No todos los milagros ocurren en público. Algunos suceden en silencio, entre lágrimas, dudas y pequeñas fidelidades. Así ha sido la vocación de Katherine Gabriela Rosario, una joven de la parroquia La Milagrosa en Santo Domingo, que recientemente se consagró como virgen para el Reino de los Cielos, después de años de resistencia, luchas internas y una historia que roza lo imposible.
Entró a la Casa de Convivencia con apenas 18 años, y hoy, con cuatro años en la misión, da testimonio de una transformación radical. El pasado lunes nueve de junio se consagró oficialmente, un paso que no imaginó dar, sobre todo porque —según sus propias palabras— “yo siempre le decía que no al Señor”.
Su historia vocacional comienza con una anécdota que mezcla humor y providencia. En un encuentro vocacional en 2017, cuando tenía 14 años, se sentó junto al chico que le gustaba. Pensaba que compartirían la experiencia como pareja. Pero durante el llamado, fue ella quien sintió el impulso del Espíritu. “Miré al muchacho que me gustaba y dije: ‘Dios mío, no me lo hagas’… Y efectivamente, me paré”, recuerda entre risas. Desde entonces, el Señor comenzó a escribir una historia nueva con ella.
Katherine ha experimentado de cerca la fragilidad humana. Ha estado al borde de la muerte física y espiritual. En su niñez, una crisis médica casi le cuesta la vida. Su madre, cuenta, oró intensamente y esa oración fue el punto de quiebre. “Yo me morí y volví a la vida”, dice. “Dios me ha sacado literalmente de la muerte”.
Pero también habla de una muerte más silenciosa: la espiritual. En su adolescencia, se sintió atrapada en la búsqueda constante de aprobación, en relaciones superficiales y en un vacío que nadie lograba llenar. “Me gustaba vestirme para los hombres, salir con flow. Y si no me decían un piropo, me sentía vacía”, confiesa. Probó relaciones, se sintió usada, perdida, desconectada. Hasta que llegó a la casa.
Ahí, el Señor comenzó a purificarla a través del trabajo y la soledad. “No es fácil”, reconoce. “Yo soy normal, me encanta lo bonito… pero aquí me enfrenté a mi miseria”. Esa miseria, lejos de alejarla de Dios, fue el lugar donde Él la enamoró. “El Señor es un caballero”, dice. “Me ha enamorado viendo mi pobreza, viendo mi miseria”.
Una lectura bíblica marcó un antes y un después: “El demonio es el acusador”, leyó. Esa palabra la iluminó, porque durante años vivió escuchando esas voces que la descalificaban: “Tú no sirves, tú no puedes, tú eres esto o lo otro”. Pero en medio de esa oscuridad, Cristo se reveló no solo como quien perdona, sino como quien elige: “Jesús me dijo: te elijo para ser mi esposa”.
La vocación de Katerine, como la de tantas jóvenes vírgenes consagradas en la Casa de Convivencia María de la Altagracia, rompe moldes. No son monjas de clausura, ni religiosas de hábito. Son chicas comunes, jóvenes dominicanas, muchas de ellas con pasados difíciles, que han dicho sí a una vida totalmente entregada a Cristo.
“Esta realidad solo existe aquí, en nuestro país”, afirma Katerine. En otros contextos, una joven que siente ese llamado debe irse a un monasterio. Pero aquí, en República Dominicana, pueden vivir su consagración como vírgenes seculares en comunidad, al servicio de la Iglesia, sostenidas por una espiritualidad fuerte y una fraternidad real.
Katherine concluye su testimonio con gratitud: “Yo he luchado toda mi vida contra el Señor. Siempre decía: ‘yo no voy para allá’. Pero al final, Él lo ha hecho todo. Y hoy lo bendigo”.
¿Qué más decir?, Dios lo hace todo, solo hay que creer.
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