Es de suponer que en estos días,  una nueva “corriente biológica” arropa el panoráma de la mitología politica dominicana: Se trata más bien del  “hermafroditismo”. A mi  paracer el “hermafroditismo” ha descartado a seguidas, a otro espectro no menos deslenable del quehacer político, llamado,  transfuguismo. Recordemos que en la mitología griega “Hermafrodito, hijo de Hermes y Hermafrodita se enamoró perdidamente de una ninfa llamada Salamacis, quien le imploró al Dios Zeus, que la uniera para siempre y para el resto de sus vidas y desde ese momento en  que los juntó en un solo cuerpo ambos sexos quedaron expuestos a la vista de todo el mundo”.

Los políticos dominicanos que han dado el  salto y han cambiado de un partido  hacia otro, no necesariamente han mutado. Todos sabemos que no se han transformado estéticamente en otro cuerpo, sino que su necesidad genética lo ha tirado en un terreno donde no son ni una cosa, ni la otra. De buenas a primeras, han dejado al descubierto sus refajos y sus interioridades.  El “hermafrodita” no es en tal caso, una imagen estética, al contario,  es una figura deforme, que en última instancia provoca repulsión en los votantes y malamente nos recuerda a un monstruo moralmente contrahecho del quehacer político dominicano.  Los que  en estos días han ido  a parar a las filas del PRM,  el país entero sabe que su partida no está  ni estará nunca antecedida de  ningún dejo de sentimiento ni  de melancolía, por el partido que han dejado atrás,  mucho menos  por el que lo acoge.  Sin embargo, como no representan ni una cosa ni la otra, bien podrían se calificados de “hermafroditas políticos”

Esta lamentable situación se parece  mucho al que quiere estar con Dios y con el Diablo, pero en el fondo todos conocemos  la codiciosa intención de los que cometen tales fechorías. Hasta en sus discursos de oposición el “hermafrodita político” es flojo. Su voz no tiene contundencia, porque sus palabras han llegado a convertirse en  ruidos, cuyos  ecos caen el el vacío.  Es entendible, pues el gen que acompaña a esta clase de políticos, es inescruspuloso por demás, cuya  marca queda estampada bajo el tema de la corrupción,  justo el momento en el que le tocó tener el control y la administración del  Estado. Por lo tanto,  su discurso de oposición no puede ser tan frontal, diríamos  que moralmente carece de toda ética para señalar las falencias de un gobierno desatroso a todas luces.

Esta es una clara señal de que, por más que quieran, están descalificados ante la opinión pública  para hacer los reclamos que justamente necesita el pueblo desvalido. Simplemenete porque poseen una voz enclenque y anémica, propia de su orígen genético. Como  ideologicamente  los “políticos hermafroditas”  no están bien definidos, su propia condición los delata. Funcionan de acuerdo a sus intereses particulares para alcanzar el  poder politico y el lucro económico.  Sin embargo,  es bueno aclarar que estos “hermafroditas”, esconden algo en el fondo de la cuestión:  Aquello que tiene que ver con una mínima cuota de impunidad. Pues el pueblo dominicano sabe que muchos cambian al partido en el gobierno para escabullirse de las posibilidades de un expediente penal de corrupción  y para tratar de  ganar la carrera  por el perdón judicial, al arroparse bajo la nueva sombrilla que les da cobijo. Amén de que antes de las elecciones no haya hecho una negociación de aposento,  notarizada para que su nombre no aparezca en uno que otro expediente judicial anticorrupción,  cuyo pago sería el silencio.

Observo que, de buenas a primeras, estos fenómenos históricos a los que malamente nos enfrentamos día a día, son propios de sociedades  decadentes. Sociedades en las que ha fracasado el ritual de la  moral social, en aras del triunfo  económico y material por encima de los valores que  crearon  a la nación

En el caso dominicano, no solo merece  este calificativo de  “hermafrodita” aquel que propone la unión de los cuerpos (colores),  como le sucedió a la famosa ninfa griega, sino también aquel  que risiblemente acepta  esa unión.  El “politico tránsfuga” es codicioso hasta los huesos y oportunista vulgar.  No guarda en sus fueros el más mínimo de apariencia porque carece de pudor,  por tal razón ha evolucionado en “hermafrodita conceptual” para  tratar de acercarse un poco a la vieja idea de la mitología, aquella que tanto acompaña al que desea congraciarse con el poder, como al que acepta la unión para  alcanzar el poder. Y,  a propósito de esto,  me llega a la mente  la pregunta que hace  la famosa poetisa mexicana del siglo XVII,  Sor Juan Inés de la Cruz,  en su clásico poema Hombres necios  que acusais. Pregunta la poeta:  ¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión herrada, la que peca por la paga o el que paga por pecar? ¿O cuál es más de culpar aunque cualquiera mal haga, la que cae derrogada o el que ruega decaído?

Es pertinente aclarar que para unos, esta nueva condición biológica de “hermafroditismo” ha sido altamente beneficiosa, mientras que para otros ha sido altamente fatal, en virtud de que para estos últimos esa extraña unión ha socavado sus fuerzas biológicas.  Aquellas que desde sus orígenes se concentraron en mostrar un gran poder político,   pero  que ahora, sus fuerzas se ven diluídas ante la sábana de colores  variopintos   con los arropan sus miserias.

Vistas estas premisas, creo que politicamente la sociedad dominicana ha involucionado. Aunque yo era muy joven, durante los doce años del gobierno de  Joaquín Balaguer, no recuerdo haber visto estos fenómenos virales.  Ni siquiera el tiempo en  los que el PRD gobernó el país, diríamos desde 1978 hasta el 1986, la clase política dominicana no había vivido una oleada tan vulgar de “hermafroditas políticos”, cuya imagen haya desvirtuado tanto el deseo de la gente,  de ir a las urnas a ejercer su voto de manera libre y consciente. Duele pensar entonces,  que si politicamente hemos retrocedido, esta puede ser una situación  bastante desagradable y perjudicial para el sistema de partidos y para el fortalecimeinto de la democracia  dominicana, en virtud de que los resultados electorales producto del transfuguismo, no representan para nada la voluntad del pueblo, sino  que son propios del engendro  “hermafrodita”

Ahora bien, cabe pensar que el “hermafroditismo” puede atesorar  intereses espurios detrás de su maltrecha caricatura.  Este virus puede llegar a contagiar a los que biológicamente están indefidos como los trans y la comunidad LGTB, quienes con mucha propiedad han señalado que ellos, quiérase o no, también ejercen el derecho al voto y deben ser tomados en cuenta, lo que implicaría  la presencia de un ingrediente nuevo en nuestro sitema de votación.

Lamentablemente, el “hermafrodita político”, ha nacido en tiempos de crisis ideológica. Ya no existen los militantes atraídos por el discurso  y la mística del líder. Se acabaron los tiempos en los que dábamos la vida por defender una idea, una  de partido o una filosofía política. Pues la carga simbólica y embrionaria que le da orígen al “hermafrodita político”, presupone un efecto ya consumado. Su existencia queda determinada como la síntesis de un hecho vulgar y bochornoso en nuestra vida política.

Este celebrado encuentro al que vilmente se somete el “hermafrodita” puede revelar una pertinente metáfora: Aquella que relata el hito amoroso de una relación extraviada, no menos espuria,  que por vulgar nunca deja de  serlo, como bien lo relata,  Sor Juana Inés de la Cruz. Acontece pues, que el ethos que acompaña al gen hermafrodita supone un modelo, una versión acabada de aquellos que anunciaron en el siglo pasado el fin de las ideologías.

Observo que, de buenas a primeras, estos fenómenos históricos a los que malamente nos enfrentamos día a día, son propios de sociedades  decadentes. Sociedades en las que ha fracasado el ritual de la  moral social, en aras del triunfo  económico y material por encima de los valores que  crearon  a la nación dominicana y  que,  al mismo tiempo,  representan signos de decadencia espiritual, muy a pesar del cacareado “avance”. A pesar del “ progreso material”,  del lujo  y del oropel,  donde se anidan todas las suciesas menos imaginables del circo cotidiano, como el narcotráfico y el sicariato. Con, o sin temor,  hablo  por aquellos que todavía se arropan bajo la sombrilla de la sensatez y creen en un futuro promisorio para el bien colectivo del país y de todos los dominicanos.