El periodista y cooperativista Aneudys Martich reaccionó a la carta del exadministrador general de la Cooperativa de Ahorros, Créditos y Servicios Múltiples Herrera (CoopHerrera), Jorge Eligio Méndez Pérez remitida a Acento desde el Centro de Corrección y Rehabilitación Najayo Hombres, indicando que esta pretende ofrecer una mirada introspectiva sobre su situación actual tras el colapso de la institución que dirigía.

Martich entiende que a través de la misiva Méndez Pérez se presentó como “una víctima” de una supuesta conspiración, mientras omite los hechos concretos, los responsables señalados y las pruebas.

“No se puede invocar la condición de víctima sin asumir la obligación de señalar con claridad a los supuestos responsables de la “conspiración”. Hacerlo sin nombres, sin hechos concretos y sin pruebas, es alimentar la ambigüedad, cuando lo que el país y los miles de socios afectados por el colapso institucional de CoopHerrera necesitan es transparencia, justicia y verdad”, manifestó.

Añadió que este caso no se trata del destino personal de un exfuncionario, sino de una estructura que colapsó bajo graves acusaciones, entre ellas malversación de fondos, falsificación de documentos y uso indebido de identidades.

“Las cooperativas no son propiedad de sus administradores de turno. Son patrimonio de sus socios. Lo que ha ocurrido en CoopHerrera es una herida profunda al modelo cooperativo, y solo una justicia firme y ejemplar puede comenzar a repararla”, expresó.

A continuación, texto íntegro de la respuesta del periodista Aneudys Martich

No hay víctima cuando hay silencio cómplice

La reciente carta enviada desde prisión por el señor Jorge Eligio Méndez Pérez —ex-administrador general de la Cooperativa de Ahorros, Créditos y Servicios Múltiples Herrera (CoopHerrera)— y publicada por este medio Acento, merece más que una lectura sentimental. Merece una respuesta.

En su misiva, el señor Méndez se presenta como víctima de una “trama”, como un hombre que ha encontrado en su encierro espacio para la oración, la lectura y la reflexión. Pero, al mismo tiempo, evade toda mención directa a los hechos que lo han llevado a Najayo, así como a las personas que, según él, lo habrían traicionado o arrastrado a esta situación.

Y es ahí donde su discurso se desploma. No se puede invocar la condición de víctima sin asumir la obligación de señalar con claridad a los supuestos responsables de la “conspiración”. Hacerlo sin nombres, sin hechos concretos y sin pruebas, es alimentar la ambigüedad, cuando lo que el país y los miles de socios afectados por el colapso institucional de CoopHerrera necesitan es transparencia, justicia y verdad.

CoopHerrera no es un símbolo abstracto: es una institución construida sobre la confianza de cientos de familias que depositaron allí sus ahorros, su futuro, sus sueños. Hoy esa confianza está rota. El expediente judicial que se sigue contra Méndez y otros exdirectivos incluye imputaciones graves: asociación de malhechores, falsificación de documentos, uso de identidades de personas fallecidas, y una malversación que ronda los 2,500 millones de pesos. Eso no se borra con poesía ni con introspección tardía.

El dolor de quienes han perdido su sustento merece más respeto que un escrito que se rehúsa a llamar las cosas por su nombre. Si el señor Méndez tiene conocimiento de una estructura más amplia que operó desde dentro o fuera de CoopHerrera, está moral y legalmente obligado a revelarlo. El silencio, en este caso, no es dignidad. Es encubrimiento.

Y si, por el contrario, su versión de los hechos pretende desconocer toda responsabilidad personal, entonces deberá demostrarlo con pruebas sólidas ante los tribunales. Porque la dignidad, la verdadera, no se construye con frases conmovedoras, sino con la verdad y con el valor de asumir las consecuencias.

Las cooperativas no son propiedad de sus administradores de turno. Son patrimonio de sus socios. Lo que ha ocurrido en CoopHerrera es una herida profunda al modelo cooperativo, y solo una justicia firme y ejemplar puede comenzar a repararla.

No hay espacio para el victimismo cuando se ha sido actor —por acción o por omisión— de una estructura de poder que devastó la confianza colectiva. No hay redención sin verdad. Y no hay verdad sin nombres.

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