Kelvin Féliz, director de la escuela de El Gramazo, Padre Las Casas, esta mañana contó esta historia, por a si alguien le puede interesar:

“El río creció y se llevó el puente, y la comunidad ya tiene más de dos semanas incomunicada. La semana pasada no dimos clase porque no pudimos cruzar el río. Esta semana vinimos a la buena de Dios. Tuvimos que dejar los motores al otro lado de las aguas, en la comunidad Fundo Viejo, y subir a pie varios kilómetros loma arriba para llegar a la escuela donde trabajamos”.

“Pero lo de hoy fue demasiado grande. Mientras cruzábamos el río, la maestra Juana María Lara tuvo un ataque de pánico, al ver que el agua le estaba subiendo por encima de la cintura. No se ahogó porque la veníamos agarrando y la estábamos ayudando a cruzar”.

Esta mañana el río también trajo otra historia: la de Vidal Ferreras, el hijo de un hombre conocido como Morenai. Ayer estaba en la loma del Maco sembrando habichuelas en su conuco y le empezó un dolor en la boca del estómago. Trataron de llevarlo al hospital de Constanza, pero el río traía demasiado agua y no lo pudieron cruzar. Pero esta mañana ya no había opción. El dolor le siguió aumentando y ya no lo podía aguantar. Y hoy, a las seis de la mañana corrieron con él en brazos, cordillera abajo, y cometieron la inevitable osadía de enfrentar la furia de las aguas y por poco no lo cuenta.

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Fotografía de César de la Cruz.

Además de la maestra y del hijo de Morenai, las desmesuras de las aguas y las desmesuras del olvido también trajeron esta historia:

“Esta ha sido una de las crecidas más grandes de los últimos tiempos. Ya casi se nos terminan las medicinas y aquí tenemos niños y personas mayores enfermas que necesitan medicamentos. Yo misma tengo una sobrina a la que hay que comprarle unas pastillas que se le están acabando”.

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Fotografía de César de la Cruz.

La mujer de este clamor viste sus manos con los aromas del viento y vive en ese lugar donde el silencio es el dios de los caminos. Se llama Antonia de los Santos y en estos días los pinos de su tierra parece que están llorando. Cuando llueve en su tierra, también llueve en sus ojos.

“A falta de gobierno -cuenta Antonia-, el puente lo hicimos nosotros mismos con palos y sogas, un tente ahí para poder cruzar. Pero cada vez que llueve, el río lo rompe y se lleva los pedazos. En la campaña nos prometieron construir ese puente para que no sigamos repitiendo a cada rato la misma historia, pero quienes lo prometieron no han vuelto por aquí a hablar de eso”.

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Fotografía de Genris García.

“Aquí todo depende de ese puente y de ese río. Las clases, las cosechas, la venta de los productos, los enfermos, las diligencias en el pueblo. Todo. Cuando se rompe el puente, nos quedamos completamente solos y completamente aislados, como está pasando ahora”.

“Ahora lo que queremos saber es ¿dónde están las autoridades?”, dice Antonia, la mujer que viste sus manos con los aromas del viento.