra especie y los rituales humanos modernos.
Así lo afirma un grupo de científicos en un estudio publicado en julio en la revista científica L’Anthropologie, sobre el cráneo de un niño que vivió hace 140.000 años y que fue encontrado hace casi un siglo en una de las cuevas del Monte Carmelo, al noroeste de Israel, en el que se considera es el cementerio más antiguo conocido.
Se trata de un infante de entre 3 y 5 años, que habría sido enterrado de manera intencional en esa zona del Levante, el corredor biogeográfico en que se mezclaron flujos genéticos entre linajes indígenas y otros grupos provenientes de África y Eurasia durante el Pleistoceno Medio.
Se lo conoce como Skhūl I porque fue el primero de los fósiles encontrados por la arqueóloga británica Dorothy Garrod y el antropólogo físico estadounidense Theodore McCown cuando exploraron la zona en 1931.
Y, según esta nueva investigación, su morfología sería la evidencia más antigua conocida de la mezcla entre el Homo neandertal y el Homo sapiens.
Está bien documentado ya que ambas especies se mezclaron y que los humanos modernos tenemos una carga genética neandertal, de entre un 1% y 5%, pero la antigüedad del niño Skhūl I marca toda la diferencia.
"Lo que decimos ahora es en realidad algo revolucionario", le explica a BBC Mundo Israël Hershkovitz, paleoantropólogo israelí y profesor en el Departamento de Anatomía y Antropología de la Universidad de Tel Aviv, quien lideró la investigación.
"No solo mostramos que el primer encuentro entre neandertales y Homo sapiens no ocurrió hace unos 50.000 años como se presumía, sino que ocurrió al menos unos 100.000 años antes, hace unos 140.000 años, lo cual es extremadamente significativo", agrega.
Pero no todos los científicos están de acuerdo.
Un mosaico inclasificable
Skhūl I murió por causas naturales a una edad temprana. De cómo vivió, no se sabe mucho. Tampoco es posible precisar con certeza qué afección pudo haberlo matado a tan temprana edad ni su sexo biológico.
Lo que sí se sabe es que habría sido enterrado junto a otros niños y adultos en lo que se considera un cementerio colectivo y uno de los hallazgos más significativos para la paleoantropología en la zona del Levante a inicios del siglo XX.
La morfología de su cráneo y su mandíbula (la que se separó accidentalmente del esqueleto durante la excavación y fue consolidada con yeso) fue reevaluada en un nuevo estudio mediante imágenes de tomografía computarizada y reconstrucciones virtuales en 3D para aclarar su asociación y su taxonomía.
Al compararlos con restos de otros niños Homo sapiens y neandertales, el grupo de científicos liderados por Hershkovitz observó "una naturaleza en mosaico de sus características morfológicas", y una "dicotomía morfogenética" entre ambas partes.
Es decir, mientras que la estructura craneal del niño tenía -en general- rasgos propios del Homo sapiens, las cualidades de la mandíbula apuntaban a "una fuerte afinidad" con el grupo evolutivo de los neandertales.
"La combinación de rasgos observada en Skhūl I podría sugerir que el niño era un híbrido" entre neandertales y Homo sapiens, detalla el estudio.
Hasta ahora el niño estaba clasificado como un humano moderno, sin embargo, los investigadores sugiere que "es casi imposible" clasificarlo en uno u otro grupo.
Hershkovitz aclara que el término híbrido no implica que el niño fuera hijo de un neandertal y un Homo sapiens, sino el resultado de la mezcla progresiva entre los dos.
"Lo llamamos una población con introgresión, lo que significa que los genes de una población penetraron lenta y gradualmente en el otro grupo. Así que, en realidad, lo que vemos en Skhūl es una población casi sapiens, pero con una mayor proporción de genes neandertales", sostiene.
En ese sentido, los investigadores proponen que el niño debería clasificarse como perteneciente a un "paleodemo", es decir, una población caracterizada por una gran diversidad biológica resultado del mestizaje, que merece ser reconocida como un grupo particular dentro de una especie.
El antecedente del niño Lapedo y Yunxian II
Hasta finales de los años 90 existía el consenso científico de que los neandertales y los humanos modernos no podían haberse cruzado por ser dos especies distintas.
Por eso, el descubrimiento en 1998 del esqueleto casi intacto del niño Lapedo, en Portugal, también con características mixtas entre sapiens y neandertales, supuso un giro radical en nuestra comprensión de la evolución.
El niño de cerca de 4 años que vivió hace unos 29.000 años evidenciaba una clara hibridación entre ambos grupos.
La revolución que confirmó esa teoría vino en la década del 2010, cuando se secuenció el primer genoma neandertal. Al ser comparado con el de humanos actuales de distintas regiones, se encontró que entre un 1% y 5% del ADN de poblaciones no africanas provenía de los neandertales.
Si el niño Lapedo nos hablaba de un cruce reciente en la historia de la evolución humana, Skhūl I arroja luz sobre una época muy anterior.
En septiembre la revista Science publicó un estudio sobre Yunxian II, un cráneo humano de un millón de años de antigüedad hallado en China, que -según científicos- sugiere que el Homo sapiens comenzó a surgir al menos medio millón de años antes de lo que pensábamos.
Los investigadores que publicaron sobre Skhūl I, sin embargo, aseguran que ese hallazgo no se relaciona con las conclusiones de su estudio.
"No guarda relación con el desarrollo ni con la interacción entre Homo sapiens y neandertales en el Mediterráneo oriental. El cráneo chino es, supuestamente, muy antiguo, y con certeza no pertenece ni a Homo sapiens ni a neandertal", dice Hershkovitz.
"No sorprende que hubiera más especies de Homo caminando sobre la Tierra durante el Pleistoceno medio y tardío", agrega.
"Tiene poco sentido biológico"
Antonio Rosas, profesor de investigación del Departamento de Paleobiología del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC) de España, pone en duda algunos de los hallazgos sobre Skhūl I.
Para el académico el hecho de que los investigadores se apoyen en una conjunción de una base del cráneo propia de Homo sapiens y una mandíbula congruente con la anatomía neandertal, es una "mezcla" que, dice, "tiene poco sentido biológico".
"La determinación genética de la anatomía es compleja y no suele distribuirse de manera tan estanca en elementos óseos aislados: a saber, cráneo y mandíbula", agrega.
Además, otro ejemplo propuesto de híbrido sapiens-neandertal, esta vez en Portugal, el Lagar Velho, mucho más reciente en el tiempo, muestra una mandíbula inequívocamente de Homo sapiens, lo contrario que en Skhūl I.
Según Rosas, la clave está en la taxonomía y la interpretación del entierro, que se sabe experimentó alteraciones posteriores a la propia inhumación. "La posibilidad de que la mandíbula de Skhūl I sea de un individuo neandertal que haya ido a parar a un enterramiento de un Homo sapiens debe ser considerada", recalca.
Como es ampliamente reconocido en el mundo científico, uno de los grandes desafíos del estudio evolutivo es la capacidad de recuperar ADN en fósiles antiguos.
"Sin duda, aquí hay un problema metodológico. La hibridación entre especies humanas se ha puesto de manifiesto de manera incontestable a través de datos paleogenómicos. Sólo con datos morfológicos hoy por hoy es difícil asegurar estos fenómenos. Desconocemos en gran medida como la combinación de la información genética de neandertales y sapiens se expresa en la anatomía", sostiene Rosas.
Otros científicos han expresado preocupaciones similares a distintas revistas científicas, pidiendo análisis de ADN en Skhūl I para verificar las conclusiones de este nuevo estudio.
La colaboración y las prácticas mortuorias
Más allá de arrojar luz sobre una supuesta hibridación temprana en la evolución humana reciente, el niño Skhūl I también da información valiosa sobre otros dos elementos: la colaboración entre los dos grupos y, a su vez, nuevas perspectivas sobre prácticas culturales que se han asociado históricamente con el humano moderno.
Hershkovitz destaca que "lo más dramático y más importante es que ahora sabemos que los dos grupos lograron vivir uno al lado del otro durante un período muy largo de tiempo".
Para él, esto sigue contrarrestando el paradigma de que el Homo sapiens es una especie que se impuso sobre otras por la "ley del más fuerte".
"Esta es la verdadera sorpresa, porque durante mucho tiempo los antropólogos pensaron que los Homo sapiens eran los únicos responsables de la eliminación de todos los demás grupos de Homo en la Tierra", recalca.
"Ellos no desaparecen porque fuéramos una especie agresiva que los expulsó, desplazó o presionó hasta extinguirlos. Al contrario. Básicamente lo que ocurrió es que fuimos asimilando a esas pequeñas poblaciones en los grupos más grandes de Homo sapiens y poco a poco desaparecieron", agrega.
El estudio también señala que Skhūl I fue enterrado en lo que se interpreta como un cementerio colectivo, donde los muertos eran sepultados con ofrendas, dando cuenta de un sentido de pertenencia grupal y respeto hacia los niños, además de una posible conducta territorial temprana.
"Contrariamente al paradigma dominante, las prácticas mortuorias más antiguas conocidas que implican entierros no pueden atribuirse de manera exclusiva a Homo sapiens frente a Homo neandertales", señala el estudio.
"Durante muchos años entendimos al cementerio como una invención muy reciente de la cultura humana. El cementerio implica estratificación social, creencias en la vida después de la muerte, tantas cosas sobre la cultura humana, su naturaleza, sus creencias, su psicología", agrega Hershkovitz.
"Y aquí debemos reconocerlo: hace 140.000 años ya los teníamos".
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