No bien acabamos de comentar sobre las dificultades, retos y desafíos que tenemos en nuestro país para que las ciudades dominicanas puedan convertirse en ciudades sostenibles, ocurre esta desgracia que lamentamos desde el fatídico 18 de noviembre pasado. Mucho es lo que se ha pretendido rebobinar la cinta del pasado de hace 20 y 30 años. Nada devolverá la vida a las personas que fallecieron por esta irresponsabilidad convertida en desgracia.

Y en este día 25 de noviembre, que rendimos honor imperecedero, profundo y eterno a nuestras heroínas, Mariposas de Salcedo, no podemos por menos de lamentar la violencia que aún se ejerce en la sociedad, por la cual ellas ofrendaron sus vidas, puesto que permitir que ocurran estas desgracias, es otra forma más de violencia social que no puede ocultarse como se pretende ocultar el sol con un dedo.

Y no se trata de señalar a fulano o a mengano como responsable de la desgracia. Se trata de que llámese como se llame el fulano, ejerza en el momento que sea o el color partidario que lo caracterice, lo que importa es ver la raíz del problema, lo que provoca que estas desgracias o cualquiera que sea ocurran. Y es que hay varios aspectos sobre lo que es posible reflexionar como detonantes:

  • La función pública no se lleva a cabo con la finalidad de ofertar el servicio público responsablemente por parte del que está a cargo de hacerlo;
  • No existe una planificación ni visión de mediano y largo plazo para las ejecutorias que se llevan a cabo;
  • La función pública termina siendo tomada como un botín del cual exprimir al Estado para amasar riquezas con el manejo de los bienes públicos.

Y es que todo esto ya lo sabemos, y conocemos las nefastas consecuencias que provoca: delincuencia e inseguridad ciudadana, vulnerabilidad de importantes sectores de población, servicios públicos cada vez más ineficientes y con mayores deudas sociales. Iba a haber un cambio, y llegamos a creerlo, o mejor dicho esperar que fuera posible. Atrapados en la misma cultura de la pobreza, secuestrando el Estado para conseguir salir a flote en materia económica como una carrera desbocada, que solo consigue hacernos girar sobre nuestro eje sin avanzar a ninguna parte.

Las consecuencias ambientales relacionadas con los eventos climáticos no han sido tomados en serio, tomados en cuenta para esta problemática de la improvisación, la falta de planificación, la atención a los pequeños detalles, como la disminución del plástico que se acumula en los imbornales, como la construcción de residenciales y asentamientos humanos en zonas vulnerables y de cursos hidrológicos, sin un ordenamiento territorial que ofrezca una seguridad a las políticas implementadas, la ampliación de los vagones de tres a cinco en el metro para mayor capacidad de población en las horas pico, tomar en cuenta las acciones de degradación ambiental en los procesos productivos, como la ganadería intensiva, la minería metálica y no metálica, no promover medidas para el reciclaje de todos los materiales reciclables que se llevan al vertedero por la desidia de no educar a la población, disminuir el uso del cemento que afecta la escorrentía pluvial de parques y aceras en la ciudad. Estas formas de abandonar las diligencias que, aunque pequeñas, revisten vital importancia para la eficiencia de las acciones cuyos resultados se pueden ver en el corto plazo.

Importante empezar a poner en conocimiento a la población de que lo es y constituye el cambio climático que nos afecta, y que, al parecer, recién ahora las autoridades despiertan de su sueño turístico pedernalense y se dan cuenta que preocuparse por la acumulación de riquezas puede manchar su paso por la historia. Mucha población desconoce que el cambio climático es una perturbación de los regímenes atmosféricos relacionados con la temperatura de las masas de aire por el aumento del dióxido de carbono (CO₂) emitido por las industrias y el transporte, pero especialmente por la deforestación intensiva para la ganadería y la comercialización de madera, ya que son precisamente los árboles los que absorben ese exceso de CO₂ y colaboran con la regulación de la temperatura. Pero si los cortamos, ¿quién la va a regular?

La semana pasada citaba a Philippe Descola, y hoy lo vuelvo a hacer. “En Occidente pensamos que somos dueños y poseedores de la naturaleza”, a diferencia de otras culturas, que tienen otra forma de relacionarse con los “no humanos”. “En el siglo XVIII se empezó a concebir a los no humanos como algo externo, un campo de investigación, lo que permitió el surgimiento de las ciencias positivas y de la modernidad. Pero al entenderlos como cosas inertes, que se pueden captar y transformar en riquezas, la Tierra tomó un rumbo preocupante que recién vemos ahora, con el calentamiento global, la extinción de las especies, la polución de los océanos, de los suelos, del aire, de las aguas. Hemos destruido a los no humanos a través de nuestra apetencia por la producción de riquezas”. https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-53066587.

De manera que no tendremos ciudades sostenibles, ni dejaremos de sufrir tragedias como las del terrible pasado fin de semana. Porque el mismo Descola reconoce: “para que cambiemos nuestros estilos de vida, los modos de consumo, de producción y las terribles desigualdades entre los más ricos y los más pobres, el shock tendrá que ser mayor”.

Y así será, apueste lo que quiera.