
"Aquí tenés un libro haciendo analogías con todo tipo de terror, con terror corporal, con terror sobrenatural", dice Larissa Rú (San José, 1998) al referirse a su volumen de relatos "Monstruos bajo la lluvia".
Y es totalmente cierto. En todos hay una mujer, en todos le toca vivir el terror, a veces más realista, a veces más sangriento, a veces fantasmagórico o grotesco, para hablar de infidelidad, crueldad, rivalidad, desamor, aborto, deseo, abuso y persecuciones.
La autora costarricense es historiadora del arte y cultora del género. "Monstruos bajo la lluvia" y su novela "Cómo sobrevivir a una tormenta extranjera" obtuvieron el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría, máximo galardón literario de su país.
Acaba de sacar del horno su segunda novela, "Canibalia", donde la monstruosidad del canibalismo se ejerce en el propio cuerpo.
Aquí unas pinceladas para tomar el pulso a sus historias.
Del cuento "Cabeza verde":
"Sigo oscilando el machete, con el que abuelo corta maleza para plantar los elotes, pero poco a poco, su peso se magnifica. Y los párpados me vuelven a pesar más que el metal entre mis manos".
Del cuento: "Cuencas (los ojos de Saturno)":
"Lo sentí de nuevo, al otro lado de mi cuello. Esta vez, no contuve un gemido de horror. Acercó su rostro al mío, mi piel estaba al filo de la suya, al filo del hueso desnudo".

BBC Mundo habló con ella en el marco del festival Centroamérica Cuenta, que se realizó en Guatemala entre el 19 y el 24 de mayo.

¿Cuándo empezaste tu romance con el terror?
Comencé a leer fantasía a los 13 años con los libros de "Crepúsculo" y "Los juegos del hambre". Todos en mi escuela estábamos leyendo escritoras anglosajonas, mujeres blancas que hablaban de sus problemas.
Me encantaban, pero a veces pensaba ¡ay!, quisiera algo que tenga más incidencia con mis preocupaciones, con lo que experimento día a día, ¿por qué no escribo yo una historia?
Fue fácil hacer terror con mis vivencias, con mi entorno latinoamericano, todo me era sencillo. No voy a decir que es mi nicho, pero me encanta.
Lo curioso es que cuando publiqué "Monstruos bajo la lluvia", me dijeron que era parte de un boom latinoamericano de escritoras de terror.
Me puse a investigar y encontré a Mariana Enríquez, a Mónica Ojeda, a las que admiro muchísimo, y empiezo a ver que es un movimiento colectivo.
Bajo lo aterrador y lo escalofriante, ¿cuáles son los temas que laten?
Vienen de la inseguridad de América Latina. Hay tanta ira, tanto miedo que ha sido desestimado históricamente.
El hacer una recolección de ellos ha llevado a una explosión: salgo a la calle aterrada, pero es normal porque sos mujer; tengo miedo, me pasé un poquito de copas y mi novio se está comportando de manera extraña, pero es normal, porque es tu novio y te pasaste de copas.
Siento que es un despertar, el decir "esperen, esto no es normal".

¿Cómo defines la monstruosidad?
Me gusta desde cómo se ha visto a cómo la puedo contar yo de acuerdo a las diferentes mitologías universales.
Lo grotesco y lo monstruoso es una cualidad permitida, siempre y cuando sea viril; para una mujer es casi inconcebible, un monstruo femenino tiene ciertos parámetros para considerarse aceptable.
Cuando hay monstruos propiamente femeninos se asocian a la vejez, al frenesí sexual. Un ejemplo es la vagina dentata en Mesoamérica, que se repite en diferentes mitologías americanas.
En la mixteca, por ejemplo, está la historia de los gemelos guerreros que tienen que matar un monstruo que está acechando y es descrito como una anciana que posee una vagina con dientes; la forma de destruirlo es con un pene de piedra.
En varias versiones del mito, le quitan los dientes, la violan y la matan.
La sexualidad es bien vista cuando es una mujer joven monstruosa; pienso en los videojuegos que ponen chicas con sed de sangre, pero son sexy. Pero cuando es una vieja, no, ¡mátenla!
¿Se puede ser vieja y ser sexy?
Depende de a quién se lo preguntes, porque los estándares sociales nos dicen que no, que la vejez tiene que ser recatada, el epítome de la sabia, y creo que hay mucha belleza, elegancia y sensualidad en la vejez femenina.
Porque en la masculina tienes los George Clooney, los Silver Foxes, eso no se les quita a ellos, pero a nosotras sí.
¿Dirías que es importante desarrollar cierta monstruosidad?
Para mí la pregunta es ¿dónde están los límites que nos permiten ser monstruosas?… Y a los hombres ¿qué los hace monstruos?
En el cine contemporáneo, en las fábulas, tenemos cuentos aleccionadores, historias de la bella y la bestia, pienso en "La novia del rey Lindorm", donde él se convierte en una serpiente.
Nos toca aceptar la monstruosidad de los hombres, pero ¿en qué mundo se ve que un hombre acepte la monstruosidad de una mujer?
Una mujer con cualidades grotescas nunca es aceptable e indagar en el por qué de estas divisiones me parece fascinante.
No pretendo decir que todas seamos unas bestias sociales, pero es interesante ver cómo encontramos cierta libertad de expresión en establecer una relación más cómplice con los monstruos, explorar los límites fraternizando con la noción monstruosa, más allá de la dimensión sexual.
Uno es muchas cosas, capas de capas, un ser humano. Es un tema importante en el feminismo, pero estamos quitándole importancia a todo lo que somos, viendo con lupa, cuando en realidad la imagen es más grande.

El terror corporal de tus relatos recuerda a película "La sustancia"…
El cuerpo es como un primer laboratorio, tiene tanto dolor, tanta potencia. Es interesante experimentar con una mujer consciente de su propio cuerpo, que lo maquilla, lo ejercita, lo corta, como en mi relato "Vanidades".
La película me encantó, sentí una conexión fuerte porque están hablando de la vejez. Se juega con lo grotesco, se abren los cuerpos, pero una de las escenas que da más asco es cuando está Dennis Quaid comiéndose los camarones.
Me pareció brillante, porque está la trama densa de Demi Moore y Margaret Qualley, pero lo que nos repudia es un hombre, el jefe despidiéndola mientras está comiendo.
Esa escena deja en claro a quién tenemos que antagonizar; no es a las mujeres que son un espejo la una de la otra, es a la sociedad que las está poniendo a competir.
Tristemente he visto mucha opinión de que cuando cumples 30, tu valor va en picada socialmente. Entonces una arruga en ese contexto puede ser terrorífica.
Por eso me parece brillante: ¿quién es el enemigo?, ¿cuándo empezamos a convertirnos en un peón de este juego de opresión? Es el juego de comer o ser comido.
Ese es el tema que planteas en tu reciente novela "Canibalia", donde el terror está en la onicofagia…
Es sobre una chica que empieza a desarrollar tendencias caníbales. Quería explorar el tema de la mujer asilvestrada, maligna, que se vuelve loca.
Es una pianista que no encuentra trabajo en las artes y tiene que trabajar en un call center; una experiencia propia, claro, que también es colectiva en Latinoamérica para los que estudiamos artes.
Se siente aplastada por el peso de una corporación, no tiene escapatoria laboral, su título no le sirve de nada.
Empieza a estar frustrada, también por un evento traumático, y lo canaliza en sus hábitos de consume; entonces comienza a practicar la onicofagia, a comerse ella misma, y a desear ver a los demás comerse a sí mismos.
Está atrapada en la máquina capitalista: matar o ser matado, comerse a alguien para sobrevivir. Usa su cuerpo como su única propiedad.
Todos los relatos son en primera persona. ¿Cómo vives el ponerte en esas situaciones?
Me libera muchísimo. Yo estoy disparando, estoy en primera línea de juego. Es liberador usar mis propias experiencias, magnificarlas, ponerles elementos sobrenaturales.
En otros cuentos ha sido pedirme perdón a mí misma por haber sido tan dura; tal vez manifestar cosas vergonzosas.
Con "Canibalia" fue una experiencia distinta. Cuando lo estaba escribiendo pasaba por una situación médica, tenía que tomar un tipo de quimioterapia y sentía que le tenía que volcar mi salud a este libro.
Puedo decir que le derramé lágrimas, sudor y sangre. Escribí acerca de la pedofilia y del asesinato de una niña, lo que me pasó una factura grande. Con ese libro me peleé.
Con "Monstruos bajo la lluvia", en cambio, hay una relación de cariño, por permitir expresarme y llegar a estar en paz con mi salud mental.

¿Qué es lo más monstruoso de estos tiempos?
Diría que la falta de empatía, los conflictos regionales.
Me desespera abrir las noticias y ver lo que está pasando en Palestina y el notar cómo estas cosas se reducen a números, a decisiones frías, a dinero: ¿cuánto se puede capitalizar de un poco de cuerpos, de unas cuantas muertes? Para las grandes potencias son eso.
Es un monstruo de unas dimensiones enormes, que últimamente me está afectando mucho. Ver estas cosas en redes sociales me aterra.
¿Y cómo se liquida este monstruo?
No tengo la respuesta. En este momento lucho con cuánto realmente puede uno hacer, con qué se puede hacer, qué se puede decir.
Todo se puede decir, pero es un monstruo muy abstracto para mí, no había visto nada tan crudo, tan violento. Estamos delineando al monstruo, conociéndolo, porque ha estado ahí siempre, pero nunca había estado tan visible como ahora, ¿verdad?

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