El periodista español Miguel Ángel Ordóñez respondió a los empresarios Jesús Barderas, también español, y Abraham Hazoury, dominicano, los cuales lo acusaron de llevar a cabo una campaña mediática negativa y anunciaron que lo someterán a la justicia.

Ordóñez, quien trabajó por varios años en la República Dominicana, expresa que hasta el momento no ha tenido acceso al documento de la demanda ni ha recibido ninguna notificación legal.

En su escrito de aclaración, el periodista sostiene que tanto Abraham Hazoury como Jesús Barderas saben mejor que nadie en la República Dominicana que nunca ha sido (Miguel Ángel Ordóñez) "un mercenario de la pluma de esos que tanto aprecian, que no publico falsedades o calumnias".

Asimismo, expresa: "Espero que me demanden formal y adecuadamente. Se imaginarán lo mucho que disfrutaré ilustrar a cualquier tribunal".

A continuación el texto completo de la réplica de Ordóñez remitida a la dirección de este diario digital:

Acabo de leer en su medio la información y carta al director con el encabezamiento “Jesús Barderas, empresario hispano-dominicano, rechaza campaña mediática y demanda al periodista Miguel Angel Ordóñez”. Lamentablemente, no me ha sido posible acceder a la supuesta demanda que habrían incoado en mi contra los señores Barderas y Hazoury, al fallar el link a tal anexo. Ni siquiera me ha sido notificada en ningún momento, pero la espero con la exceptio veritatis a mano.

Como bien sabrá, el año pasado publiqué en España Negocios de bajos vuelos, sobre cómo llegaron a la República Dominicana los señores Enrique Sarasola Lerchundi y Jesús J. Barderas Martín, que gozaban ya por entonces de turbia reputación, y adquirieron la playa Rincón junto a un ciudadano dominicano. Según cacareó el primero de ellos, con amistades tan floridas como la del narcotraficante Pablo Escobar, tenía la intención de retirar en ese paraíso a Felipe González, amigo íntimo de ambos. Así consta en declaraciones a periodistas tan solventes como Pilar Urbano, y, además, en libros como El saqueo de España (Planeta, 1996), de Isabel Durán y José Díaz Herrera, premio Ortega y Gasset de Periodismo, como yo.

Lo decía cuando aún coleaba su confesión de que con sus pelotazos estaba juntando un dinerito para Felipe. Según José Luis de Vilallonga y Cabeza de Vaca, lo dijo en una fiesta en el apartamento del aristócrata en París. Textualmente, lo que el marqués declaró a los micrófonos de la cadena radiofónica SER fue que le había dicho a Sarasola que se estaría “forrando” con tantas comisiones como recibía por casi todos los negocios que realizaba el gobierno español y que incluían el tráfico de armas pagaderas con fondos de ayuda al desarrollo. “No, yo no tanto, porque había que construirle una pequeña fortuna al presidente”, le contesta el corrupto empresario, según la trascripción de Diario 16 (10/11/1994).

Jesús Barderas.

A día de hoy, ciertamente, no se han materializado los planes que estos inversionistas españoles tenían para Bahía Rincón. Como es de dominio público, por una serie de litis por la propiedad de algunas de las parcelas y graves acusaciones de estafa a los Hazoury y Barderas efectuadas por el tercero de los socios iniciales, Roberto Prats. Como quiera, los problemas para llevar turistas a esa playa desde Europa desembocaron con el tiempo en la creación de Aerodom y la concesión irregular de los aeropuertos estatales, con “la intención de empobrecer el patrimonio de la Nación”, según el desaparecido jurista Jottin Cury. La consideré una historia digna de ser contada, máxime en vísperas del cuarenta aniversario de la primera victoria electoral de Felipe González (a la que Sarasola invitó, como cuento en Negocios…, a su amigo y socio Pablo Escobar Gaviria).

Desde que comenzó a circular, los aludidos lanzaron rumores para desacreditarme, y confieso que eso me espoleó a redactar Cap Cana: los osados aprendices de Donald Trump, presentado en Madrid el pasado 20 de abril. Lo más suave que ha dicho esta gente es que se trata de “un libelo pagado por los vecinos” (Abraham Hazoury dixit). Es algo absolutamente falso, como las demás calumnias cobardes. Y lo saben tanto Abraham Hazoury como su socio y amigo Jesús Barderas. Lo suyo es pura pose, parte del cortinaje de humo al que acostumbran cuando una información no les baila el agua: en Santo Domingo, en Madrid o Panamá, en CDN, Telemicro, El Mundo, Interviú, La Vanguardia o La Prensa… en un informe policial o judicial o cuando acusados de comportamientos mafiosos como el policía Villarejo u otros imputados en casos de corrupción de España (verbigracia Land, ERE, Malaya o Púnica) les atribuyen delitos como el desvío de quince millones de euros a un hotel de Cap Cana, ser hombres de paja del PSOE en Latinoamérica o encargar trabajos sucios en nombre de Felipe González al espía Villarejo (quien ha calificado en sede judicial a su “amigo Jesusito” Barderas de “testaferro” del expresidente).

Perpetuamente, invocan una conspiración de “asesinos de reputaciones”, “personas vinculadas a la política”, un “plan contratado” para menoscabar su honra, la de Felipe González “y la del país”. Por eso no me extraña que actúen así de nuevo. Desvelar algunos de los trucos de trilero con los que se han enriquecido levanta ronchas. Puedo entender que estén molestos ellos y sus amigos, socios o vecinos venezolanos que les pagaron generosamente para instalarse en Cap Cana, que Jaime Bayly bautiza por eso como “la Disneylandia de los ladrones”. Hoy, por cierto, a muchos de estos vecinos les persigue la justicia de medio mundo, por delitos tan graves como narcotráfico y lavado de activos robados a Venezuela, como cuento con detalladas pruebas. Pero por más que comprenda sus cortinas de humo, no voy a permitir que jueguen con el único capital de que dispongo: mi honor.

Tanto Abraham Hazoury como Jesús Barderas saben mejor que nadie en la República Dominicana que nunca he sido un mercenario de la pluma de esos que tanto aprecian, que no publico falsedades o calumnias. Espero que me demanden formal y adecuadamente. Se imaginarán lo mucho que disfrutaré ilustrar a cualquier tribunal.

Esta sería mi primera querella, por cierto. Por considerarlo inmodesto, me resisto a esgrimir frente a sus patrañas mi carrera profesional (que cualquiera puede consultar en las solapas de mis siete libros). Para defenderme, me basta el contenido de Cap Cana: los osados aprendices de Donald Trump y Negocios de bajos vuelos, contrastados y documentados completamente. Su lectura no sólo despeja cualquier duda, sino que pone los vellos de punta.

El meollo de este gran escándalo es que es el único caso conocido en que los propietarios de una empresa quebrada, con $750 millones de deuda, se enriquecen desaforadamente a costa del pueblo dominicano, del gobierno estadounidense, acreedores, bonistas y compradores que pierden absolutamente todo. Donald Trump, a quien buscaron como gancho, descubrió el engaño. Acostumbrado a tratar con famiglias como los Genovese y los Gambino, comprendió que los Hazoury le salieron aprendices osados. En la Corte del Distrito Sur de Nueva York denunció “una trama fraudulenta” “para mantener a flote sus estilos de vida” y que “se apropiaron indebidamente de fondos adeudados para su beneficio personal”. Igualmente, habla de “atrocidades” y de que “fue un fraude de manual a gran escala”. Al declararse sin recursos, “Cap Cana estaba simultáneamente recaudando $139,663,045 en ventas de lotes” del proyecto con Trump, solamente, con una contabilidad paralela para sortear los compromisos de pago.

Abraham Hazoury.

La querella también revela el desembarco de oscuros venezolanos cuyo dinero tampoco se contabilizaba porque los Hazoury eliminaron controles y auditores. En similares términos clamaron los bonistas, enganchados con $200 millones. Algunos, agrupados en Arena Fund, les denunciaron en la Suprema de Nueva York por “fraude” y “mal uso de la empresa y sus activos para su propio beneficio personal”. Ahí sitúan, entre otras “acciones indecentes de la familia Hazoury”, la cancelación de una “deuda personal de Ricardo Hazoury Toral” colándosela a Banreservas en una llamativa dación de terrenos sin valor de Cap Cana en pago de una deuda de $30 millones. Para estos tenedores, los Hazoury “abusaron de Cap Cana para beneficiarse a sí mismos y a las empresas afiliadas que poseen”. Afirman que “despreciaron” cualquier norma y “engañaron” a todos.

Para ello, los Hazoury y su socio Jesús Barderas combinaron dos trucos: la quita de deuda (te la compro con un descuento o rebaja: por ejemplo, te doy 20 centavos por cada dólar que te debo), y la dación en pago (te entrego un terreno que yo diga a cambio del dinero que te debo). La primera técnica la usaron para comprar deuda a precio de vaca muerta. La segunda les sirvió para encasquetar los peores solares, de culebras y cambrones, a los desesperados compradores y acreedores. También, para repartirse entre ellos y sus socios los mejores. Usaron empresas offshore, opacas, para adquirir deuda devaluada y que Cap Cana se la canjease por los predios playeros más privilegiados. La filtración de los Papeles de Panamá (otro complot en su contra) nos permite asegurar que eran sus sociedades.

Barderas se hizo con al menos $70 millones en bonos de valor facial, por los que no pagó más de $20. Los Hazoury, con más de cien. A Barderas le cambiaron esos bonos por cuatro solares en primera línea de la paradisiaca Playa Juanillo, de donde expulsaron sin escrúpulos a sus habitantes y hasta a sus muertos. En dos de esas parcelas desarrolló posteriormente el hotel Margaritaville, inaugurado recientemente. Antes de construir, se tasaron en $45.5 millones. El valor real de las otras, en las que promovería Hyatt Ziva y Hyatt Xilara, era aún mayor. Recuerde que por las cuatro en total no pagó en realidad más de veinte millones.

Igualmente, los bonistas de Arena Fund denunciaron que Cap Cana (los Hazoury) entregó la parcela del Centro Ecuestre a una empresa offshore llamada Alvey Holdings (detrás de la que estaba Abraham Hazoury), a cambio de bonos con un valor facial de $36 millones. Se la auto-otorgaron a un precio nominal de 15 dólares el metro cuadrado. Mientras, el solar vecino se tasó para los bonistas en 130 dólares el metro. De haberse aplicado ese precio, la empresa offshore de Hazoury debiera haber pagado $311 millones y no les habrían alcanzado esos $36 millones en bonos devaluados, por los que probablemente no pagó ni cinco millones.

Del engaño tampoco se libraron los mismísimos EE.UU., a quienes quisieron dejar de pagar $30 millones avalados por la agencia pública Eximbank, un escándalo agravado porque el agente de los Hazoury sobornó a quien aprobó esos créditos. Sin embargo, uno de los principales perjudicados fue el Estado dominicano, a quien endosaron $250 millones en diversas operaciones de dación en pago, a través de Banreservas, al que le ha resultado imposible recuperar más que $11 millones, malvendiendo inmuebles que entregaron los Hazoury, a valoraciones estratosféricas. ¿Candidez o incapacidad de los gerentes? Curiosamente, no falta quien asocia la largueza del banco de los dominicanos al detalle de que antiguos jerarcas y exfuncionarios de alto nivel sean vistos con mucha frecuencia en Cap Cana, dando la impresión de que ellos o sus allegados son propietarios de inmuebles en ese complejo.

Eso es parte del meollo de esta cuestión. Todo lo demás que aduce Jesús Barderas son ganas de desviar la atención. ¿Qué puede esperarse de quien no duda en parapetarse en el prestigio de don José Bono o su íntimo Felipe González (que no podemos olvidar que abandonó el poder embadurnado en escándalos de corrupción y asesinatos parapoliciales), atribuyéndome unas acusaciones de supuestos privilegios hasta fiscales que nunca en mi vida he manifestado, pues desconozco su existencia?.

Por último, decir que, con sus infundios contra mí, tanto Jesús Jhonás Barderas como Abraham Hazoury se retratan. Cabría lo de “Se cree el ladrón que todos son de su condición”. Quien lea Cap Cana: los osados aprendices de Donald Trump o Negocios de bajos vuelos, que han cosechado un éxito más que aceptable en España y en Amazon, se planteará, sin duda, si existirá un contexto en el que ese refrán tenga un sentido menos metafórico y más literal.

Queda de usted, apreciado colega, muy atentamente,

Miguel Ángel Ordóñez

 

Jesús Barderas, empresario hispano-dominicano, rechaza campaña mediática y demanda al periodista Miguel Angel Ordóñez