Las tormentas revolucionarias devienen en estados transitorios caracterizados por la posibilidad de transformación y ruptura que empujan a que la sociedad se vuelque boca abajo.
Todo cambia en constante movimiento, ninguna roca se queda inmóvil.
Las revoluciones populares, obreras y democráticas han sido el motor de la historia, reorganizando la sociedad, dándole forma al presente y cuestionando el poder absoluto así como la estratificación social y clasista. De hecho, sobran las referencias históricas de las transformaciones sociales que dejaron su huella en la humanidad.
Mucho antes de la revuelta popular en Santo Domingo del 24 abril de 1965, en otras épocas y en otros contextos sociales, un sin número de procesos revolucionarios agujerearon el tejido social incluyendo el ámbito de la cultura y la vida misma.Algunas de las insurrecciones populares más fulminantes que merecen mención son la revolución anti-esclavista en la antigua colonia francesa (actualmente Haití) en 1791, la Comuna de París de 1871, la revolución democrática del México insurgente en 1910 y la revolución socialista en Rusia en 1917. Y a pesar de que cada una de estas revueltas populares tomaron una ruta distinta para llegar a sus objetivos hay que reconocer que también tienen mucho en común entre sí.
Por ejemplo, el tipo de revolución que nos atañe en la presente discusión, la revolución popular, cuestiona las leyes, los decretos y los edictos de regímenes dictatoriales o monárquicos.
Enmarcada en la ruptura total con el sistema de opresión que sustenta el poder del régimen despótico, el proceso revolucionario de corte popular es la apertura democrática que guarda en su interior el potencial de reorganizar a la sociedad desde una óptica solidaria y justa.
La revolución democrática en Santo Domingo del año 1965 surgió como respuesta a la usurpación del sentir democrático y popular y a la misma vez, representó la continuidad de luchas de clase y por el establecimiento de democracia plena en territorio dominicano y la isla compartida con Haití.
La revuelta popular del ‘65 dio paso a una nueva cultura política enlazada a legados de luchas dentro y fuera del país. En ese sentido, se podría argumentar que la concepción de los comandos populares se asemeja un poco a las guerrillas cimarronas y abolicionistas de personas africanas esclavizadas en la isla (tanto en la colonia española como en la colonia francesa) y en todo el continente y las guerrillas anti-colonialistas conformadas por pueblos originarios o indígenas en nuestro hemisferio.
Otros legados revolucionarios que dieron forma y vida a los comandos populares se podrían encontrar en la revolución socialista de Octubre de 1917 y en la revolución mexicana así como las guerrillas centroamericanas que enfrentaron al imperialismo yanqui. Es indudable que el legado antiimperialista de Gregorio Urbano Gilbert (1898-1970) en Nicaragua, guerrillero sandinista de origen dominicano que también apoyó la lucha del pueblo dominicano en 1965, dejó una profunda huella en Santo Domingo.
Estamos convencidos de que el porvenir dominicano está ligado a la lucha internacional en combinación con la lucha democrática, feminista, anti-racista y anti-clasista en el ámbito local.
En síntesis, tanto la revolución de abril del 1965 como aquella resistencia a la invasión imperialista no fueron hechos aislados, ya existía una tradición revolucionaria local e internacional a la que se sumaba la revolución dominicana que trascendió las fronteras del país, y en realidad las jornadas de lucha popular en Santo Domingo fueron parte de un hilo conector que encadenó el futuro de la lucha del pueblo dominicano en contra de los sistemas antidemocráticos, la opresión y la explotación a la batalla internacional anticapitalista y antiimperialista que hoy día sigue su curso.