
Con valentía y humor, la periodista Jossette Rivera comparte en el libro "964 días –o cómo sobrevivir a la muerte del amor de tu vida" cómo vivió la prematura pérdida de su marido.
Rivera intenta responder preguntas que antes o después nos tocan de cerca: cuánto dura un duelo, cómo afrontar la partida del ser amado y cómo seguir viviendo.
Lo que sigue es su testimonio personal.


Conocí a Juan Fernando en match.com, cuando todavía no existían las apps de dating y yo estaba recién llegada a Miami. Ambos superábamos los 35 años.
Yo tenía un nuevo trabajo y él tenía 47 citas fallidas en su cuenta. Él no había superado una ruptura amorosa y yo no quería comprometerme.
Nada salió como planeábamos.
Comenzamos a salir, me transfirieron por trabajo a Londres y mantuvimos una relación de larga distancia que terminó con una propuesta de matrimonio frente a la Torre Eiffel. Un cuento de hadas.
Hasta que una semana antes de la ceremonia, en noviembre de 2011, le diagnosticaron cáncer de riñón. La boda se llevó a cabo igual con todos los festejos de rigor, pero en lugar de la luna de miel, nos dirigimos al Hospital Mount Sinai de Miami donde le extrajeron el riñón poco antes de Navidad.
Tres años después lo diagnosticaron cancer free.
Sin embargo, a finales de 2014, una metástasis nos sorprendió con un bebé de seis meses recién llegado a nuestras vidas.
Durante los siguientes cuatro años, probamos todos los tratamientos médicos a nuestro alcance, incluidas pruebas experimentales y segundas opiniones en el extranjero.
De entre todos, la inmunoterapia ayudó a mantener la calidad de vida de Juan Fernando al punto que pensamos que estaba logrando acabar con las células cancerosas.

No era así. En 2018 el cáncer alcanzó el cerebro y le provocó un accidente cerebrovascular. Pasó hospitalizado los últimos seis meses de su vida, ayudado por un respirador.
Nuestro hijo de 4 años y yo lo despedimos en diciembre de 2018, tras donar su cuerpo a la ciencia para enseñanza e investigación.
Cuenta regresiva
Poco después, alguien me dijo: "El duelo dura dos años". En aquel instante, esa idea de que el dolor tenía fecha de caducidad me pareció un salvavidas.
Porque cuando una enfrenta con ingenuidad absoluta la muerte del llamado amor de tu vida, termina creyendo esas sentencias con la osadía que da la ignorancia.
Quien lo afirmó no hacía más que repetir una creencia popular sobre el luto, eso que la Real Academia Española define como "el sentimiento de pena y dolor que se manifiesta en la vestimenta, en adornos y otros objetos" tras la pérdida de un ser querido.
Las culturas han tejido alrededor de la muerte distintos tiempos y rituales: los judíos guardan siete días de shivá y hasta 12 meses si muere un hijo; las viudas musulmanas cumplen cuatro meses y diez días de iddah, sin poder casarse, mudarse ni adornarse; los hinduistas se recogen 13 días.
Y en algunos lugares de América Latina todavía se reza el rosario nueve noches seguidas.

También están los símbolos: minutos de silencio, banderas a media asta o el año entero en que mi abuela vistió de negro cuando murió mi abuelo, como si así pudiera domesticar la pena.
En mi caso, "solo" debía esperar 728 días para dejar atrás lágrimas y nostalgias, y volver a ser la persona que era antes.
Inicié entonces una cuenta regresiva obsesiva, con registro gráfico y digital que publicaba en redes sociales. Creía que el duelo llegaría, pasaría, me atravesaría y se iría, dejándome mejor de lo que me encontró.
No podía estar más equivocada. Ni en el conteo ni en las consecuencias.
El duelo, lejos de marcharse, se instaló. Más espiral que línea recta. Como esas olas que golpean la orilla: cuando crees que ya puedes respirar, vuelven y te arrastran hasta llenarte los pulmones de agua.
Fecha de vencimiento
Pasé por todas las etapas que describió la psiquiatra suizo-estadounidense Elisabeth Kübler-Ross en On Death and Dying (1969): negación, ira, negociación, tristeza profunda, aceptación. Pero no en ese orden. Ni una sola vez. Más bien como lecciones que, si no aprendes, se repiten.
Tiempo después acompañé a mi hijo a un taller para niños en duelo y me sumé a una dinámica con otras viudas.
En el centro había una ponchera de cristal con agua, rodeada de frascos de anilina de colores: tristeza, enojo, frustración, soledad, cada mujer vertía gotas según lo que sentía.
Una, con tres meses de pérdida, añadió un azul tenue; otra, con apenas dos semanas, vació medio frasco rojo de rabia. El agua terminó turbia, espesa.

"Soy Jossette Rivera y mi marido murió hace casi tres años", dije en un susurro, casi con vergüenza, sin saber qué color elegir. Y con la incómoda certeza de que ese calendario que a ellas les prometía un final era, en realidad, una trampa.
Lo aprendí: ni la duración del luto ni evitar conductas socialmente inapropiadas -reír, cantar, ir a una fiesta- son directamente proporcionales al amor que se tuvo. Lo que sí existe es una presión social para que el dolor tenga fecha de vencimiento.
En Estados Unidos, por ejemplo, no hay una ley federal que obligue a las empresas a conceder permisos por duelo. Todo depende del empleador o del estado: en promedio, tres a cinco días. Lo mismo en las escuelas.
Pero también es un plazo que médicos, compañías y aseguradoras necesitan fijar para sostener una sociedad que no se detiene, ni siquiera para dolerse.
Pasado algún tiempo, si no vuelves a ser "funcional", tu caso puede etiquetarse como duelo patológico, una categoría clínica para lo que, en realidad, es sobrevivir.
Mi propia respuesta
En paralelo, colaboré en un podcast donde se exploraban las distintas etapas del duelo. Escribir sobre la pérdida me permitió darle sentido al caos, tender un puente hacia quienes también buscaban qué hacer con el vacío.
Yo había sobrevivido publicándome en internet. Durante casi tres años expuse mi vida en un folder llamado "duelo" en Instagram: imágenes de días grises, silencios, rutinas rotas.
Más tarde convertí esas ventanas en un libro, un manual de supervivencia. No porque hubiera encontrado la fórmula para cerrar el proceso, sino porque entendí que mi adaptación, mi aceptación y mi reconstrucción tenían su propio ritmo.
En una entrevista, tras la publicación de ese primer libro "964 días –o cómo sobrevivir a la muerte del amor de tu vida", me preguntaron:
—¿Cuánto dura el duelo?
Respondí sin titubeos:
—Lo que tenga que durar.

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