Discurso de Minou Tavárez Mirabal, pronunciao en el senado de la Provincia de Buenos Aires, Argentina. Minou Tavárez Mirabal, vicepresidenta del partido Alianza País, participó en un conversatorio en Buenos Aires con Dilma Rousseff, Irene Montero y las ministras de la mujer de Argentina y Chile Elizabeth Gómez Alcorta y Antonia Orellano (esta última asume el día 12 de este mes de marzo).
A continuación las palabras de Minou Tavárez Mirabal:
Quisiera brevemente compartir con ustedes algunas reflexiones a propósito del evento Unidas en el Mundo por la Igualdad que celebramos en estas fechas, en este hermoso país y, no lo olvidemos, en medio de terribles turbulencias. Nos corresponde a las mujeres, una vez más, abandonar el sosiego falaz, la moderación que pretende la prudencia como una virtud para, en primer lugar, asumir que hemos avanzado y que en definitiva, la certeza del avance no hace otra cosa que sumar nuevos desafíos a nuestra reflexión y a nuestras prácticas.
Tengo la impresión de que parte de esos desafíos se relacionan directamente con la ausencia de proyectos alternativos. Y momentos como los que vivimos como humanidad hacen que nuestra concurrencia sea aún más necesaria y urgente.
Nadie se atrevería a poner en duda que los movimientos feministas tienen éxitos que mostrar, que las mujeres hemos avanzado. Pero, ¿qué nos traen estos días los noticieros? Entre tanto horror hemos visto a mujeres que ya no son sólo portavoces, sino altas funcionarias de los gobiernos involucrados en la guerra -ese horror tan varonil- que informan, opinan, liderean. Pero la guerra sigue siendo la modalidad por excelencia para resolver vocaciones hegemónicas. Antes fueron necesarias dos guerras mundiales, dos bombas atómicas, Kosovo, Afganistán…
Pero tampoco es la paz de lo que quiero hablarles. Se trata de que esa ausencia de proyectos alternativos se debe, en mi opinión a que nos negamos a reconocer lo obvio: que fuimos derrotadas y derrotados en nuestras exigencias de justicia, de igualdad, de derechos universalmente reconocidos por una nueva forma de capitalismo, por una doctrina que todavía no alcanzamos a identificar con claridad, un sistema que nos vuelve a distraer con demasiada frecuencia pero que tan bien describió Margaret Thatcher, una mujer : “la sociedad no existe, existen individuos”. Y eso es lo que está tras las privatizaciones de bienes públicos, de la seguridad social, de la salud, de la educación. De los derechos hurtados y establecidos como servicios. Esa misma mujer dejó como herencia también que: “primero iremos por la economía, luego por todo lo demás” (M. Tatcher). Y nosotras, ahora, por fin, nos ponemos en alerta cuando vienen por todo lo demás y nos sentimos en la necesidad de pensar estrategias ante una realidad que estamos obligadas a leer de manera diferente.
Excusenme que ponga un ejemplo: las AFP, esa construcción que permite que los fondos ahorrados obligatoriamente con fines previsionales sean usados por los negocios de la oligarquía financiera y que permitiría -aun no hay prueba de eso- retiros dignos producto del esfuerzo individual y de la excelencia de la administración empresarial. Por supuesto que desde su inicio aparecieron las condenas a este sistema. Ya en mayo de 1983, en la primera protesta nacional contra la dictadura de Pinochet, el fin de las AFP apareció como una de las reivindicaciones. En estos casi treinta nueve años la calle mantuvo su reclamo, pero el neoliberalismo (además de llevar la ventaja de que no lo entendemos completamente) tiene una “caja de herramientas” casi ilimitada: puso entre nosotras y la justicia de nuestros reclamos la antipolítica, la idea de la gradualidad que no tienen los procesos que nos han afectado como comunidad humana. Y también instaló otro concepto mucho más polisémico que el de democracia, el progresismo. ¿Alguien aquí se atrevería a definir qué es ser progresista?
Permítanme concluir con el ejemplo de las AFP. Llegada la situación imposible de quienes han debido pensionarse, el tema fue conducido con la elegancia que siempre tienen los falsificadores: “No se trata de eliminar las AFP” para de paso recuperar una de las exigencias más preciadas de quienes aspiramos a un mundo mejor: la solidaridad. El problema es que hay que subir las pensiones. Nada más justo. Pero resulta que quien paga no son las AFP, es el Estado y desde el indefinible progresismo se cumple con una extraña máxima: “Socialismo para los ricos, mercado para los pobres”.
¿Conocen ustedes algo más progresista que la lucha contra la corrupción? En este momento donde florecen los consejos por la transparencia, nadie se dio cuenta que la pobreza, el más grande problema moral de nuestro tiempo, desapareció de nuestros insomnios, con grandes inversiones de instituciones llamadas de cooperación que por lo general son mucho más de intervención.
Estamos todas y todos convocados a la esperanza con algunas certezas imposibles de ignorar. Y como en todas partes levantamos la bandera de nuestras luchas por la igualdad, por todas las igualdades, quiero decirles que creo que ya no es posible luchar por la igualdad y no ser antineoliberal. Si eso es cierto tenemos en nuestros archivos suficiente saber acumulado en cuanto a experiencias que no resultaron y a otras que fueron exitosas. Las formas de organización deben ser una de nuestras primeras preocupaciones si es que la política va a ocupar nuestro quehacer principal. Para decirlo en otras palabras, tomo prestadas éstas de M.Bunge: “La técnica es una herramienta, pero sólo la política puede cambiar la sociedad”.
Como no creo que nadie esté pensando en formar partidos de mujeres ni en renunciar a las movilizaciones propias del movimiento social, debemos hacerlo conscientes de que la “calle” sólo pone los temas en la agenda pero las decisiones siempre son tomadas en el ámbito político.
Nuestros partidos tienen que ser capaces de tener una visión suficientemente integradora y con vocación de poder. Esto significa responder adecuadamente a lo que la ciudadanía exige para transformar esas exigencias en las obligaciones políticas de los Estados, especialmente cuando se trata de derechos.
La crisis pandémica ha traído de vuelta al centro de los debates la necesidad de la salud y la educación públicas, de más potentes regulaciones contra los abusos del mercado, por ejemplo, y eso lo que significa es un retorno de la política. Hablo de una política fundada en los valores, los principios, en las convicciones democráticas e inclusivas, una política que lucha por la justicia, por terminar con las desigualdades y la discriminación.
Compañeras, amigas: Vilipendiar la política rinde frutos, sin dudas. Pero sin dudas no a nosotras las mujeres. Nuestra esencia es solidaria, política. Y de más política buena es que depende el mundo para arreglarse. Por eso insisto en que no es posible hacer realidad el simple principio de igualdad si no somos conscientes de la necesidad de recuperar la política. Sí, la política, que es el alma de la democracia.
Las mujeres somos desde hace décadas el sector más revolucionario de la sociedad. Y con nuestra capacidad de ”refundación y de audacia”, en estos momentos de inflexión en que suelen convertirse las crisis, estamos en excelentes condiciones para producir otro comienzo, para arrancarle a la economía el timón que en algún punto la política le cedió. En otras palabras, la lucha por la igualdad pasa por no perder jamás de vista su carácter vinculante, pasa por organizarnos políticamente, por prepararnos para competir en el marco de la lucha democrática y prepararnos para ganar elecciones, para convertir en conquistas tangibles nuestras banderas de igualdad, de paridad, de bienestar y de paz.
Nuestra participación política debería intentar cambiar las reglas del juego, el rumbo de las cosas, reordenar el tablero del poder –que está muy lejos de ser el final del camino- y proponerse como meta contradecir a Gabriel García Márquez para asegurarnos de que nuestra civilización sí “tenga una segunda oportunidad sobre la tierra.”
Muchas gracias, muchas veces.
La Plata, 6 marzo 2022